El regreso de Rigoberto



Capítulo 1.- Una conversación

         Rigoberto era un muchacho feote. Bueno, la verdad sea dicha, era un joven feísimo, pero con un corazón de oro que le permitía hacer amigos allí por donde iba.
         Le hablaron del río que pasaba por la ciudad y allí fue para verlo. En el camino hizo grandes amistades como Cecilio, el enano, y su hija Anita. Cuando llegó, salvó la vida a un niño que se estaba ahogando y, en medio de los aplausos de los curiosos, se convirtió en rana para vivir desde entonces en las cristalinas aguas del río.
         Cierto día que estaba en la orilla escondido entre los juncos escuchó una conversación entre dos viajeros que transitaban por el camino que transcurría junto a la ribera:
¿Y cómo dices que se llamaba?
Creo que la llamaban “Casa Cecilio” o algo parecido.
¿Y ha ardido ayer mismo?
Pues al parecer así es y, según mi primo, que llegó esta pasada noche de viaje, la venta está casi derruida a causa del fuego…
Rigoberto no escuchó más. Estaba seguro de que se referían a la venta de Cecilio y Anita, que al parecer había sido pasto de las llamas y decidió que tendría que volver a su estado anterior para ayudar a sus amigos, si es que aún vivían; pero necesitaría ropa para poder convertirse de nuevo en un ser humano. Nadó hasta llegar a la ciudad y pudo ver a una mujer que, después de lavar su ropa, la tendía en su jardín para secarla. Saltó fuera del agua y, saltando, saltando llegó hasta caer dentro de un pantalón. Sintió cómo todo su cuerpo sufría una fuerte sacudida y comenzó a crecer  a medida que el pantalón se iba secando hasta recuperar su figura anterior. Se puso una camisa y unos zapatos que encontró junto al porche de la casa. No perdió más tiempo e inició el camino hacia la plaza donde paraba el autobús.
Como no tenía dinero, tuvo que esperar un descuido del conductor para subirse al techo del vehículo y esconderse entre el equipaje para no ser visto. De esta manera llegó hasta la casa de la anciana que tan amable fue con él cuando iba a la ciudad para ver el río.
Cuando el conductor y los viajeros bajaron a estirar las piernas, Rigoberto abandonó su escondite y, sin pararse a saludar a la anciana, continuó su camino hacia la venta de Cecilio.
         Mientras caminaba a buen paso, iba pensando en cuál podría haber sido la causa del incendio. ¿Y el bosquecillo que había junto a la venta?, ¿también se habría quemado?
         Haciendo conjeturas, avistó la venta de Cecilio cuando el sol ya caía en el horizonte. Lo que vio desde lejos casi le paralizó la respiración: Todo estaba calcinado y sólo quedaba en pie parte de la casa y algunos árboles medio quemados que daban fe de la existencia otrora de un pequeño bosque que rodeaba la venta.



 Capítulo 2.- La historia del incendio

         Al llegar Rigoberto al lugar del incendio observó que había allí un grupo de personas que seguían vigilando los rescoldos que aún quedaban.
         ¿Podría Vd. decirme dónde están los dueños de la venta? dijo dirigiéndose a uno de los presentes.
         Pues creo que han ido a la aldea a buscar a un amigo o familiar que vive allí para que les acoja en su casa hasta que arreglen este desaguisado.
         Comprendió al instante que habían ido a buscarle a él y, sin pararse ni un minuto más, salió corriendo en dirección a su aldea. Como si la ansiedad le diera alas, llegó a la aldea antes de que amaneciera y se plantó a la puerta de su antigua casa. Llamó y una voz que reconoció al instante como la de Anita contestó:
         ¿Quién es? Espere un momento que me estoy vistiendo.
         Y, al poco, Anita abrió la puerta y su cara se convirtió en un mar de lágrimas cuando le vio.
         No llores, Anita, la consoló Rigoberto abrazándose a ella.
         Pero si es de alegría respondió Como no estabas aquí cuando vinimos a buscarte, pensamos que te habías ido a vivir a otro lugar y puesto que la puerta estaba abierta…
         Habéis hecho muy bien tomando posesión de la casa que es como si fuera vuestra. ¿Y tu padre?, ¿está bien?
         Está bien, no te preocupes, pero estaba tan cansado de luchar contra el incendio y de la larga caminata hasta aquí que está roncando como un bendito y no te ha oído llegar.
         ¿Quién anda por ahí? se oyó el vozarrón de Cecilio que se había despertado y venía a abrazarle cariñosamente.
         Perdonad que no os haya recibido cuando llegasteis pero es una historia demasiado complicada para contarla sin que me toméis por loco. ¿Pero qué es lo que ha pasado en vuestra venta?
         Entre Cecilio y Anita le fueron contando cómo alguien había encendido un fuego en el bosque y no se había preocupado de apagarlo bien cuando se marchó. El viento debió reavivar las ascuas y el incendio que se provocó había devorado los árboles y la mayor parte de la venta. Poco o nada pudieron hacer ellos y los huéspedes que solo consiguieron salvar los equipajes y el poco dinero que Cecilio había ido ahorrando para la vejez y que ahora tendría que emplear en la reconstrucción de la casa.
         Rigoberto, a medida que les escuchaba, iba trazando un plan para resolver el problema de la mejor manera posible.




 Capítulo 3.- La solución de Rigoberto

         Anita preparó un apetitoso desayuno con las viandas que había podido salvar de la quema y, puesto que ya había amanecido, nuestro amigo salió para ver a sus convecinos, que llevaban ya tiempo sin saber nada de él.
         Se reunió con el herrero, el carpintero y el maestro albañil de la aldea y les puso en antecedentes de la desgracia que les había caído encima a sus amigos con el incendio. Les propuso un plan que a todos les pareció estupendo, aunque el maestro albañil tenía que consultarlo con dos peones que necesitaría para hacer el trabajo.
         La mujer del carpintero le dio lo suficiente para que pudiesen comer los tres durante varios días y así volvió a la casa cargado como un burro con la consiguiente sorpresa de Cecilio y Anita.
         Cuando entró de nuevo en la casa, la cara de sorpresa se le puso a Rigoberto, pues durante las pocas horas que había estado con sus vecinos, Anita había transformado la vivienda de tal manera que hasta parecía más grande y, por supuesto, más limpia y acogedora.
         A la hora de comer, y reunidos los tres en torno a la mesa, Rigoberto les explicó el plan que había gestado con la colaboración del herrero, el carpintero y el maestro albañil y que era el siguiente:
Los tres vecinos junto con los dos aprendices del albañil trabajarían gratis para reconstruir la venta y Cecilio sólo tendría que pagar los materiales y brindar la estancia gratuita de las familias de los trabajadores cuando fuesen de viaje y pasasen por allí.
         Estoy seguro de que no abusarán de vuestra hospitalidad. ¿Qué os parece? dijo para terminar.
         A Cecilio se le atragantaban las palabras mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. Anita se repuso antes y consiguió decir:
         ¡Gracias a ti y a tus vecinos porque lo que vais a hacer es algo maravilloso! Estoy segura de que no te defraudaremos y a ellos tampoco.
         En los días siguientes Cecilio y el maestro albañil se desplazaron en burro hasta la venta y allí valorar lo que se necesitaba para afrontar la reparación. Mientras tanto, Rigoberto viajó a la ciudad para averiguar los trámites necesarios que permitieran repoblar el bosquecillo quemado.




 Capítulo 4.- Entre todos

         La semana siguiente se pusieron manos a la obra. El maestro albañil y sus dos aprendices iban derribando lo que no era aprovechable, mientras Cecilio y Anita recogían el escombro y los restos de las maderas quemadas. En lo que fue el bosquecillo, el carpintero, ayudado por Rigoberto, fueron cortando y haciendo leña con los troncos chamuscados. En la aldea, el herrero fabricaba las herramientas que necesitaban.
         A los quince o veinte días ya se podía observar el resultado del trabajo. Habían levantado las nuevas paredes con muros macizos hechos con los mismos escombros que habían recogido. Ahora era el momento de fabricar las vigas y para eso se desplazaron al bosque comunal de la aldea, donde escogieron los troncos más aparentes bajo la supervisión del alcalde pedáneo y del guardabosque.
         Poco a poco la venta iba recuperando su fisonomía original y, cuando terminaron de poner las tejas, hicieron una comida especial para celebrarlo: ya tenían de nuevo un techo donde cobijarse. Cantaron y bailaron hasta que se hizo la noche, sobre todo Cecilio y su hija que no cabían en sí de contentos que estaban.
         Unos días más tarde aparecieron los agrimensores de la ciudad junto con el Jardinero Mayor y estuvieron midiendo y diseñando sobre el terreno el futuro bosque que se iba a plantar. Tendría varios claros sin arboleda y en ellos construirían cocinas de piedra para que la gente que hiciera excursiones pudiera hacer fuego si peligro para la integridad de las plantas. Habría los cortafuegos correspondientes y una caseta con torre de vigilancia para un guarda forestal.
         Los jardineros con las plantas, vinieron unas semanas más tarde y en pocos días tenían ya plantado lo que sería la nueva isla verde, aunque tardarían en crecer lo menos veinte años para asemejarse a un bosque.
         Los niños y niñas de los colegios de la ciudad y de la escuela de la aldea también participaron en la siembra de los arbustos bajo la atenta dirección del Jardinero Mayor.
         Mientras tanto, el carpintero terminó las puertas y ventanas de la venta y los albañiles procedieron a colocarlas para que, después, Cecilio, Anita y Rigoberto procedieran a encalar las paredes por dentro y por fuera. En esto estaban cuando se presentó el herrero, que ayudado por su hijo, trajo y colocó los hierros para un emparrado que debía dar sombra a la fachada principal. Cecilio encargó al Jardinero Mayor unos frutales para colocarlos en uno de los laterales de la casa y junto a ellos comenzó a cavar un pequeño huerto para cultivar verduras.
         Cuando el carpintero llevó las mesas, los bancos y demás muebles, Rigoberto consideró que su trabajo había terminado y debía volver al río.





 Capítulo 5.- La despedida

         En la siguiente semana se dedicaron a colocar letreros para avisar a los excursionistas que debían hacer fuego sólo y exclusivamente en las cocinas de piedra que se habían colocado para ello.
El Alcalde de la ciudad se presentó sin previo aviso y le propuso a Cecilio que fuese el guarda forestal, pero él no quiso aceptar, porque ya tenía muchos años y propuso que nombrase a Anita, con lo que ella se convirtió en la guardesa forestal del “bosque de la venta”, como ya lo habían bautizado.
          Como Anita no necesitaba la caseta que habían construido para el guarda, decidieron poner en ella una pequeña tienda de bebidas y comida para los excursionistas despistados. Los troncos quemados, debidamente troceados, los colocaron junto a las cocinas de piedra.
         Comiendo estaban los tres amigos cuando Rigoberto tomó la palabra:
         Amigos míos, puesto que vuestro problema ya se ha solucionado y mi presencia ya no es necesaria aquí, os diré que he de despedirme de vosotros, porque mi sitio está en otro lugar al que realmente pertenezco pero que, como ya os dije, no puedo explicaros, para que no me toméis por loco. Os quiero como a la familia que nunca tuve y siempre os llevaré en mi pensamiento y en mi corazón.
         El padre y la hija se abrazaron a Rigoberto y de esta forma se dijeron no un adiós, sino un hasta siempre, que es como se despiden los amigos y amigas.
         Rigoberto volvió al río y, cuando se mojaron sus ropas, se volvió a convertir en la preciosa rana verde que era en realidad.
         Y colorín colorado, este cuento se ha acabado; pero no del todo, porque, a partir de ahora debéis recordar siempre que hay que proteger los bosques y todas las plantas para que mantengan nuestro aire limpio y oxigenado.

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