Tenía una edad indefinible pero pienso
que estaba más cerca de los sesenta que de los cincuenta. Su piel era oscura
como si el sol la hubiera tiznado después de miles de horas de estar con el
torso desnudo faenando en su barca. La cara surcada por tantas arrugas que era
difícil descubrir cómo serían sus facciones antes de envejecer.
Todas las mañanas sacaba el copo en la
playa de “La Voladilla” donde los vecinos de la zona iban con sus cubos a
comprarle el pescado que estaba fresco y casi vivo y que vendía a cálculo
porque no tenía nada para pesarlo.
Cierto día, con un poniente soplando a
más no poder, al tratar de acercar su barca a la orilla un golpe de mar la
volcó y el tío Miguel se agarró como pudo al casco que flotaba sin soltarse
hasta que la mar arrojó la barca sobre la arena con riesgo de haber muerto
machacado por la embarcación.
Cuando le preguntamos el porqué no
soltó la barca, el tío Miguel nos miró como dudando qué debía contestarnos y,
al final, mirando al suelo dijo con su voz ronca: No sé nadar.
Me ha gustado mucho la entrada, porque me parece que describe mucha naturalidad.
ResponderEliminarMe he sentido como leyendo un libro, y eso me gusta.
Gracias por tu comentario
Desgarrando la garganta en http://albordedetucama.blogspot.com.es/
M.
me lo lei todo no sabia que bien escribias
ResponderEliminarViniendo de tí el piropo, la satisfacción es doble, Besos
Eliminargracias jose
ResponderEliminarpoeta
gracias te siento cerca