martes, 18 de diciembre de 2012

Se estrenaba



Era medianoche, la oscuridad reinaba hacía ya al menos cuatro horas y los perros no paraban de ladrar. Atisbó por una rendija de la persiana pero no pudo ver nada tanta era la ausencia de luz. Se quedó absolutamente inmóvil y callado para tratar de detectar algún ruido, aunque fuera sólo un rumor, pero nada se oía.
Los perros seguían con su coro de ladridos incesante. Se estaba poniendo francamente nervioso. El vecino, pensó, podría haber tenido gatos que no arman tanta escandalera y él estaría más tranquilo para romper el cristal de la ventana y entrar a perpetrar su primer robo.

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