La Leyenda del Arquito Quemado







 NºRº Prop. Intelectual: 201699902253620


La leyenda del “Arquito Quemado”(Romance representable)


Dramatización en un acto de la leyenda que cuenta la batalla sucedida en la puerta norte del recinto amurallado de la villa de Palma en las postrimerías del siglo XV entre un ejército de nazaríes y la mesnada del Señor de Palma don Luis Fernández Portocarrero.

Personajes por orden de aparición:

Don Luis Fernández Portocarrero y Bocanegra: Señor a la sazón de la villa.
Fray Ambrosio de Torres: Narrador de la historia que según confesión propia no es deudo de don Luis ni mucho menos, sólo es un pobre fraile.
Doña Francisca Manrique: Esposa de don Luis.
Doña María Manrique: Hermana de doña Francisca y prometida de don Gonzalo Fernández de Córdoba (el Gran Capitán).


Acto único.


Escena 1ª

Un centinela en lo alto de la torre y un fraile situado cerca del público en un lugar elevado sentado ante un escritorio.
Fray Ambrosio escribe en su celda del convento de Santo Domingo.
El ruido de pisadas de hombres armados a caballo rompe el silencio de la noche. Don Luis Fernández Portocarrero llega ante la puerta norte de la villa acompañado de quince caballeros que portan sendos estandartes y dos criados que llevan un baúl.

Don Luis:

Centinela abre la puerta,
¡Ah de la torre ochavada!,
que vengo de guerrear
y quiero ver a mi amada.
Mis Reyes me han distinguido
con parabienes y mandas
la reina me ha regalado
su vestimenta y sus galas
que las lucirá bien pronto
la mi señora de Palma
y también me han concedido
incrementar mi mesnada
con estos quince estandartes
que han galopado a mi espalda
y que estarán en mi escudo
porque los Reyes lo mandan.
Honrado y feliz regreso
a los brazos de mi amada
que me ha esperado paciente
mientras al moro acallaba.

La puerta se abre y don Luis entra por ella mientras los caballeros van colocando los estandartes en el escudo de armas y luego vuelven sobre sus pasos para volver a tomar las riendas de los caballos y entrar dentro del recinto amurallado.


Escena 2ª


Fray Ambrosio toma la palabra y se dirige al público asistente.



Fray Ambrosio:
Bienvenidos sean señores,
bienhalladas las señoras,
los plebeyos, que no siervos,
los curas, frailes y monjas.
Permitid que me presente
aunque soy bien conocido:
Soy el cronista más viejo
de aquesta villa de Palma.
Vengo a pedir aquiescencia
a todas vuestras mercedes
para que prestéis oído
mientras os cuento la hazaña.
Me llamo Ambrosio de Torres,
no soy deudo de don Luis
ni voy a contar patrañas
sino lo que sucedió
aquél día en la muralla.
Sin más paso a referir
lo que pasó en nuestra villa
en los tiempos de don Luis
aquél gran Señor de Palma
que por lo que batalló
obtuvo gran privilegio
para su señora esposa,
doña Francisca Manrique,
que pudo vestir el traje
de la entonces soberana
doña Isabel de Castilla,
por Católica nombrada.
Dícese que la señora
disfrutaba de las coplas
que su marido le hacía
para entretener la espera,
mientras don Luis guerreaba
y mataba sarracenos
como quien mata gusanos
por esas tierras de Dios
y de los reyes de España.
Pero ese vil enemigo
que lleva la cimitarra
buscó cientos de guerreros
y puso cerco a esta Palma
para vengar las victorias
de don Luis con sus mesnadas.
Dejemos que sea don Luis
quien cuente la gran batalla.


 Escena 3ª


Fray Ambrosio guarda silencio y en una de las almenas se ilumina la figura de don Luis Fernández Portocarrero que viste de blanco impoluto. Ignorando la presencia del público comienza la narración mirando a lo lejos como si estuviese recordando.


Don Luis:
 Allá veo por el vado
cómo el moro cruza el río
y comienza el griterío
pues vienen muchos a nado.
Los caballos arabitos,
unos tordos y otros blancos,
van formando remolinos
en las huertas de naranjos.
Levantan un campamento
donde puedo distinguir
en un lugar protegido
la tienda del moro Emir.
El ruido va subiendo
ya resuenan los tambores,
nos quieren intimidar
mas no tenemos temblores
que a los guerreros de Palma
no nos inquietan sus sones.
Voyme pues a preparar
la defensa de la plaza
no nos vayan a atacar
sin darnos tiempo… ¡¡A las armas!!


Escena 4ª


Don Luis desaparece de la vista del público y es doña Francisca Manrique quien hace su aparición en la torre. Viste de color celeste con capa blanca. Mira hacia el público asistente sin decir nada y luego fija su mirada en dirección al campamento del Emir. Con voz temblorosa comienza su perorata.


Doña Francisca:
Cuán angustiada me siento
cuando veo al moro impío
que quiere entrar en mi casa
y arrebatarme lo mío.
Mis alhajas, mis blasones,
y mi vajilla de plata
y el vestido de la reina.
¡No! ¡Ése no me lo arrebatan!
Pero no, mi amado esposo
les pondrá en fuga mañana
porque de noche y sin luces
no creo que ataquen la plaza.
Por más que al ser “oscurillos”
con la noche se disfrazan
y pudieran escalar
nuestras esbeltas murallas.
¡Don Luis, don Luis, Señor mío,
poned centinela en casa
por si viene la morisma
que avisen a la mesnada!
Vuelvo pues a mi aposento
toda desasosegada.

(Se dirige al público asistente)

La verdad, querido pueblo,
me siento muy angustiada.

Escena 5ª


Doña Francisca desaparece de la vista del público y es Fray Ambrosio quien toma de nuevo la palabra para seguir con la narración de los hechos.


Fray Ambrosio:
Don Luis prepara sus huestes,
les arenga, les inflama
de ese valor necesario
para ganar la batalla
pero lo moros son más
y vienen a por venganza
los palmeños al señor
han dedicado sus almas
y defenderán la plaza
con denuedo y con fervor
para que el moro agresor
se vuelva para su casa.
Doña Francisca está en vilo
pues no sabe de batallas
sino lo que le han contado
quienes lucharon en ellas
y salvaron el pellejo
por saber usar las armas.
Su hermana doña María
procura tranquilizarla:
“No salgas de tu aposento
que yo voy a la muralla”.
Le dice resuelta y brava
la menor de las hermanas.


Escena 6ª


Fray Ambrosio vuelve a guardar silencio y en las almenas aparece doña María Manrique vestida de color verde manzana. Mira a lo lejos y dice:


Doña María:
¡Ay mi Gonzalo querido!
¡Ay mi Gonzalo adorado!
Si tú estuvieras aquí
estaríamos salvados
mas no te puedo mandar
emisarios ni legados
que te avisen de mis cuitas
porque nos tienen cercados.
Hay moros por todas partes
¡Por Dios! ¿Cuántos han llegado?
Los veo por las antorchas
que trasportan en sus manos
y espero que los vigías
les tengan localizados
por si atacan esta noche
nos cojan bien avisados.
Iré a decir a mi hermana
que todo está controlado
que nos protege la Virgen
bajo su manto dorado.

Escena 7ª


Doña María se oculta y hay un breve espacio de silencio hasta que se oye ruido de armas y tropeles de caballerías al galope. Se escucha una voz en off que grita en medio del fragor:


Voz en off:
¡¡A las armas, a las armas,
Los enemigos atacan!!


En medio de la confusión, don Luis aparece en la torre con cota de malla, casco y una espada en la diestra. A voz en grito se dirige a los que están dentro de las murallas

Don Luis:
¡A las armas, mis vasallos!
que los moros nos asaltan
protegidos por la noche
sus alfanjes amenazan.
Aquí mis quince estandartes
han de acabar la algarada,
mis vasallos, los más fieles
defenderán las murallas,
las mujeres y los niños
refugiados en sus casas,
los arqueros tienen prestas
las flechas para lanzarlas.
Luchemos todos unidos
para defender a Palma.


Don Luis sigue gesticulando en la torre como si dirigiera la defensa y Fray Ambrosio vuelve tomar el hilo de la narración:


Fray Ambrosio:
La batalla se eterniza
los enemigos no cejan
y tratan de abrir la puerta
los de dentro no los dejan.
Van a buscar un ariete
para derribar las jambas
las flechas que van y vienen
dan a muchos la mortaja.
Mas don Luis no se fatiga
sigue alentando a la tropa
tiene que vencer al moro
atacando a quemarropa
y cuando el moro está a punto
de tirar la puerta abajo
al Emir se le ocurrió
pegarle fuego a destajo.

Escena 8ª


Fray Ambrosio hace mutis y don Luis retoma el uso de la palabra:


Don Luis:
¡Queman la puerta, mis fieles!
¡Queman la puerta, mis bravos!
mas si se asoman los moros
con el humo les cegamos
y si se atreven a entrar
con la puerta los quemamos.


Don Luis continúa gesticulando como si continuara dirigiendo la batalla. Fray Ambrosio sigue contando la historia:


Fray Ambrosio:
Los moros al ver el fuego
se quedan desconcertados,
los arqueros aprovechan
para a flechazos matarlos.
Sin saber qué hacer los moros
le dan vuelta a sus caballos
y corren despavoridos
por la candela asustados.

Fray Ambrosio vuelve a callar y es don Luis quien toma la palabra:


Don Luis:
¡Aquí mis quince estandartes,
mi caballo, escudo y lanza!
¡Aquí mis fieles vasallos
y arqueros de la mesnada!
Hay que perseguir al moro
y rendir sus cimitarras,
hay que hacerles comprender
que no se juega con Palma.
Salgamos a campo abierto
que despunta la mañana
para rendirles también
o pasarles por las armas.


 Escena 9ª

En el torreón aparecen doña Francisca, doña María junto a don Luis.


Don Luis: (dirigiéndose a doña Francisca)
Decidme, querida esposa,
si ya se os sosiega el alma
que no quiero que sufráis,
y menos esta mañana
en que vencimos al moro
que marcha de retirada,
y en la tienda del Emir
hemos tomado tesoros
joyas con gran pedrería
y objetos de plata y oro.

Doña Francisca:
Queridísimo don Luis,
ya me siento más tranquila
que cuando el moro atacó
temía perder la vida,
mis alhajas, mis blasones
y mi vajilla de plata…
¡Ah!, y el vestido de la Reina
que también se me olvidaba.

Doña María:
No temáis ya hermana mía
ya os lo dije en la batalla.
Vuestro marido luchó
con denuedo en las murallas
con los sus quince estandartes,
sus vasallos y mesnada,
que para ganar la plaza
no bastan mil cimitarras.

Doña Francisca:
Ay, don Luis, esposo mío
yo quisiera recordar
este día en el futuro
dedicándole a la Virgen
una capilla en los muros
que están pisando mis pies.

Don Luis:
¿Y a qué advocación, señora,
se la queréis dedicar?

Doña Francisca:
Pues a la de las Angustias
Ya que angustiada me vi
y así vendré aquí a rezarle
y sus mercedes pedir.


Don Luis:
Sea pues si lo queréis
y no se porfíe más
que después de la batalla
me gustaría descansar.


Escena final

Se marchan don Luis, su esposa y la hermana y queda solo Fray Ambrosio que se pone en pie y se dirige al público asistente:


Fray Ambrosio:
Esta es la historia, señores,
esta es la historia, señoras,
de lo que aquí aconteció
en los tiempos de don Luis,
séptimo señor de Palma
y yo, tal cual la escuché,
os la he dado con el alma.
Y a cambio os pido limosna
para llenar la alcancía
y poder dar de comer
a los pobres que al convento
nos visitan cada día,
por eso os suplicaré
que aflojéis la bolsa, ¡vaya!

Agita la alcancía para hacer sonar las pocas monedas que tiene dentro.

Mas la cosa ya termina,
los señores se han marchado
y esta ha sido la leyenda
de nuestro “Arquito Quemado”.  

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