miércoles, 22 de febrero de 2017

Persecución interrumpida



Miraba hacia atrás sin interrumpir su carrera y es que su perseguidor no le daba tregua desde hacía ya bastantes minutos. Ángel era un chico de dieciséis años que lo único malo que había hecho era coger una manzana del puesto de frutas de la esquina, pero, cuando el dueño del establecimiento lo vio, salió corriendo tras él gritando como un loco aquello de “Al ladrón, al ladrón”.
Cruzó la calle raudo como una centella y esquivando a duras penas los vehículos que circulan por ella a esas horas de máxima densidad de tráfico. Su perseguidor no se arredró y se zambulló también entre el tráfico rodado arrancando una nueva sinfonía de bocinas igual a la que había producido su predecesor.
En medio del vértigo de la persecución, la mirada del muchacho se encontró con la de Laura, una chica a la que estaba cortejando en el Instituto desde hacía unas semanas sin éxito aparente. Ángel detuvo su carrera al llegar a la altura de la chica y, gentilmente, le ofreció la manzana que ella acogió con una sonrisa que casi hizo que el joven se derritiera.
El frutero estaba ya a punto de alcanzar al muchacho cuando éste volvió la vista atrás y, sin despedirse siquiera de la chica, continuó su carrera con renovadas energías desapareciendo de la vista de su perseguidor al escabullirse entre una grupo de japoneses que, cámara en ristre, fotografiaban todo lo que se ponía al alcance de sus objetivos.
Ángel respiró tranquilo mientras iba relajando poco a poco el ritmo de su carrera: Laura y la manzana estaban a salvo de su perseguidor.

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