sábado, 12 de septiembre de 2015

Impensable



No pudo negarse a complacer los deseos de aquella gente que le había salvado la vida cuidándole durante semanas, pero estaba prácticamente seguro de que su viaje no iba a ninguna parte.
Caminó siguiendo los pasos del astro rey y, cuando éste llegó a su ocaso, se detuvo y buscó refugio para pasar la noche. Calculaba que habría hecho unos veinte kilómetros aquella tarde. A ese ritmo tardaría al menos un día entero en llegar a su destino.
Aquella noche los sueños volvieron a visitarle como antaño. Un torbellino de imágenes, aparentemente inconexas, le martillearon el inconsciente mientras dormía dejándole en un estado de angustia tremendo cuando despertó sudoroso con los primeros rayos del sol.
Se refrescó en un arroyuelo cercano y comió algo de lo que llevaba en la mochila antes de reanudar el camino.
A la caída de la tarde se encontraba a las puertas de la pequeña ciudad que era su destino. Busco un lugar donde alojarse y se informó de dónde se celebraba el mercado.
Aunque el jergón no era demasiado cómodo, le supo a gloria pues llevaba mucho tiempo durmiendo en el suelo. Se levantó con las claras del día y se dirigió rápidamente al mercado. Compró todas las especias que le habían encargado y se tomó un buen desayuno en un cafetín que estaba próximo.
El camino de vuelta fue más lento puesto que iba cargado y tenía que descansar cada cierto tiempo, pero al cabo de tres días estaba a la vista de la empalizada que protegía la pequeña aldea de donde había salido hacía casi una semana.
Antes de que llegase a la puerta, ésta se abrió dando paso a un nutrido comité de recepción formado por el jerife, el hechicero y los ancianos de la tribu.
Le acompañaron hasta la choza que había ocupado durante su larga convalecencia y allí les entregó los saquitos con las especias. Fumaron aquella pipa apestosa sentados en círculo y, poco a poco, los ancianos se fueron retirando. Observó alguna que otra sonrisa maliciosa en quienes se marchaban pero pensó que sería fruto del colocón que estaba cogiendo con el fumeteo de aquellas hierbas de olor tan raro. Cuando el jerife se marchó acompañado del hechicero, su cabeza le daba vueltas y se quedó sumido en un sopor hasta entonces desconocido.
Cuando despertó se encontró desnudo, atado de pies y manos dentro de una gran olla y rodeado de todas las especias que había comprado. Alguien dio una orden y comenzaron a llenar la olla con agua caliente…

1 comentario:

  1. a mi si me tienen que cocinar que le pongan un poco de picante al asunto...
    besos.

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