jueves, 13 de noviembre de 2014

Un pupilo “muy amable”



         Doña Mercedes era viuda de un sargento del cuerpo de Carabineros. Una ridícula pensión, una casa en su pequeña ciudad y una hija preciosa aunque un poco simple fue todo lo que heredó de su difunto esposo.
         La pobre mujer hacía juegos malabares con el dinero para poder llegar a fin de mes y envidiaba la suerte de doña Apolonia su vecina quien tenía un pupilo y con lo que le cobraba por la comida y la habitación vivía sin estrecheces habida cuenta que percibía una pensión aún más escuálida si esto era posible ya que su marido había sido guardia raso de la Benemérita.
         Un día en que doña Mercedes se afanaba en la cocina tratando de hacer una sopa con el mismo hueso de jamón que había venido utilizando toda la semana, sonó el timbre de la puerta. Se limpió las manos en el delantal y miró por la mirilla para ver de quién se trataba. Un varón de unos treinta años estaba al otro lado de la puerta esperando que le abriera.
Buenos días, dijo en cuanto doña Mercedes abrió una rendija de la puerta.
Vd. me dirá, respondió ella sin dejarse ver.
Me han dicho que aquí alquilan una habitación
Aquella frase le sonó a doña Mercedes como si la entonaran los coros celestiales y abrió la puerta de par en par mientras le afloraba una sonrisa de oreja a oreja.
Por supuesto que sí, joven, pero pase, no se quede ahí que en la salita podremos hablar con más comodidad.
         Saltaré los pormenores del asunto porque el joven que se llamaba Rosendo y la desde ahora su patrona, doña Mercedes, llegaron a un acuerdo como no podía ser de otra manera.
         Le adjudicó la habitación de su hija que tenía un balcón a la calle y la chica pasó a dormir en la habitación del fondo del pasillo que daba a un patio interior.
         A partir del segundo mes de permanencia del pupilo en la casa, éste comenzó a llegar con alguna fruslería para obsequiar a su patrona: Una cajita de bombones, un pañuelito bordado, un ramillete de violetas,…
         Tan obsequioso se volvió Rosendo que doña Mercedes comenzó a plantearse si no la estaría galanteando y cada día se fue mostrando más cariñosa con él tanto es así que una noche después de haber dado cuenta de una botella de champán que había aportado el pupilo, doña Mercedes, envalentonada por la ingesta de alcohol, se puso un camisón cortito y transparente de esos que llaman “picardías” y, cuando el silencio se adueñó de la casa, se dirigió de puntillas a la habitación de Rosendo pensando meterse subrepticiamente en su cama para compensar los regalos de su supuesto enamorado.
         En el momento de ir a abrir la puerta escuchó atentamente y pudo oír a Rosendo que decía:
Merceditas, ¿tú estás segura de que le echaste el somnífero a tu madre en la copa de champán?

1 comentario:

  1. ainsssss.... que pena... a ciertas edades un desengaño de esos puede traer consecuencias muy graves....
    besos.

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