lunes, 1 de mayo de 2017

Seguir soñando



La lluvia lamía los cristales perezosamente, como si no tuviera ningún interés en mojarlos. El fuego de la chimenea crepitaba cada vez que una gota de lluvia se colaba por el tiro que había perdido el sombrerillo con el vendaval de la noche anterior. Ahora que el viento había cesado dando paso a una calma sólo rota por el tenue goteo de la llovizna, nadie podría hacerle creer que la tormenta había sido terrible durante la noche y gran parte de la tarde anterior.
Emilio escrutó pensativo el rostro de su interlocutor y no dijo ni palabra, estaba seguro de que, si le daba su tiempo, él le contaría todo con pelos y señales sin tener que sonsacarle nada.
Al fin, al cabo de un silencio de cinco minutos que le parecieron eternos, Rodrigo comenzó a contarle todo lo que sabía de la casa. Le dejó hablar durante casi media hora hasta que su vuelta al silencio le indicó que había terminado el relato.
La verdad era que no le había aportado apenas nada nuevo pues su abuelo ya le contó lo que sucedía allí desde que su familia llegó al pueblo y se instalaron en aquella casa de las afueras que habían heredado de un pariente lejano y casi desconocido y, sobre todo, las caras que ponían los vecinos cuando preguntaron por la casa que los lugareños conocían como “la casa del rayo”.
Despidió a Rodrigo y le dio las gracias por haberle cuidado las plantas del jardín mientras que había estado en casa de su hermana para el funeral. Subió los escalones despacio y, cuando llegó a su habitación, se tumbó en la cama boca arriba y se quedó dormido para seguir persiguiendo el sueño que dejó inacabado dos noches atrás.

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