sábado, 20 de diciembre de 2014

Un asalto con dudoso beneficio



La tarde languidecía lentamente cuando Joaquín escuchó el traqueteo de un desvencijado carromato que no tardó en aparecer por el recodo del camino. Un pequeño borriquillo tiraba con mil fatigas de una carga a todas luces excesiva para él. Un individuo, subido sobre la carga, restallaba su látigo por encima de las orejas del jumento que parecía iba a caer al suelo exhausto de un momento a otro.
Joaquín cubrió su rostro con el pañuelo y se colocó en medio del camino haciendo ademán al otro para que se detuviera.
¡Alto! ¿Quién va?
¿Y quien lo pregunta? Respondió el del carro.
Alguien que a ti no te importa masculló encañonándole con el trabuco. ─ Baja del carro, suelta el burro y date prisa en perderte de mi vista antes de que me arrepienta y te pegue un tiro.
El fulano no se hizo repetir la orden y en un pispás soltó al burro y salió corriendo como alma que lleva el diablo.
El bandolero registró la carga y, viendo que no había nada que pudiera interesarle, montó en el burro y se marchó en dirección contraria.
─ No cabe duda, hermano ─ comentó dirigiéndose al burro ─ que tú has salido ganando más que yo con este asalto porque ahora llevas una carga más liviana.

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