jueves, 31 de agosto de 2017

La carta



Adolfo y el cura se miraron como para decirse sin palabras lo que era evidente a todas luces, que tenía que tratarse de noticias sobre María.
El notario hizo un inciso, tomó aire y continuó su parlamento:
─ Esta mañana me ha llegado un envío postal con dos cartas dentro, una dirigida a mí y otra para don Adolfo a quien voy a hacer entrega de ella en cuanto les lea la misiva dirigida a mi persona que dice así:
“Muy señor mío:
En respuesta a la carta que Vd. me remitió el pasado lunes le confirmo que mi estado civil es el de soltera, lo cual espero que tranquilizará sobremanera a mi tío Matencio que supongo habrá sufrido con la duda durante todo este tiempo.
He de confesarle que yo sabía que mi prima Lucía estaba casada pero fui cobarde y no la delaté. Hablé con ella para tratar de disuadirla de que siguiera con el engaño pero fue imposible, ella me dijo que al final se sabría todo pero mientras tanto quería aprovechar para sacarle algo a don Adolfo.
Estoy profundamente avergonzada de mi actitud que no casa en absoluto con mi forma de ser.
Le envío otra carta personal para don Adolfo donde le doy toda clase de explicaciones. Hágasela llegar a la mayor brevedad posible.
Apenada, avergonzada y agradecida le saluda atentamente. María”.
Como quiera que Adolfo no hizo intención de leer su carta, los demás entendieron que quería leerla a solas. No obstante el notario se dirigió al joven y le dijo:
─ Espero que tendré noticias suyas para saber a qué atenerme en lo tocante al testamento de su señora madre. Ya sabe que queda menos de un mes para que se cumpla el plazo.
─ No se preocupe que, a la mayor brevedad, tendrá la información que necesita… y Vd. también, don Matencio, no crea que le olvido.
Salió escopeteado hacia su casa y, cuando entró, se encerró en el estudio después de indicar a Pepa que no estaba para nadie.
La pobre Pepa se quedó con la palabra en la boca pues llevaba todo el rato esperándole para preguntar sobre el asunto.
Adolfo abrió el sobre y sacó el único papel que había dentro. Comenzó a leer:
“Apreciado señor:
La verdad es que no sé muy bien cómo comenzar esta carta una vez sabido por Vd. la traición que supone el haberme callado lo de mi prima Lucía.
Sí quiero decirle que no he tenido ni tengo la intención de engañarle porque esa no es mi forma de ser y tampoco creo que Vd. se lo merezca pues le tengo por una persona buena y generosa o, al menos, eso es lo que me ha trasmitido mi tío Matencio.
Sé que el señor notario no les habrá leído el párrafo en el que explico que no me quiero casar con Vd. por el mero hecho de que así lo haya querido su madre, al fin y al cabo no nos conocemos de nada y sería una aventura innecesaria tomar el camino del matrimonio para desembocar quizás en un desastre del que saliéramos los dos perjudicados. A lo mejor, en un futuro, si nos conociéramos verdaderamente podríamos llegar a convertirnos en marido y mujer pero eso no pasará en el mes escaso que queda para que se cumpla el plazo que daba su madre en el testamento.
Espero que esta negativa mía, junto con el descubrimiento del estado civil de mi prima, sean justificación suficiente para dejar sin efecto la manda de su señora madre.
Deseando que comprenda mi situación le saluda afectuosamente. María.

miércoles, 30 de agosto de 2017

La cita del notario



Los días siguientes fueron para Adolfo un auténtico martirio por las sensaciones encontradas a las que su espíritu se sentía sometido. Por una parte, no le parecía del todo mal el casarse con María, la chica era monísima y algo más joven que él, nada que ver con su prima Lucía que lucía un cuerpo amorfo y sin los atributos que suelen atraer la atención de los hombres. Pero, por el contrario, no le apetecía en absoluto tener que casarse por precepto materno sin que nadie le hubiera pedido su opinión al respecto.
Estaba leyendo las versiones digitales de sus diarios preferidos cuando escuchó que sonaba el timbre de la puerta. Sintió los pasos de Pepa que se dirigía a abrir.
Pepa abrió la puerta y se encontró de manos en boca con el muchacho que hacía los recados de la Notaría:
─ Esta carta la envía mi jefe para el señor marqués y es muy urgente ─ Fue lo primero que dijo alargando un sobre a Pepa.
─ ¡Qué marqués ni que ocho cuartos, idiota! ─ Le increpó la fámula. ─  Don Adolfo no es marqués ni nada de eso, es… pues don Adolfo y basta.
─ Verá… yo… ─ tartamudeó el mensajero ─ como todos en el pueblo le dicen “el Marquesito”…
─ Eso son tonterías de gentes analfabetas, y baje la voz que si se entera que Vd. le ha llamado así…
Recogió el sobre y le dio con la puerta en las narices al chico que aún seguía con la boca abierta y cara de tonto.
─ Adolfito,… perdón, don Adolfo, acaba de llegar esta carta del señor notario y según parece debe ser importante porque el que la ha traído ha dicho que era urgente.
─ Pepa, por favor, no me digas Adolfito que tengo ya casi cuarenta años. Dame la carta.
Pepa rezongó algo por lo bajini en referencia a lo de Adolfito y se perdió por la galería que daba al patio.
El sobre sólo contenía un breve mensaje de don Lionel citándole en sus oficinas a las seis de la tarde.
Es de suponer que Adolfo debía estar que se subía por las paredes pero voy a dejar que el tiempo transcurra hasta el momento en que Adolfo y don Matencio, el cura, estaban reunidos de nuevo con el notario. Esto sí parece ya una verdadera novela.
─ Pues bien, mis queridos amigos ─ Comenzó el notario ─ supongo que estarán intrigados por el motivo de mi citación

martes, 29 de agosto de 2017

Compás de espera



El reloj del Ayuntamiento comenzó a desgranar su letanía de doce campanadas cuando Adolfo llegaba a las puertas de la Notaría. Ocupaba ésta una antigua casona de dos plantas que, según decían, habría pertenecido a la familia del Marqués del Balconcello durante siglos y ahora, una vez comprada por el Ayuntamiento y remozada, formaba parte del Patrimonio Municipal que se la tenía alquilada al señor Notario.
Miró en dirección a la casa parroquial que estaba adosada al edificio de la iglesia y vio venir a buen paso a don Matencio que llegaba “con la hora pegada al culo” como suele decirse por estos lares. Esperó a que el clérigo llegase y juntos penetraron en las oficinas de don Lionel, el notario.
Una vez en el despacho, don Matencio tomó la palabra para explicar cómo la “lagarta” de su sobrina Lucía le había tenido engañado acerca de su estado civil, Dios sabe con qué negras intenciones.
Don Lionel no tuvo dudas al respecto y declaró con su voz engolada que la primera parte de la manda era imposible de cumplir pues ya sea muerta o casada, Lucía dejaba de ser candidata al matrimonio con Adolfo. Habría que pasar turno comunicárselo a la segunda sobrina del cura, esto es, a María.
Este era un buen momento para recapitular y ver la historia con perspectiva con el fin de ir definiendo el final, así que se levantó de su silla de trabajo y se dirigió a la cocina canturreando esa melodía que se metía por todos los resquicios desde hacía unos meses: “Despacito… “.
Se preparó un opíparo desayuno para reparar el desgaste fruto de la elaboración literaria y se sentó a dar cuenta de él mientras escuchaba en la radio las últimas noticias.
Notario, Cura e Interfecto quedaron pues de acuerdo en que sería el fedatario el encargado de comunicar la noticia a la señorita María Fina.
Adolfo se despidió de don Matencio en la misma puerta de la Notaría y se dirigió a su casa donde hizo un sucinto relato a Pepa de lo sucedido, más que, porque tuviera necesidad de informarla, por ver si a la fámula se le ocurría alguna idea para solucionar la papeleta dado el buen tino que tuvo para descartar a la primera candidata, pero Pepa no dijo ni “mu”, asintió indicando que se daba por enterada y se fue a la cocina para seguir con la preparación del almuerzo.

lunes, 28 de agosto de 2017

El segundo problema



Mientras almorzaba su cabeza no dejaba de buscar soluciones. ¿Y si se casase con la otra sobrina del cura sin más ambages? Así todo quedaría solucionado pero ¿cuál sería el camino para que el protagonista se convenciera de ello?
“No, no y no, ¿no habíamos quedado en que había que dejar libres a los personajes para que ellos decidieran por sí mismos?” se recriminó. Sería mejor dormir una siestecita y luego continuar con la novela.
Soñó el principio del desenlace:
Adolfo sintió una punzada en el cerebro al escuchar las palabras del sacerdote. Seguía abocado a una situación que no deseaba…
Acompaño al clérigo hasta la puerta y allí le despidió conviniendo con él que deberían verse en la Notaría al día siguiente.
¿Quiere Vd. que le prepare algo para cenar?  La voz de Pepa le sacó de sus pensamientos.
Pues sí, Pepa, lo mejor será cenar temprano y meterme en la cama para descansar que mañana será otro día.
Despertó de pronto como si ya fuese hora de levantarse y se sorprendió porque sólo eran las cuatro de la madrugada. Pensó en volver a acostarse pero al fin decidió levantarse y escribir lo que había soñado.
La luz de la mañana entraba a raudales por la ventana cuando Adolfo abrió los ojos. Consultó el reloj de la mesita de noche y observó que eran ya las diez de la mañana.¡Había dormido casi doce horas sin parar! Tenía que prepararse para acudir a la Notaría… Pero no había quedado a ninguna hora… Desayunaría y llamaría a don Matencio para concretar.
Tras una breve conversación telefónica con el cura quedaron citados a las doce del mediodía puesto que don Matencio ya había solicitado la reunión con el notario a esa hora.
Ahora sí podría transcribir uno de los párrafos que había dejado abandonados al comenzar a escribir su novela:
Siempre había pensado que no debía eternizar las esperas porque sólo podría conseguir desasosiego e incertidumbre cuando lo que necesitaba su espíritu era embriagarse con el éxito para, de una vez por todas, dejar atrás el periodo de frustración en el que se encontraba inmerso desde hacía la lectura del testamento.
Releyó varias veces el texto y le hizo pequeñas modificaciones hasta que quedó contento con el resultado. Y ahora quedaba darle solución al segundo problema: María Fina.

domingo, 27 de agosto de 2017

Parte de la solución



Don Matencio y el deseado correo electrónico de la Agencia de Detectives llegaron al unísono a casa de Adolfo. Fue sonar el timbre de la puerta y aparecer el informe en la bandeja del e-mail, de tal manera que Adolfo no pudo echar ni un vistazo siquiera antes de que el cura hiciera su aparición en el estudio seguido de Pepa.
─ Bien, aquí estoy, ─ dijo un tanto malhumorado el sacerdote. ─ ¿Qué tripa se te ha roto para que me hagas venir con tantas prisas?
─ Buenas tardes, don Matencio, tome asiento y discúlpeme por haber sido tan vehemente, pero creo que el asunto merecía las prisas.
─ Pues dime, dime, que soy todo oídos ─ dijo el párroco tomando asiento mientras Pepa hacía ademán de abandonar la habitación.
─ No se vaya, Pepa, que Vd. también debe ser parte de la solución. ─ Y volviéndose hacia el cura comenzó. ─ Este es un correo electrónico que acabo de recibir de una Agencia de Detectives que contraté esta misma tarde… 
─ ¿Y para leerme un correo electrónico me hace venir?
─ Poco a poco, don Matencio, que la cosa tiene miga y se refiere a una de sus sobrinas, la tal Lucía con la que debería casarme según deseo expreso de mi madre…
─ Muy buena, limpia y hacendosa que es la chica. ─ Comentó el clérigo.
─ Sí, sí,  no lo dudo, pero aquí dice que está casada desde hace seis años y, amén de su marido, tiene un hijo de cinco.
La cara del cura era como un arco iris, primero se puso lívido y luego fue pasando por el amarillo y el verdoso hasta llegar a un rojo encendido:
─ ¡¡Cómo!! Pero eso es imposible. Si a mí no me ha dicho nada y soy su tío. Tráigame un vaso de agua, Pepa, que estoy al borde del infarto. ─ Suplicó con un hilo de voz.
Pepa salió corriendo hacia la cocina para traer el vaso de agua mientras el párroco trataba de digerir la noticia que Adolfo le había endosado a bocajarro.
─ Pero, pero,… ¿eso es verdad? ─ Consiguió articular don Matencio.
─ Totalmente.
─ ¿Pero cómo se le ocurrió contratar a una agencia?
─ Porque Pepa me manifestó una sospecha que le había comunicado accidentalmente una antigua compañera de mi difunta madre.
─ Doña Conce. ─ Terció Pepa que acababa de volver de la cocina.
─ No hace falta dar nombres, Pepa. ─ Gruñó Adolfo enfadado.
─ Pues si esto es cierto, y ya no me cabe la menor duda, ─ intervino don Matencio ─ Vd. queda liberado de casarse con Lucía… pero tendrá que contraer matrimonio con mi otra sobrina, María.
Ahora tendría que pensar cómo solucionar la segunda parte del problema, pero sería después de comer y descansar un poco.

sábado, 26 de agosto de 2017

Aclarando el futuro



Su corazón latía como un caballo desbocado. Al fin estaba seguro de la verisimilitud de su relato y comenzaba a compartir emociones con su personaje.
Adolfo se quedó de una pieza después de haber escuchado a Pepa. Su pulso se aceleró y sintió sus sienes golpeando a la vez que su corazón se disparaba:
─ Pero,… pero, Pepa,… pero esto es la solución de mis males, Pepa de mi alma. Manda aviso al señor cura y dile que quiero que venga a casa para decírselo. Pero tú no le anticipes nada.
Pepa salió como un tiro en dirección a la casa parroquial para dar cumplimiento a las órdenes del joven y antes de que pasase media hora estaba de nuevo en la casa comunicándole a Adolfo que don Matencio vendría después de la misa de ocho.
Mientras esperaba la visita del sacerdote, Adolfo no perdió el tiempo y, a través de Internet, contrató los servicios de un detective privado que averiguase todo lo posible y a la mayor brevedad sobre la señorita Lucía Basta que vivía en el barrio Nuevo de la Capital de la provincia.
A media tarde le pidió a Pepa que le hiciese una tila porque su estado de excitación iba en aumento. Sea por el efecto de la infusión o por la música relajante que puso en su equipo de música, el caso fue que se quedó dormido y sólo despertó cuando, a eso de las ocho y cuarto, sonó el teléfono y Pepa de comunicó que le llamaba un tal Fuentes de una agencia de “no sé qué” privados.
Dio un respingo y se puso al teléfono:
─ Sí, dígame, soy Adolfo Pérez de la Caza. ─ Dijo presa de un nerviosismo que le hacía temblar la voz.
─ Bien, es para decirle que la señorita en cuestión no es tal señorita sino que es señora desde hace seis años nada menos. Le enviaremos el informe por e-mail si le parece bien.
─ Estupendo, ─ contestó Adolfo y cortó la comunicación. ─ ¡Caray, se me olvidó darle las gracias!
Se sentó delante del ordenador y esperó impaciente la llegada del correo electrónico.
¡Vaya subidón!, Ahora sí que la novela casi se me ha ido de las manos. Mis personajes están haciendo la historia por sí mismos. Mejor será descansar un poco y seguir escribiendo más tarde, dijo para sus adentros. Cogió la gabardina y el paraguas y salió a dar un paseo bajo la lluvia.

jueves, 24 de agosto de 2017

Toma de decisiones



“La constancia y la perseverancia son el origen de las mejores historias”. “El escritor debe enfrentarse a la hoja de papel en blanco cada día”. Eran consejos que afloraban a su memoria y que le daban un acicate nuevo para seguir trabajando en su novela.
El cerebro de Adolfo era un hervidero de ideas encontradas. Salió de la Notaría acompañado de Pepa y sin despedirse de nadie. Estaba totalmente abrumado por lo que acababa de escuchar de boca del Notario y necesitaba estar a solas y en su casa para poner orden en su cabeza y pensar con claridad en lo que se le venía encima. Estaba claro que, ni de lejos, se habría podido imaginar el “regalito” que su difunta madre le había legado.
Dado que la Notaría no estaba lejos de su domicilio, no tardó ni quince minutos en estar encerrado en su estudio después de darle orden a Pepa de que no le molestara nadie.
Ahora había llegado el momento de ordenar sus pensamientos y comenzar a pergeñar el plan a seguir para evitar males mayores y salir indemne de aquél trance.
Cuando, después de varias horas dándole vueltas al tema, salió de su encierro voluntario se encontró con que Pepa le estaba esperando en la misma puerta del estudio:
─ Señorito Adolfo ─ dijo la buena mujer sin poder contenerse. ─ Tengo una noticia que seguramente le va a ayudar a arreglar el problema.
─ Dime, Pepa, y, por favor, no me llames señorito, me dices don Adolfo o Adolfo a secas cuando no haya nadie delante, que llevamos demasiados años juntos.
─ Pues han venido a darle el pésame doña Pura y doña Conce, ya sabe, las antiguas compañeras de la escuela de cuando su madre era maestra…
─ Ya sé quienes son, pero abrevie que no tengo todo el tiempo del mundo.
─ Bien, como Vd. me dijo que no le molestara nadie, pues les he dicho que estaba sesteando y las he pasado al gabinete de su señora madre para que tomaran un refresco, porque hace una calor…
─ Abrevie, Pepa, abrevie, vaya al grano, por favor, y ahórrese los detalles.
─ Pues nada, abrevio, como Vd. dice. El caso es que me preguntaron por las señoritas Lucía y María que las habían visto en la iglesia y no sabían quiénes eran…
─ Me está Vd. sacando de quicio. Al grano, Pepa, al grano.
─ Eso mismo, al grano. El caso es que les conté lo del testamento…
─ ¡¡Pepa!! ¡¡Por Dios!! ¡Con lo cotillas que son…!
─ Pare el carro, don Adolfo, y cuando termine con el cuento, me riñe Vd. todo lo que quiera.
─ Vale, Pepa, vale. Continúe con el “cuento”.
─ Pues resulta que doña Conce dice que ha visto a la señorita Lucía en la ciudad, en el barrio donde vive su hija…
─ Bueno y  ¿eso es importante?
─ Calle, calle que ahora viene lo mejor. ─ Pepa hizo un inciso para tomar aire y darle más emoción a su discurso. ─ Digo que la vio en el barrio donde vive su hija paseando por la calle con un señor del brazo y un niño de corta edad de la mano.
            Esto ya tenía mejor pinta. Estaba prácticamente seguro de que estaba en el buen camino. Su protagonista estaba cobrando vida a medida que continuaba la narración.

miércoles, 23 de agosto de 2017

La sorpresa de Adolfo



La cara de Adolfo era un poema cuando el Notario terminó de leer el testamento. La sorpresa también estaba pintada en los rostros de las dos jóvenes pero el párroco permaneció inmutable por lo que podría suponerse que era conocedor del contenido, no en vano era el confesor de Doña Luisa y también su único amigo conocido y lo mismo ocurrió con Pepa que también estaría al corriente.
Este era el momento de darle la máxima tensión al relato para enganchar definitivamente al lector y llevarle en volandas a un desenlace sorprendente. Pero ¿cómo? Trató de recordar lo aprendido a lo largo de la infinidad de cursos y talleres que había realizado para intentar convertirse en un verdadero escritor. Nada, fue imposible y, a medida que lo seguía intentando, su nerviosismo se multiplicaba.
¿Sería el momento de incorporar el párrafo aquél de: “Adolfo no sentía una especial atracción por Lucía pero, en vista de que debía hacer caso a los deseos de su madre, tendría que hacer de tripas corazón y casarse con ella…”?
No, decididamente no, aquella actitud conformista no llevaría a ningún final imprevisible. Aquello sólo desembocaría en una historia manida y ramplona. Tenía que buscar un camino alternativo para no caer en la vulgaridad.
¿Y si dejaba en libertad a su personaje para que él decidiese el camino a tomar? ¿No era eso lo que sucedía en la realidad? ¿Pero cómo podría liberar al personaje? ¿Cómo hacerle vivir una vida que en realidad no tenía? Sobre todo ¿cómo hacerle vivir?
Esto era, al fin y al cabo, lo que sus maestros no se cansaban de repetirle: “La historia tiene que ser creíble pero sin dejar de estar llena de vida”.

lunes, 21 de agosto de 2017

El testamento



Los primeros días de su orfandad los pasó Adolfo encerrado en su casa a cal y canto. No salió ni siquiera el domingo para ir a la misa de doce como solía hacerlo con su difunta madre. La llegada de Pepa con una carta del Notario le hizo comprender que, sin más remedio, tendría que abandonar su clausura para acudir a la lectura del testamento de su querida progenitora.
Llegado el día, se desplazó a la Notaría acompañado de su inseparable Pepa que, desde la muerte de Doña Luisa, se había convertido en su sombra protectora.
En la Notaría esperaban, amén del señor Notario, el cura y las dos jóvenes que estuvieron presentes en el entierro, hecho que puso a cavilar a Adolfo. Pasaron al despacho y tomaron asiento esperando a que el fedatario abriera el sobre donde se encontraban explícitas las últimas voluntades de la finada.
¡Vaya parece que esto marcha porque mi conciencia no me ha hecho ni el más mínimo reproche! Pensó mientras se tomaba un respiro para aclarar las ideas que se agolpaban en su cerebro.
El Notario tomó la palabra y, con voz engolada, comenzó a decir:
He de aclarar de antemano que se trata de un testamento ológrafo que Doña Luisa redactó y escribió de su puño y letra delante de mí y de dos testigos: el señor Cura y la señora Pepa, aquí presentes.
El contenido es el siguiente: En Santa Casia de Rita a 21 de mayo de 2011. La que suscribe, Luisa de la Caza del Cerezo, mayor de edad y en plenas facultades físicas y mentales, según pueden apreciar el señor Notario y las dos personas que hacen de testigos, declaro a mi hijo Adolfo heredero de mi casa, del dinero de mis cuentas corrientes y de mi finca de olivar con una sola condición:
En menos de dos meses contados a partir de la fecha de mi fallecimiento deberá contraer matrimonio con Lucía Basta, sobrina segunda del señor cura don Matencio Melquiades y, si ésta hubiera muerto antes de la fecha, se deberá casar con María Fina. En caso de negarse a cumplir con esta manda, quedará desheredado y mi herencia pasará a la Parroquia.
Lo que firmo para que se dé cumplimento a mi voluntad.
Esto va de dulce, pensó, hace ya mucho tiempo que no oigo las riñas de mi maestro y espero que la novela llegue a buen puerto.

sábado, 19 de agosto de 2017

El entierro de Doña Luisa



Doña Luisa, tal y como le habían pronosticado, falleció seis meses y dos días después de haber recibido el fatídico resultado de sus pruebas médicas. Al entierro sólo asistieron la criada que había tenido con ella desde siempre, el médico y dos mujeres jóvenes, una rubia,  delgadita y con una figura muy agradable, y otra morena y fortachona, a las que Adolfo no había visto en su vida y tampoco prestó demasiada atención durante el sepelio pues sólo tenía ojos para mirar el ataúd donde reposaban los restos mortales de su queridísima madre que ahora le dejaba desamparado y a merced de los vaivenes de la vida.
Hizo un pequeño descanso para tomar fuerzas y continuar el relato… Estaba bastante contento con la historia que estaba contando y cada vez se sentía más seguro de sí mismo.
La criada que se llamaba Pepa, le hizo una prolija descripción de todo lo ocurrido durante el funeral y el entierro pues viendo la cara de ensimismamiento de Adolfo se transparentaba que había estado ausente y no se había dado cuenta de nada. Así se enteró de que la chica rubia se llamaba María y la morena Lucía y ambas eran parientas lejanas del cura.
Don Matencio, el cura, había sido amigo de juventud del padre de Adolfo a quien conoció en Cádiz cuando ambos estaban en la mili, luego casó a Doña Luisa con Don Abelardo (el padre de Adolfo) y, cuando este murió, fue el sostén espiritual de Doña Luisa que estaba a la sazón embarazada. Fue don Matencio también quien buscó a Pepa para que entrase a trabajar en casa de la maestra que, como había percibido una cuantiosa herencia, pidió una excedencia para dedicarse en cuerpo y alma al cuidado y a la educación de su vástago.
El cansancio y el sueño le rindieron y se quedó dormido sobre el ordenador. Despertó a eso de las tres de la madrugada y, como un sonámbulo, se trasladó a la cama que le acogió como si de una madre se tratara.

jueves, 17 de agosto de 2017

La verdadera historia



La verdad es que Adolfo siempre había sido un pelele en manos de Doña Luisa, su madre, que era una señora de armas tomar y, como era hijo único, siempre había estado cobijado por las faldas maternas, lo cual no era malo para él ni mucho menos porque gracias a ello su vida había sido de lo más cómoda.
Nunca fue al colegio con los demás niños y niñas de su pueblo. Su madre, maestra en excedencia, se encargó de su educación. La Primera Comunión la hizo solo y la celebró con su madre pues en el pueblo no tenían más familia. Tampoco fue a la Mili, se libró por excedente de cupo o porque su tío Roque, el hermano de su madre, era coronel y le echó una mano, ¡vaya Vd. a saber!
De esta manera vivió como si estuviese metido en una campana de cristal que le protegía de las posibles amenazas del exterior, hasta que un buen día…
─ Adolfo, hijo mío, me acaba de llegar el resultado de las pruebas que me hice el otro día en la ciudad.
─ ¿Sí? ¿Y qué dice?
─ Pues nada, que tengo un cáncer y me voy a morir en menos de seis meses ─ Soltó Doña Luisa como quien no dice nada.
─ Pero mamá,… eso es… terrible, ─ consiguió decir Adolfo horrorizado.
─ No vayas a hacer un drama, Adolfito, que la que se va a morir soy yo. ─ Cortó por lo sano Doña Luisa.
─ ¿Y qué voy a hacer yo sin ti, mamá?
─ No te preocupes que eso lo tengo solucionado, cuando se lea mi testamento lo entenderás.
Decidió tomarse un descanso, la historia iba fluyendo de forma continua y pensó que todo salía a las mil maravillas, ya no escuchaba reproches de su conciencia y eso le animó a continuar…


martes, 15 de agosto de 2017

La fuerza del destino



Había tenido un día muy movido y estaba cansadísimo. Se acostó sin cenar siquiera y en pocos minutos dormía apaciblemente… o, al menos, eso es lo que parecía, pero de pronto comenzó a agitarse y despertó sentándose en la cama de golpe. Sus ojos se abrieron de par en par y su rostro se iluminó de repente. ¡Ya lo tenía! Lo acababa de ver clarísimo. Lo había soñado. Saltó de la cama y se dirigió rápidamente a su estudio donde el ordenador encendido le esperaba…
Se sentó y comenzó a escribir su relato:
Adolfo no sentía una especial atracción por Lucía pero, en vista de que debía hacer caso a los deseos de su madre, tendría que hacer de tripas corazón y casarse con ella…
No había solución pensó amargamente… ¿o tal vez sí? De nuevo le asaltaron las horribles dudas y su conciencia repitió las palabras de su maestro: ¡No, no y no! ¡Este relato es una auténtica porquería!
Abatido volvió a la cama e intentó en vano conciliar el sueño… El amanecer le sorprendió pensando en el asunto.

domingo, 13 de agosto de 2017

Cambio de parecer



No había apenas terminado de tomar su decisión cuando un impulso irrefrenable le hizo desistir de ella.
“Las cosas hay que pensarlas serenamente”. La frase de su maestro le golpeó con la contundencia de un uppercut que casi le dejó noqueado. Efectivamente, no había que tomar decisiones precipitadas e irreflexivas que, generalmente, no conducían a ninguna parte. Las cosas había que decidirlas con calma así que tomó el bloc en sus manos y se dispuso a comenzar de nuevo su narración…
Adolfo no estaba dispuesto a esperar más y decidió tirar por la calle de en medio. El asunto no estaba para medias tintas y lo mejor que podía hacer era dedicarse en cuerpo y alma a solucionar la papeleta que le habían dejado como herencia… (“Valiente marrón”, pensó para sus adentros). Pero, ¿y si comenzaba describiendo antes el paisaje que presidía toda la escena?...  ¡Vaya! ¡Otra vez las dudas!... Lo mejor sería parar y dejarlo para mejor ocasión.

viernes, 11 de agosto de 2017

Decisión drástica



A medida que el tiempo transcurría, Adolfo iba perdiendo la esperanza de alcanzar su objetivo. Siempre le habían asegurado que no debía eternizar las esperas porque sólo podría conseguir desasosiego e incertidumbre cuando lo que necesitaba su espíritu era embriagarse con el éxito para, de una vez por todas, dejar atrás el periodo de frustración en el que se encontraba inmerso desde hacía algún tiempo.
Comenzó pues a relajarse y a prepararse para asumir el nuevo descalabro cuando…
─ ¡No, eso no debe empezar así! ¡Esa no es una manera correcta de comenzar una novela! ¡Cuántas veces tengo que repetírtelo! ─ La voz de su conciencia le martilleaba el cerebro reproduciendo las palabras que su maestro le dirigía cada vez que le corregía un trabajo.
Adolfo no tenía claro ya nada porque los improperios de su maestro se  reproducían cada vez con más frecuencia y, si la cosa continuaba así, iba a tener que tomar una decisión drástica y dejar de escribir.

miércoles, 9 de agosto de 2017

DESPUÉS DE TANTO TIEMPO



Con los bolsillos llenos
de polvo del camino
y los zapatos rotos
de tanto caminar
me encuentro dolorido,
me encuentro atribulado,
no sé si tú me aguardas
después de tanto tiempo,
no sé si te habrás ido
para jamás volver.
Mi mano se resiste
a llamar a tu puerta,
mi corazón se muere
de tanto palpitar.
He vuelto a tus alcances
marcado por la vida
pero no estoy seguro
si debo reencontrarme
de nuevo con tu amor.

lunes, 7 de agosto de 2017

FELICIDAD



Vestir de nuevo tu alma de poesía,
vivir un sueño de amor y de belleza,
es recordar los pasos de tu vida,
es encontrar de pronto aquella puerta
que se abrirá delante de tus ojos
para mostrarte los días venideros
donde serás feliz y amada siempre
donde serás la dueña de tus actos
para elegir, para mirar, para decir,
para mostrar al mundo tu alegría
y pregonar que estás enamorada.

sábado, 5 de agosto de 2017

POEMA DE SILENCIOS



No correspondes, amor, con tus caricias,
te siento como fría e insensible
pues tampoco reaccionas a mis besos,
ni siquiera un temblor te ha delatado,
ni siquiera un rubor te tiñó el rostro.
Compones un poema de silencios
y yo quiero gritarlo sin palabras,
palabras que no encuentro sin sonido,
sonido que se queda en mi garganta
para ya nunca más decir tu nombre,
para ya nunca más decir “te quiero”,
para envolverme en un sudario de silencio
y morir junto a ti, morir contigo.

jueves, 3 de agosto de 2017

FLORES



Flores blancas, adornos funerarios,
que viven en los tristes cementerios
reflejando en las noches de Luna
su fría luz, metálica, lechosa,… cadavérica.
Flores rojas, la rosa y el clavel,
que pintan los colores de las ferias
adornando el cabello y el ojal
de las bellas mujeres y sus hombres.
Flores grandes y flores diminutas,
flores bellas y flores olorosas,
flores, flores,… flores y más flores
azules y amarillas o naranjas,
flores frescas y flores que se ajan
y violetas en la Semana Santa.