jueves, 19 de junio de 2014

Amor a los animales



         La precaria salud de Faustino no le impedía darse un homenaje de cuando en cuando y eso fue lo que hizo aquel día de marras en el que hubiera sido mejor no levantarse de la cama como hacía a menudo, pero el asunto fue que, como ya lo tenía decidido desde hacía bastante tiempo, madrugó y, después de tomar una ducha y desayunar a lo grande (un café con leche y cuatro galletas maría), se abrigó convenientemente y dirigió sus pasos hacia el objeto de sus deseos: el parque zoológico.
         Cuando llegó la respiración se le había hecho fatigosa de tanto andar (lo menos treinta metros desde la parada del autobús). Entonces reparó en que había llegado demasiado temprano y aún no esta abierta la instalación. Decidió esperar sentado en un banco de los que había junto a la entrada y, para entretener la espera, sacó de su bolsillo una novela del oeste y comenzó a leer con fruición no sin antes calarse las pequeñas gafas que llevaba siempre encima para aquél menester o para ver bien los precios de los artículos del supermercado.
         Cuando quiso darse cuenta se había leído la novelita entera y ya estaban a punto de cerrar el zoológico por lo que sacó la entrada y se introdujo encaminando sus pasos hacia la jaula del león.  Saltó con miles de dificultades la valla de protección aprovechando un descuido del guarda e introdujo entre los barrotes el medio brazo izquierdo que le quedaba:
         Anda come, Leoncio, que por poco te dejo este mes a dieta.

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