María
había cambiado mucho en los últimos veinticinco años. Había retocado tanto su
anatomía que poco o nada tenía que ver con aquella chica delgaducha que se fue
a Buenos Aires cuando destinaron allí a su padre como agregado comercial de la
Embajada. Ahora, a través de una red social, una antigua compañera del
Instituto la había localizado en Estados Unidos, donde residía desde unos años
atrás, y por esa razón estaba bajando del avión para reunirse con sus
compañeros y compañeras y celebrar el veinticinco aniversario de su graduación.
Le
habían dicho que Paco Morales, el “ligón del Insti”, era el encargado de ir a
recogerla al aeropuerto.
Buscó
entre la gente que había en la terminal para tratar de identificarle aunque
dudaba mucho que pudiera hacerlo después de tanto tiempo. Miró y remiró por si
había alguien que llevase un cartel con su nombre pero nada, no había carteles,
bueno sí, allá casi al final, un tipo no dejaba de mirarla: gordo, calvo, con
un traje gris arrugado y zapatos marrones. ¡Qué lástima!, pensó, ¡hay que ver
como había cambiado con el tiempo el chico que se las llevaba a todas de calle
y por el que suspiraba alguna que otra profesora joven y también otras menos
jóvenes!
En
estas disquisiciones andaba cuando escuchó que alguien a su espalda la llamaba
por su nombre:
“¡María!”
Se
volvió rápidamente y se encontró a un señor que estaba pero que muy bien, con
el pelo un tanto canoso que hacía un
juego perfecto con sus preciosos ojos grises y lucía una barba bien
cuidada que enmarcaba perfectamente aquella sonrisa encantadora que nunca había
podido olvidar. Se dirigió de nuevo a ella para decir:
“Ya
sabía yo que eras tú aunque de frente no te hubiera reconocido…”
a veces creemos que somos nosotros los únicos que no cambiamos... pero si cambiamos y muchísimo.... y no solo el aspecto físico, sino nuestro ser más interno.....
ResponderEliminarcreo que me he liado un poco, no?
besos