El encargo de Marcos



1
Eduardo Sentinel

Eduardo Sentinel tenía un aspecto poco notable a primera vista. No era demasiado alto pues medía un metro y setenta y cinco centímetros. A sus cincuenta y siete años se conservaba muy bien y no tenía sobrepeso aunque una pequeña barriga, fruto de la inactividad, se estaba formando en su anatomía. Pelo trigueño con algunas canas por las sienes, nariz recta, boca pequeña, ojos grises y cejas no muy pobladas. Por más que pueda extrañar a alguien, Eduardo permanecía soltero aunque había estado a punto de casarse en un par de ocasiones. En el primer caso la cosa se malogró porque ella se cansó de no verle el pelo durante demasiado tiempo y en el segundo él rompió su compromiso porque no estaba dispuesto a atarse a nadie de por vida. La vida privada de un agente secreto es complicada solía decirse a sí mismo cuando conocía a alguna mujer que empezaba a gustarle y procuraba no llegar a más retirándose de ella todo lo posible e incluso desapareciendo de su entorno. Por eso cuando conoció a Marta inmediatamente se puso en guardia por las razones antes dichas y porque era la hija de su antiguo amigo Marcos Cifuentes al que debía todo su saber profesional e incluso le había salvado los muebles en más de una ocasión. Sólo la había visto un par de veces desde lo del asunto del mensaje de los números y, tal vez no la hubiera vuelto a ver a no ser porque el día anterior había recibido un mensaje de Marcos que le pedía que se citase con su hija para un asunto de máximo interés. Así pues se encontraba sentado en un velador detrás de uno de los ventanales del Plaza cuando Marta apareció en su automóvil y lo estacionó en la acera de enfrente.
La vio cruzar la calle con su paso elástico y juvenil que la hacía parecer una veinteañera y sonriendo de esa manera tan especial que tienen las mujeres que se saben bellas para hacer que los hombres se pongan nerviosos. Marta era un bombón que, a sus cuarenta años, lucía una belleza serena y esplendorosa y que a Eduardo le hacía que le revolotearan mariposas en el estómago  y se le secara la boca cuando ella le miraba.
Se levantó cortésmente y le tendió la mano pero ella la ignoró y le abrazó plantándole dos besos en las mejillas.
─ ¿Tú crees que te voy a estrechar la mano cuando ya hemos dormido en la misma habitación? ─ Bromeó ella sentándose sin perder su traviesa  sonrisa.
Eduardo se sonrojó como un adolescente pero ella hizo como que no lo notaba.
─ Pues bien, ¿a qué debo el inmenso placer de volver a verte? ─ Preguntó él recuperando la compostura.
─ Mi padre ha vuelto de su escondite y quiere verte.
─ ¿Y qué tripa se le ha roto esta vez a Marcos? ─ Indagó Eduardo.
─ Si te digo la verdad, no tengo ni la menor idea pero cuando mi padre abandona su escondrijo es porque hay un buen motivo para ello.
─ ¿Cuándo veremos a tu padre?
─ Mañana a las cuatro de la tarde debes estar en la puerta de la nave. Llamas a este teléfono ─ Marta le tendió una nota escrita ─ y él te abrirá la puerta. Luego, en la puerta del sótano tecleas la clave que también te he apuntado y en la puerta de su despacho no hay más que llamar.
─ Entonces tú no vas a estar en la reunión ─ dijo Eduardo con un deje de decepción mal disimulado.
─ No, pero no te preocupes que no vas a librarte de mí, me ha pedido mi padre que trabaje contigo en este caso y a él no le puedo negar nada.
─ Bueno, estamos charlando y charlando y no te he preguntado qué quieres tomar ─ dijo él viendo venir al camarero.
─ Tomaré una cerveza bien fría y cualquier cosa de aperitivo.
El camarero se acercó a la mesa y Eduardo no le dejó ni hablar:
─ Dos cervezas bien frías y algo para picar, por favor.
El mozo volvió sobre sus pasos y se dirigió a la barra para pedir lo demandado por la pareja.


2
De nuevo en el sótano

         Eduardo detuvo su automóvil en la puerta de la nave que ocultaba la oficina de Marcos Cifuentes a las cuatro en punto de la tarde y marcó el número de teléfono que le había dado Marta el día anterior.
         Una vez reunidos en el despacho, Marcos se arrellanó en su sillón para explicar a su visitante el asunto que se traía entre manos:
─ Antes que nada, querido amigo, te diré que aún estás a tiempo de renunciar a ayudarme en este caso. ─ Comenzó diciendo.
Eduardo sostuvo la mirada expectante de su interlocutor valorando en su fuero interno si debía o no continuar con el asunto antes de saber nada de su contenido. Al final le pudo su espíritu de aventura y contestó:
─ Sabes que si he venido es porque estaba convencido de ayudarte en lo que haga falta, no en vano te he recuperado en el mundo de los vivos y no estoy dispuesto a fallarte.
─ Muy bien ─ aprobó Marcos con un gesto de satisfacción en su rostro ─ ¿Recuerdas que tuve que desaparecer durante muchos años a causa de que querían asesinarme?
─ Perfectamente, ya sabes la sorpresa que me llevé cuando supe que no habías dejado el mundo de los vivos.
─ También recordarás que fue Rómulo Camino el causante de todas mis cuitas amén de los asesinatos de más de un compañero de la A.A.E. ─ Puntualizó Marcos. ─ Y que tú fuiste pieza clave en la resolución del asunto, ¿verdad?
Eduardo asintió con un movimiento de cabeza y esperó pacientemente a que su amigo continuara con la explicación.
─ Pues bien, aunque Rómulo se suicidó después de confesar en una carta sus delitos, parece ser que no estaba solo en sus turbios manejos, parece ser, digo, que había alguien más implicado en los crímenes y el nuevo director de la Agencia le ha encargado a mi hija que investigue su identidad. Como puedes suponer, en la Agencia no saben que mi hija es la jefa de este despacho de investigación ni mucho menos que yo estoy detrás de todo el tinglado.
─ En resumidas cuentas, ¿qué sabes y qué quieres que averigüe yo? ─ Inquirió Sentinel francamente interesado por lo que le estaba contando su viejo amigo.
─ Tendrás que reunirte con alguien en la Alameda del Suizo. ─ Dijo Marcos ─ Esa persona tiene, al parecer, una información que nos permitirá encontrar el hilo conductor para llevar a buen término nuestra investigación…
Eduardo hizo ademán de querer preguntar algo pero su interlocutor le detuvo con un gesto:
─ No, Eduardo, no me preguntes cómo he averiguado esto porque pertenece al secreto profesional y está relacionado con el lugar donde me escondo y que no estoy en condiciones de revelártelo.
─ De acuerdo, no se hable más ─ zanjó la cuestión Eduardo ─ ¿Cuándo debo encontrarme con el contacto?
─ Mañana a eso de las nueve de la noche.
Se despidieron con un apretón de manos y quedaron para verse en el mismo sitio al día siguiente cuando hubiera recibido el informe.
Eduardo salió en dirección a su casa y pensó llamar a Marta para informarle de la conversación que había tenido con su padre pero lo pensó mejor y esperar al día siguiente que era sábado e invitarla a comer.
─ Te estás volviendo a acercar a ella y ya sabes que el que juega con fuego se puede quemar. ─ Pensó para sus adentros. ─ Tú ya eres demasiado mayor para enamoriscarte de una chica mucho más joven que tú.


3
Cita entre la niebla

Aunque hacía ya dos años que se retiró de su trabajo como agente secreto, Eduardo no había olvidado que era muy importante tomar precauciones por si las cosas no salían como estaba previsto y así, cuando llegaron las ocho y media de la tarde – noche, estacionó su coche en la Avenida de Madrid, cerca de la esquina con la Avenida de Andalucía y se fue caminando en dirección al lugar de la cita.
Pasó por delante de la discoteca que todavía permanecía cerrada y llegó hasta la antigua fábrica de harinas. En el Paseo sólo se veían las luces de La Pérgola y del Casino que debían estar preparando las cosas para la noche sabatina.
Del río comenzaba a emanar una densa niebla que, a no tardar mucho, inundaría todo el entorno impidiendo una visión clara del lugar.
─ Mejor que haya niebla y así todo será más anónimo ─ Pensó.
Bordeó el mirador del Genil y siguió por el sendero río abajo hasta la pasarela que daba acceso a la Alameda del Suizo. Entonces fue cuando vio el fogonazo entre la niebla pero no escuchó ningún ruido. Cruzó rápidamente la pasarela y se internó entre los árboles con la linterna encendida para alumbrarse. Anduvo un corto trecho y tropezó con un bulto a punto de caerse al suelo, alumbró y lo que vio le preocupó seriamente: a sus pies estaba el que seguramente debía de ser su enlace pero con un tiro en el pecho. El pobre hombre agonizaba y sólo pudo señalar en dirección al Pisón. En ese mismo momento el ruido de una motocicleta que salía en dirección a la carretera le informó de la huida del asesino.
Eduardo registró las ropas del cadáver pero no encontró nada en absoluto, el asesino había tenido tiempo de apropiarse del mensaje que él debía haber recibido.
Se alegró de haberse calzado las fundas de caucho que disimulaban las huellas de su calzado y por el sendero río arriba llegó hasta el puente de la Alegría y, desde allí, a su coche que no estaba a más de cien metros de distancia.
Antes de volver a casa paró a tomar algo en la Cervecería y, desde allí telefoneó a Marta.
─ Dígame ─ la voz de Marta llegó a sus oídos a través del teléfono.
─ Hola, guapa, acabo de fracasar en el encargo que me dio tu padre y necesitaba hablar con una amiga para reponerme un poco del traspiés.
─ Pero, ¿se puede saber qué te ha pasado?
─ Pues que se han cargado al emisario en mis propias narices y estoy un poco chasqueado. ─ Dijo Eduardo con un deje de amargura en su voz.
─ No te preocupes que ya buscaremos entre todos una solución ─ le consoló ella ─ Y, por cierto, ¿dónde estás?
─ En la Cervecería con una doble malta helada delante de mí dispuesto a acabar con ella en un santiamén. ─ Dijo ya en tono más animado Eduardo ─ ¿Nos vemos mañana para desayunar en el bar Uceda?
─ De acuerdo, allí estaré a eso de las nueve o nueve y media, ¿te parece bien?
─ Perfecto, ahora voy a ver a tu padre para contarle el episodio. Buenas noches.
─ Que descanses ─ dijo ella y colgó.
Eduardo pagó su consumición y apuró de un trago la cerveza. Salió del establecimiento y se dirigió a su coche para poner rumbo a la nave donde le aguardaba Marcos para darle conocimiento de lo sucedido en el río.
─ Entonces se nos han adelantado ─ comentó Marcos después de escuchar el relato de los hechos. ─ Pues habrá que esperar hasta que el ambiente se calme y podamos movernos sin que la policía nos relacione con es asunto, no vaya a ser que nos quieran colgar el muerto así que nos volveremos a ver en cuanto yo tenga noticias de la Agencia. Te lo haré saber a través de mi hija y, ya sabes, nada de investigar sobre la muerte del contacto.
─ De acuerdo, jefe, ─ dijo un poco irónico Eduardo y se fue por donde había venido.


4
En punto muerto

         Cuando Eduardo Sentinel llegó al bar Uceda, el camarero estaba recogiendo una de las mesas de la terraza cubierta:
─ ¡Buenos días! ─ saludó cortésmente ─ ¿Qué vamos a desayunar esta mañana?
─ Me lo voy a ir pensando mientras espero a una persona que debe estar a punto de llegar ─ Contestó Eduardo y preguntó. ─ Está libre el periódico de hoy.
─ ¿El Marca o el Córdoba?
─ El Córdoba. Quiero echarle un vistazo a las noticias.
─ Ahora mismo lo traigo, que está en el mostrador.
Cuando le trajeron el diario, Eduardo se puso a hojearlo sin mostrar en su rostro la ansiedad que tenía por saber algo del fulano muerto la noche anterior.
Eran la nueve menos cinco y él sabía que Marta aún tardaría un rato en llegar por lo que, sin prisas, estuvo leyendo la noticia que hablaba de que un grupo de gente joven que estaban de botellota habían descubierto un cadáver en la Alameda del Suizo a eso de las dos de la madrugada. Según se decía en el periódico, el forense había fijado la hora de la muerte entre las ocho y las nueve y media de la noche. No se hacía ninguna referencia a la identidad del muerto pero la corresponsal comentaba que era un hombre de unos treinta y tantos años con pinta de ruso o de algún país del este de Europa.
A eso de las nueve y veinte llegó Marta con un chaquetón de lana y envuelta en una bufanda de alegres colores.
─ ¡Uf! Hace un frío que pela esta mañana. ¿No te parece? ─ Dijo como toda salutación.
─ Si lo prefieres pasamos a una mesa de las de dentro ─ propuso él.
─ No, aquí se está bien sobre todo con los calefactores que han puesto.
El camarero se acercó a la mesa y preguntó:
─ Qué traigo para desayunar.
─ Dos cafés con leche en vaso de caña y dos medias tostadas con aceite, ─ pidió Eduardo ─ ¿Te parece bien? ─ Preguntó dirigiéndose a Marta. ─ ¡Ah! Uno de los cafés que sea con sacarina.
─ Voy volando a por ello, ─ dijo y se fue para preparar la comanda.
Aunque Marta ya sabía por su padre lo principal del hecho de la noche anterior, escuchó pacientemente el relato de Eduardo que sólo se interrumpió cuando el camarero trajo los desayunos. Cuando la terraza comenzó a llenarse de gente interrumpieron la conversación y simularon que estaban comentando lo que decía el periódico lo mismo que las personas que venían a desayunar de tal manera que toda la terraza terminó siendo un maremágnum de opiniones e hipótesis de lo más variopinto.
Marta y Eduardo terminaron de desayunar y decidieron dar un paseo por la Avenida de Santa Ana mientras comentaban el suceso que les ocupaba. Cuando estaban a punto de llegar a la confluencia con la Avenida de la Paz, un sujeto alto y delgado y con la cabeza cubierta por la capucha de la sudadera que vestía se les acercó para pedirles información acerca de una dirección que llevaba escrita en un papel: la calle Violante y Jorge. Le dieron las explicaciones pertinentes y entonces el individuo les dijo con un fuerte acento centroeuropeo:
─ En la calle Violante y Jorge esta noche a las diez y os darán algo que tiene que ver con la Alameda del Suizo.
Tal como terminó de largar su parrafada, el fulano se subió a un coche que estaba estacionado en la parada del autobús y salió zumbando.
Eduardo y Marta se miraron sorprendidos por la rapidez con que había sucedido todo y decidieron ir a compartir la información co el padre de ella.


5
Una nueva pista

         En menos de quince minutos estaban los tres reunidos en el despacho de Marcos Cifuentes.
─ Así que hay que contactar con alguien esta noche, ─ decía en ese momento Eduardo.
─ Pues esta vez no irás solo, ─ puntualizó Marcos, ─ yo iré contigo.
─ Pero eso no es posible, papá, ─ atajó Marta ─ tú no puedes hacerte visible. Iremos Eduardo y yo y no se hable más. Ya sabes que tengo licencia de armas y sé utilizarlas.
─ De tal palo, tal astilla ─ comentó Eduardo y preguntó ─ ¿No sería mejor que apareciese yo solo aunque Marta me cubriese discretamente?
─ Bueno, siendo así, no me parece mala idea, ─ concedió Marcos ─ pero ella deberá estar allí apostada bastante tiempo antes para no despertar sospechas.
─ Puedo conseguir la llave de la casa de una amiga que no vive allí y desde la ventana puedo controlar la calle. ─ Propuso Marta.
─ Me parece que es lo mejor que podemos hacer así que a preparar el encuentro y nos vemos inmediatamente después.
Después de la decisión tomada por Cifuentes la pareja se dirigió a casa de Marta entrando directamente al aparcamiento subterráneo para pasar inadvertidos en lo posible.
Marta telefoneó a su amiga diciéndole que necesitaba utilizar su antigua casa para guardar unas cajas que le estaban estorbando y salió para ir a recoger la llave.
Eduardo puso la televisión regional para ver si daban alguna noticia sobre el caso. En el teletexto había una reseña breve sobre el asesinato pero no aportaba nada nuevo con respecto a lo que se decía en el periódico.
Comieron una ensalada y una pizza que Marta tenía congelada y a las seis y media ella salió con unas cajas vacías y un libro para leer en dirección a la casa que le habían prestado con el fin de montar la vigilancia con tiempo suficiente.
Él se quedó medio dormido en el sofá y después estuvo leyendo periódicos en Internet para buscar más noticias sobre el muerto pero no encontró nada diferente a lo que ya sabía. A las nueve y media salió de casa de Marta a pie para acudir a la cita. Eran las diez y unos minutos cuando Eduardo apareció por la esquina de la calle Violante y Jorge. Hacia la mitad de la calle dos sombras se pegaban a la pared para no delatar demasiado su presencia. Con un pellizco en el estómago Sentinel tragó saliva y se dirigió directamente hacia ellos. Se detuvo a unos pasos de distancia y uno de ellos se separó de la pared y se le acercó:
─ ¿Es Vd. Eduardo Sentinel? ─ Preguntó con acento marcadamente del este.
─ Sí ─ fue su lacónica respuesta.
─ Pues tome, ─ dijo el individuo alargándole un sobre ─ ahí están la dirección, el lugar y la hora en la que se van a reunir dos capos de la mafia rusa con un  traidor de la A.A.E. para ponerse de acuerdo en la venta de determinados secretos.
El individuo se dio media vuelta y, acompañada del otro sujeto, se  largaron por el otro lado de la calle. Al poco el ruido de una motocicleta le informó que se habían ido de la zona.
Al volver hacia la esquina por la que había llegado una silueta familiar apareció ante sus ojos, era Marta que había abandonado su observatorio para reunirse con él.
Fueron juntos hasta el auto de Marta que estaba aparcado en la calle Río Seco y arrancaron en dirección al polígono industrial donde les esperaba Marcos.


6
Reunión de “pastores”

                   Marta y Eduardo llegaron al escondite de Marcos y le entregaron el sobre que les habían dado hacía un rato. Marcos abrió el sobre y leyó:
─ Calle Alcalde Velasco Navarro nº 4 (Sótano). Día 22 de enero a las doce de la noche.
─ Esa calle está en Córdoba, ─ dijo Eduardo ─ y, más concretamente en el barrio de la Ciudad Jardín.
─ Pues habrá que pasar la información a la policía para que intervengan porque el día 22 es el martes próximo, o sea, dentro de dos días. ─ decidió Marcos.
─ ¿No sería mejor informar a la A.A.E.? ─ Preguntó Eduardo.
─ No, las instrucciones de la Agencia eran claras, no se quieren ver mezclados en el asunto hasta que no se detenga a alguien perteneciente al cuerpo de agentes. ─ Terció Marta y el asunto quedó zanjado.

* * *
En el número 2 de la calle Alcalde Velasco Navarro de Córdoba hay un sótano en el que estaban reunidos cuatro personajes de muy mala catadura pertenecientes a las mafias balcánicas de Levante y la Costa del Sol y un tal Fulgencio Machín que había sido el brazo derecho de Rómulo Camino durante muchos años y ahora era su sustituto en las empresas estatales de investigación y desarrollo. Trataban el dinero que este último debía percibir por pasarles determinados descubrimientos industriales que tenía en su poder.
         El intérprete de los rusos sacó un maletín y lo abrió sobre la mesa:
─ ¿Crees que será suficiente con esto? ─ Preguntó.
─ ¿Cuánto hay en el maletín?
─ Cinco millones de euros ─ contestó el otro e insistió ─ ¿Es suficiente?
No pudo contestar a la pregunta porque en ese momento la policía irrumpió en el lugar y les detuvo incautándose del dinero y de las armas que portaban.
Los medios de comunicación del día siguiente se hicieron eco de la detención de los cuatro extranjeros y de Fulgencio Machín al que nombraban como alto ejecutivo en una de las principales empresas de investigación industrial y desarrollo tecnológico.

* * *
         Al parecer, la bala que mató al individuo de la Alameda del Suizo pertenecía a la pistola que se le incautó a uno de los guardaespaldas de los balcánicos y un amigo del muerto fue quien destapó todo el asunto pasándole la información a Eduardo Sentinel pero esto último nunca se supo y nunca se sabrá.

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