Frente al estanco de la abuela de
Miguel, es decir, al otro lado de la carretera, se encontraba un minúsculo bar
que regentaba la Antonia. Tenía un hijo que era feo de asustarse y, además,
tenía unas gafas con cristales de “culo de vaso” que contribuían a resaltar más
si cabe su poco agraciada cara. Como los chavales éramos crueles por naturaleza
le apodamos Pepe “el Bello” con toda la ironía del mundo.
La Antonia y la estanquera no podían ni
verse porque ambas se repartían la exigua parroquia que había por los
alrededores y, sobre todo, ahora que habíamos llegado turistas para vivir en
verano en la única urbanización que había en varios kilómetros a la redonda.
Ella vendía la cerveza Cruz Campo y
ponía una tapita (enana) con cada botellín. Esto, unido a que estaba mejor
situada (en la puerta de la urbanización) la hacía triunfar en el verano aunque
en invierno la cosa cambiaba porque la otra tenía tabaco y ya se sabe, después
de cruzar la carretera para comprarlo, se tomaban allí la cervecita.
La
Antonia tenía un grano en la nariz que casi siempre estaba reventado lo que la
hacía bastante repulsiva aunque la mujer era amable y de lo más cariñoso (no
había más remedio que darle un beso cuando llegábamos y otro cuando volvíamos a
Córdoba).
a veces, los adultos obligamos a los niños a cosas que no quieren... desde luego yo no besaría a la Antonia... jajajajajajaja
ResponderEliminarbesos.