domingo, 1 de octubre de 2017

Alguien más



Lóbrega era la noche. Densos nubarrones que impedían ver las estrellas amenazaban con volver a dejar caer la lluvia que había cesado hacía bien poco tiempo. Las farolas tímidamente comenzaban a encenderse con parsimonia, como si no quisieran alumbrar aquella calle del extrarradio de la ciudad.
Ni un alma pasaba por allí, sólo algún que otro coche muy de cuando en cuando atravesaba la muralla de silencio con el zumbido de su motor y salpicando el agua de los charcos.
Timoteo observaba desde la ventana de su despacho de abogado de cuarta o quinta clase ubicado en la segunda planta de aquél destartalado edificio que parecía mantenerse en pie milagrosamente. Llevaba esperando desde la mañana que sucediese algo pero ya eran las nueve de la tarde-noche y nada había ocurrido, es decir, nadie se había presentado en su oficina donde permanecía solo pues Pepita, su secretaria, se había marchado a eso de las siete. Descolgó el teléfono y se lo acercó al oído para comprobar que, efectivamente, había línea. Fue un gesto mecánico, sin pensarlo siquiera, y volvió a colgar el aparato. Se acercó a la puerta del apartamento y oteó por la mirilla… nada, absoluta oscuridad. Le pareció escuchar que alguien subía por la escalera, pero no, sólo eran figuraciones suyas. Volvió a la habitación del despacho, apagó la luz y se acercó de nuevo a la ventana… un leve crujido le hizo volverse como un rayo. Ahora sí, ahora estaba seguro de que había alguien más en el apartamento…

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