miércoles, 30 de agosto de 2017

La cita del notario



Los días siguientes fueron para Adolfo un auténtico martirio por las sensaciones encontradas a las que su espíritu se sentía sometido. Por una parte, no le parecía del todo mal el casarse con María, la chica era monísima y algo más joven que él, nada que ver con su prima Lucía que lucía un cuerpo amorfo y sin los atributos que suelen atraer la atención de los hombres. Pero, por el contrario, no le apetecía en absoluto tener que casarse por precepto materno sin que nadie le hubiera pedido su opinión al respecto.
Estaba leyendo las versiones digitales de sus diarios preferidos cuando escuchó que sonaba el timbre de la puerta. Sintió los pasos de Pepa que se dirigía a abrir.
Pepa abrió la puerta y se encontró de manos en boca con el muchacho que hacía los recados de la Notaría:
─ Esta carta la envía mi jefe para el señor marqués y es muy urgente ─ Fue lo primero que dijo alargando un sobre a Pepa.
─ ¡Qué marqués ni que ocho cuartos, idiota! ─ Le increpó la fámula. ─  Don Adolfo no es marqués ni nada de eso, es… pues don Adolfo y basta.
─ Verá… yo… ─ tartamudeó el mensajero ─ como todos en el pueblo le dicen “el Marquesito”…
─ Eso son tonterías de gentes analfabetas, y baje la voz que si se entera que Vd. le ha llamado así…
Recogió el sobre y le dio con la puerta en las narices al chico que aún seguía con la boca abierta y cara de tonto.
─ Adolfito,… perdón, don Adolfo, acaba de llegar esta carta del señor notario y según parece debe ser importante porque el que la ha traído ha dicho que era urgente.
─ Pepa, por favor, no me digas Adolfito que tengo ya casi cuarenta años. Dame la carta.
Pepa rezongó algo por lo bajini en referencia a lo de Adolfito y se perdió por la galería que daba al patio.
El sobre sólo contenía un breve mensaje de don Lionel citándole en sus oficinas a las seis de la tarde.
Es de suponer que Adolfo debía estar que se subía por las paredes pero voy a dejar que el tiempo transcurra hasta el momento en que Adolfo y don Matencio, el cura, estaban reunidos de nuevo con el notario. Esto sí parece ya una verdadera novela.
─ Pues bien, mis queridos amigos ─ Comenzó el notario ─ supongo que estarán intrigados por el motivo de mi citación

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