Ella no era lo que yo suponía



Todo empezó cuando la conocí en el supermercado. Estaba mirando la estantería de los patés y, como yo soy así de entrometido, me permití orientarla en su elección.
- Yo me llevaría el de pato, lo probé la semana pasada y es delicioso – le dije.
         Ella me miró entre sorprendida y molesta y no dijo nada.
         Como no tengo remedio, volví a la carga sin pensar que podía estar molestándola.
         - No es por nada – comenté - pero si le gustan los sabores delicados, no dude en su elección, el de pato es el más adecuado.
         - ¿Y cómo sabe cuáles son los sabores que prefiero? – inquirió con un deje de enfado en su voz.
- No quisiera haberla molestado, -  me justifiqué – sólo pretendía aconsejarla.
- Está bien – resolvió – me llevaré el de pato, ¿es que Vd. trabaja aquí? – añadió en un tono más conciliador.
- No, sólo soy un cliente aunque me temo que he sido demasiado osado al dirigirme a Vd. sin conocernos de nada. – expliqué. – Perdone mi atrevimiento. – me disculpé.
Ella me dirigió una larga mirada pero no dijo nada y así dejó zanjado el asunto.
Varios días después volví a verla en el supermercado y decidí hacerme el sueco para no meter la pata de nuevo. Estaba pensando cuál pizza iba a llevarme para la cena cuando escuché su voz detrás de mí.
- ¡Ah, vaya! El cazador cazado, ahora es Vd. quien no tiene claro lo que quiere comprar, ¿verdad? - me espetó, y continuó – Debería llevarse la siciliana, es la mejor. La probé la semana pasada y está deliciosa – dijo remedando mi intromisión.
- De acuerdo, - repuse – me llevaré la siciliana con la condición de que acepte compartirla conmigo para cenar. – me lancé a tumba abierta.
- Bueno, - sonrió mientras hablaba – parece que es Vd. mas directo de lo que yo pensaba, pero estaría dispuesta a compartirla con una condición.
- Y, ¿puede saberse la condición? – pregunté con cara de sorpresa.
- Pues que yo aportaré el vino y los postres, - apostilló.
- Muy bien, -dije - las copas corren de su cuenta, pero yo también quiero poner una condición.
- ¿Cuál? – preguntó ella enarcando las cejas.
- Que dejemos de hablarnos de Vd. – comenté – es un tanto incómodo si vamos a compartir la velada.
- De acuerdo, - decidió - ¿a qué hora nos vemos y dónde? – dijo sin tapujos.
- A eso de las diez en la esquina del bulevar con esta calle – dije encantado.
- Pues, ¡hasta luego! – se despidió.
Me pareció estar soñando. Acababa de concertar una cita con velada incluida con una hermosa mujer a la que casi no conocía. No sabía aún lo que el destino me tenía preparado.
A las diez en punto detuve mi automóvil en el lugar señalado donde ella ya me estaba aguardando. Bajé del coche y, cortésmente, le abrí la puerta para que entrase en él.
Vestía un traje negro muy ajustado que hacía más evidentes aún cada una de las curvas de su anatomía, zapatos de tacón y un foulard de seda rojo ponía un tono de color que realzaba la belleza de su rostro.
Puse en marcha el vehículo y me dirigí directamente a mi domicilio. Durante el trayecto ninguno de los dos hicimos comentario alguno, sólo nos miramos de cuando en cuando como valorando cada cual a su partenaire. En menos de cinco minutos estaba estacionando a las puertas del edificio de apartamentos donde residía desde hacía poco más de un mes. Observé entonces que ella sólo portaba una botella de vino envuelta pero lo del postre pensé que había sido una metáfora por su parte y me las prometí muy felices      
Tomamos el ascensor y subimos hasta la sexta planta donde estaba mi vivienda. Abrí la puerta y la invité a pasar. Una vez dentro fui directamente a la cocina y encendí el horno para precalentarlo. Ella, mientras tanto se dedicó a mirar los libros que había en el salón, algunos se encontraban aún dentro de las cajas de la empresa de mudanzas.
- Todavía no me ha dado tiempo de instalarme del todo. Tendrás que perdonarme por el desorden – me justifiqué tuteándola por primera vez.
- No hay nada que perdonar, - contestó – yo también me he mudado de casa más de una vez y sé lo tedioso que es volver a colocar cada cosa en su nuevo sitio. Ve preparando las pizzas que yo arreglaré un poco este desastre y abriré el vino para que vaya respirando – me devolvió el tuteo que yo había iniciado.
Me dediqué a la difícil tarea de hornear las pizzas y en quince minutos hice mi aparición en el salón con una bandeja en las manos y una sonrisa que se me quedó un poco tonta cuando comprobé que ella no estaba allí.
Inspeccioné el dormitorio pero estaba vacío y, cuando quise abrir la puerta del baño, comprobé que el pestillo estaba echado. ¡Qué idiota! Creí que se había ido y sólo estaba usando el servicio.
Volví al salón y salí a la terraza para tomar el aire, se avecinaba una interesante velada aunque yo no sabía realmente lo que me esperaba. La luna llena presidía desde lo alto la escena e iluminaba con su luz lechosa toda la terraza haciendo que las sombras parecieran un tanto fantasmagóricas. Miré hacia el salón y entonces vi como se abría la puerta del baño y me quedé de piedra cuando en lugar de ella salió aquella fiera enorme que me miraba fijamente y que avanzaba inexorablemente hacia mí…
Desperté sobresaltado y con un sudor frío bañándome el rostro, miré mi reloj, eran las diez menos diez, me había quedado dormido en el sofá y tenía el tiempo justo de acudir a mi cita con la bella desconocida,… ¿o sería mejor no acudir por si acaso…?





2 comentarios: