viernes, 20 de septiembre de 2013

Un cuento chino



Entró en el bazar decidido a comprar algo, no importaba el qué, sino únicamente por el hecho de comprar, de gastarse el dinero que le habían regalado por su cumpleaños antes de que su madre, con buen criterio, se lo arrebatase para meterlo en la cartilla de ahorros que, aunque todos decían que era suya, no había manera de sacar dinero de ella. Era como si se lo tragase la tierra y nunca más se supo, por eso aquella tarde, al salir de casa de la abuela con el billete de diez euros estrujado en la mano, se dirigió al paraíso de sus deseos.
         La china de la caja le miró con desconfianza cuando le vio penetrar en el local y perderse en el dédalo de pasillos con estanterías hasta el techo y le hizo un gesto al chinito que tenía al lado. Éste salió como un sabueso en su persecución para vigilarle disimuladamente, pero él no notó nada, tan absorto estaba contemplando todo aquello que se ofrecía a su vista y que tanto había deseado. Iba sumando mentalmente los precios de los artículos que pensaba comprar, (y eso que el maestro decía que tenía mala cabeza para los números), pero antes de que estuviera contento con su elección la cantidad se la pasaba del presupuesto.
         Dio vueltas y más vueltas con el chinito pegado a sus talones como si fuera su sombra pero no consiguió una combinación de juguetes adaptable a sus diez euros y, al cabo de unas dos horas y el chinito a punto de caerse de cansancio, decidió llevarle el dinero a su madre y esperar a tener edad suficiente para gastarse el fruto de sus ahorros.

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