viernes, 28 de agosto de 2015

Un descuido mortal



Había pasado durmiendo toda la noche aunque esto no era propio de él pero el cansancio acumulado durante dos días en los que varias veces había sentido muy cerca la presencia de sus perseguidores le había hecho caer rendido debajo de aquellos matorrales cerca del arroyo.
Despertó con las primeras luces del día y se desperezó lentamente notando como cada uno de sus músculos iba renaciendo a la vida en aquella luminosa mañana del mes de abril.
Sintió en sus entrañas el mordisco del hambre. Llevaba tres días al menos sin comer absolutamente nada y eso era ya un ayuno demasiado prolongado para lo que solía.
Se puso en marcha sin dejar la espesura y moviéndose sin demasiada prisa para no delatar su presencia ante posibles miradas de sus acosadores. Tendría que buscar algo que echarse al estómago antes de que las fuerzas le abandonaran definitivamente pero sabía que aún tenía suficiente energía para la lucha cuerpo a cuerpo que tendría que librar con el posible objeto de su cacería.
Se detuvo y, entre las ramas de la floresta, observó el claro del bosque que se extendía ante si. Una cabra pastaba tranquilamente a unos veinte metros de su lugar de observación. No había nada que delatase la presencia de seres de ningún tipo que pudieran representar un peligro pera su integridad.
La cabra no había sentido su presencia por lo que seguía pastando sin alterarse. Calculó el tiempo que necesitaba para plantarse sobre de ella antes de que el herbívoro pusiera pies en polvorosa y dibujó mentalmente el recorrido que debía seguir para capturar a la insensata que no parecía darse cuenta de lo que estaba a punto de venírsele encima.
Salió como un rayo al claro del bosque y rápidamente se abalanzó sobre la cabra pero, cuando daba el último salto para capturarla, el suelo se hundió bajo sus pies y cayo al fondo del  agujero de más de cinco metros de profundidad y por cuyas paredes escarpadas era imposible trepar: él, que presumía de ser el más inteligente de aquellos andurriales, había caído en una trampa.
Cuando miró por enésima vez hacia arriba, el corazón se le encogió, escuchó claramente los pasos del cazador de tigres que se acercaba para rematarle.

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