domingo, 1 de febrero de 2015

¡Vaya mañana!



El viento no había dejado de soplar con fuerza durante toda la noche. La lluvia hizo acto de presencia al amanecer y sus gotas acompañaban a las rachas de viento azotando las casas y las calles. El agua lavaba las aceras y el viento barría las hojas que no cesaban de caer y que, en un círculo vicioso, llenaban el suelo para que la siguiente ráfaga volviese a llevárselas dejándolo todo limpio por un instante.
Angélica tiró el paraguas destrozado y se envolvió lo mejor que pudo en su abrigo para intentar protegerse de la mojadura que, si no lo remediaba nadie, iba a ponerla como una sopa en menos tiempo del que necesitaba para llegar a la parada del autobús donde podría cobijarse.
Un relámpago iluminó la calle que comenzaba a aclararse con el alba y el horrísono trueno que siguió pareció ser la señal de algún ser superior que hizo parar la lluvia de inmediato al par que el viento se calmaba. Las nubes se disolvieron dejando paso a un cielo azul que se iba iluminando más y más a medida que la luz del sol iba expulsando a las tinieblas.
Angélica no podía dar crédito a lo que sus ojos le mostraban. Aquello no podía ser verdad, seguramente estaba soñando, pero no, el sonido del claxon de un automóvil que casi la atropella, le hizo tomar conciencia de que aquél extraño fenómeno meteorológico estaba sucediendo en realidad y en ese mismo instante.
La parada del autobús estaba ya a menos de cincuenta metros. Fue llegar a ella y el ómnibus se presentó de inmediato. Subió, pagó su billete al conductor y ocupó uno de los asientos que estaban vacíos. Mientras se sacudía las gotas de su abrigo miró a su alrededor y su sorpresa fue mayúscula: todos los viajeros vestían ropas de verano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario