sábado, 7 de febrero de 2015

Suena la campana



         Muy a su pesar tuvo que reconocer que no debía haber emprendido el camino tan tarde. Sus amigos le advirtieron que no le daría tiempo de llegar antes de que se hiciese de noche pero su proverbial cabezonería le hizo tomar la decisión equivocada. No era la primera vez que hacía caso omiso a los consejos de los demás y, seguramente, no sería la última, a menos que… no, seguramente no sería la última, pensó para sí tratando de alejar malos augurios.
         Decían que en aquél bosque moraban espíritus malignos que devoraban a quien se aventurase en él durante la noche, pero no,… todavía no era de noche y, además, ella no creía en los espíritus y demás zarandajas que sólo existían en las mentes incultas de los habitantes de aquella aldea donde había pasado las vacaciones de Navidad.
         Quería llegar al apeadero del ferrocarril que se encontraba al otro lado del bosque, a unos cinco kilómetros de la aldea, para tomar el tren de las siete y dirigirse a su casa. Había pasado una semana en casa de sus tíos y, la verdad sea dicha, le había venido de perlas para descansar y despejar su cerebro que tenía medio embotado de tanto estudiar para preparar las oposiciones.
         El sol se iba poniendo lentamente y la oscuridad iba ganando terreno a la luz del día que acababa. Debía de estar muy cerca de la estación porque, aun llevando a cuestas su mochila, había caminado todo lo deprisa que era posible.
         Por fin, cuando el atardecer estaba a punto de convertirse en noche, el bosque se aclaró y pudo divisar el edificio de la estación a menos de cien metros. Miró su reloj, eran las siete menos cinco minutos, y un suspiro de alivio se escapó de su boca: había llegado justo a tiempo.
         Entró en la pequeña sala de espera apenas iluminada por la mortecina luz de una bombilla llena de mugre y telarañas y buscó la ventanilla para comprar el billete. Estaba cerrada a cal y canto y, aunque golpeó para que la atendiese alguien, no obtuvo respuesta. Miró a su alrededor y entonces descubrió el cartel:
         “Los viajeros para el tranvía de las siete de la tarde tendrán que sacar sus billetes en el tren”.
         Así rezaba el anuncio escrito con letras mayúsculas medio borrosas.
         Se dispuso a esperar y, de pronto, sonó la campana del andén avisando de la llegada del convoy, pero (se sobresaltó) ¿quién hace sonar la campana?

1 comentario:

  1. están cn un reloj programable. ... ya haber mucho q dejé de creer en fantasmas
    besos

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