martes, 26 de junio de 2012

Silencios rotos


Cuando las sombras de la noche amenazantes empujaban inexorables a las últimas luces de la tarde, se dejaba oír el monótono canto de los cucos que, poco a poco, daba paso al griterío incesante de los grillos.

Los aromas de la noche estival iban inundando el aire que comenzaba a dejar el calor en manos de una suave brisa refrescante y animaban a la contemplación de un cielo tachonado de estrellas que intentaban, sin éxito, emular la claridad de una luna inexistente.

Me tumbé sobre la mullida pradera del jardín y dejé volar mi imaginación y mis sentidos que, como pájaros recién liberados, volaron sin rumbo tropezando con las múltiples sensaciones que entre la oscuridad les acechaban.

Cada sombra se me antojaba una figura misteriosa que podía recrear a mi capricho y hacerla cobrar vida para sentirme un poco Dios unos momentos…

- ¡No olvides apagar la luz de la cocina cuando vayas a acostarte! – sonó su voz en medio del silencio y el encanto de la noche se rompió en mil pedazos.

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