domingo, 7 de octubre de 2012

Ella



La radiante mañana de primavera me recibió cuando levanté la persiana de la ventana de mi habitación. Tuve que cerrar los ojos porque el sol ya estaba bastante alto y su luz me encandiló al mirar hacia fuera. Los recuerdos de la noche anterior afloraron a mi consciencia aún antes de sentir el malestar propio del resacón que tenía encima. Sí, había estado bebiendo y bailando con mis amistades hasta las tantas de la madrugada pero lo que no tenía claro era cómo había llegado hasta mi cama. La respuesta no se hizo esperar, al volver la cara hacia el interior de la habitación, la vi desnuda en la cama entre las sábanas revueltas que hablaban de algo que yo no recordaba. ¿Quién era ella? ¿Cómo la había conocido? ¿Qué había pasado esta noche? Mis recuerdos acababan antes de que ella hiciera su aparición en mi vida. Cuando estaba en estos circunloquios, ella comenzó a moverse, me acerqué expectante y sus ojos se abrieron dejando caer sobre mí su verde mirada al par que una sonrisa maravillosa afloraba a sus labios de ensueño. Era una mujer extraordinariamente hermosa que mostraba su desnudez con la mayor naturalidad.
─ Hola, mi amor, ─ dijo con una voz meliflua que casi hizo que me derritiera.
─ Buenos días, preciosa, ─ contesté automáticamente.
─ ¿Qué vas a preparar para desayunar mientras tomo una ducha? ─ Preguntó sin dejar de mirarme con esos ojos que parecían fuegos verdes.
─ ¿Qué te apetece? ─ Conseguí articular mientras paseaba la mirada por su bella anatomía.
─ Lo que tu quieras será perfecto para mi, ─ dijo y se levantó de la cama dirigiéndose al baño con un movimiento de caderas que a punto estuvo de tirarme al suelo por el mareo.
El ruido de la ducha me hizo volver a la realidad y, sin pensarlo dos veces, me fui a la cocina para preparar el desayuno. En estos trámites estaba cuando su voz sonó a mis espaldas.
─ Mmmm, qué bien huele ese café.
─ También estoy preparando tostadas ─ dije.
─ Me encantan las tostadas que tú haces, sobre todo con aceite y mermelada de naranja.
─ ¿Cómo puede saber lo que yo pensaba ponerle a las tostadas? ─ me pregunté para mis adentros.
─ Tu café con poca leche como siempre, ¿no? ─ Preguntó ella mientras tomaba la cafetera y una taza. ─ A mi ya sabes que me gusta mitad y mitad.
─ Por supuesto ─ y aventuré ─ tomarás dos tostadas como es costumbre, ¿verdad?
─ Ya sabes que sí, pero tengo que darme prisa porque si no es así no voy a llegar a tiempo…
─ ¿Tienes alguna cita hoy?, ya sabes que es domingo…
         Desayunamos mientras charlábamos de cosas insustanciales pero ella no desveló el motivo de sus prisas. Cuando acabó con su desayuno se retocó en el cuarto de baño, se vistió y se marchó después de darme un piquito de despedida. Todo fue tan rápido que cuando conseguí reaccionar y me asomé por la ventana no vi ni rastro de ella en la calle.
Me metí directamente en la ducha para tratar de despejarme y aclarar la nebulosa de mis recuerdos de la noche anterior pero todo fue inútil: no había forma de encajarla a ella en el desarrollo de mi actividad nocturna y, sin embargo, su presencia en mi casa había sido real… ¿o, tal vez, había sido sólo un sueño? Volví al dormitorio y apoyé la cabeza en la almohada y allí estaba su olor que me confirmaba que su existencia no era fruto de mi actividad onírica. Decidí salir para despejarme y antes me cepillé el cabello ante el espejo, me cogí una coleta con un lazo rosa, me coloqué una falda y una camisa vaquera, me calcé unos zapatos de tacón bajo y me lancé a la calle por si volvía a encontrarme con ella.

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