viernes, 27 de junio de 2014

Fernandito



         Era un niño canijo, dentón y sosito, un verdadero “malaje” pero cuando se hizo mayor consiguió ser, además, feo del todo, de esos feos que no los puedes mirar a la cara porque te da miedo de que al verlos de cerca se te pueda pegar algo y que luego no tenga cura.
         Lo cierto es que Fernandito (como le seguía llamando su mamá) creció como si le hubiesen regado por las noches y consiguió tener un tipo de lo más desgarbado posible.
         Fernandito estudió y se hizo “practicante”, sí, lo que luego se llamó ATS y después enfermero y entró a trabajar en un hospital de poca monta en un pueblecito perdido en el mapa y el caso fue que los enfermos sanaban en un periodo de tiempo sumamente corto y es que no podían resistir su presencia. Pedían el alta a las primeras de cambio y se largaban a sus casas para no ver al “feo” como le llamaban todos en el sanatorio.
         La dirección del hospital estaba encantada con él por lo que se ahorraban en atención a los enfermos y sus compañeras enfermeras le colmaban de atenciones para que estuviese lo más a gusto posible y no pidiese un traslado a otro pueblo o ciudad.
         Tantas eran las zalamerías de que era objeto por parte de sus colegas que empezó a creerse el “rey del mambo” y a soñar con cuál de ellas se casaría supuesto que pensaba que todas estaban enamoradas de él y tenía que elegir bien para no arrepentirse en el futuro.
         Dicho y hecho, Fernandito comenzó a realizar su casting secreto y se decidió por Angelita que no era ni la más guapa ni la más fea, ni la más joven ni la más vieja, ni la más alegre ni la más triste, ni la más simpática ni la más desagradable, y sin pensárselo dos veces se lo soltó en medio del pasillo.
         Pero Fernandito consiguió articular después de reponerse de la primera impresión yo no me puedo casar contigo.
         ¿Y a quién me recomiendas entre las demás? Preguntó en un arranque de estupidez supina.
         Pues a ninguna, no ves que todas somos monjas.

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