Rigoberto y el mar



Capítulo 1.- El viejo salmón

         En una de sus frecuentes correrías a lo largo y ancho de aquel remanso del río donde vivía cuando estaba con su forma de rana, Rigoberto conoció a un viejo salmón que le contó su historia:
         Yo nací en este mismo río, pero en la parte más alta, casi en su nacimiento, en las montañas decía el viejo pez y Rigoberto le escuchaba sin perderse ni una palabra de su discurso Después con todos los demás pequeños salmones bajé hasta el mar…
¿El mar? ¿Qué es eso del mar? interrumpió Rigoberto siempre curioso.
El pez trató de explicarle a nuestro amigo cómo era el mar, pero fue imposible que se hiciera una idea clara.
¿Pero dónde está el mar? ¿Cómo puedo llegar hasta allí?
Sólo tienes que seguir la corriente del río porque el mar está al final explicó el salmón.
Tú podrías acompañarme para que no me pierda.
No, yo tengo que seguir río arriba para volver a mi lugar de origen de donde ya no me moveré hasta que me vaya a la otra vida.
¿No es un poco triste esa aventura?
Es mi destino, nací en el río, viví en el mar y ahora he de volver para reproducirme y morir después. Tal vez no lo entiendas pero para mí es un gran honor cumplir mi ciclo vital.
Rigoberto se despidió del salmón y comenzó a nadar a favor de la corriente pensando que en poco tiempo llegaría al mar. Nada más lejos de la realidad pues el río aún tenía bastantes kilómetros antes de desembocar en el océano por lo que, cuando se hizo de noche, nuestro amiguito tuvo que parar y dormir para estar descansado al día siguiente. Miró y remiró la orilla buscando alguna junquera donde protegerse para pernoctar pero en la ribera del río no había ni juncos, ni árboles, ni siquiera un cañaveral. Algún agricultor desaprensivo había arramblado con el bosque de galería dejando la orilla sin protección alguna. “Desde luego pensó hay gente que destroza el medio ambiente sin darse cuenta de las consecuencias que sus acciones puedan tener”.



 Capítulo 2.- Por fin el mar

         Paso la noche sobresaltándose con el más mínimo ruido, ya que estaba totalmente desprotegido. Pensó echarse al agua y dejarse llevar por la corriente mientras dormía, pero no se atrevió por si se quedaba atrapado en un remolino. Al fin llegó el amanecer y Rigoberto saltó al agua para nadar vigorosamente siguiendo el sentido de la corriente que, según el viejo pez, le llevaría en volandas hasta su deseado destino: el mar.
         El mar, el mar, la palabra le martilleaba el cerebro y, distraído como iba, estuvo a punto varias veces de que, un pato primero y una cigüeña después, le convirtieran en parte de su desayuno. Tendría que ir con más cuidado para no perder la vida en su loco intento por conocer cosas nuevas.
         Cuando el sol estaba en todo lo alto, se acercó a la orilla, que ahora sí estaba poblada de juncos, aneas y chopos plateados, para descansar un rato y tratar de buscar algo de alimento con el fin de  reponer fuerzas antes de seguir su camino.
         A la hora del atardecer comenzó a notar que su cuerpo flotaba más que antes y el agua comenzaba a tener un sabor extraño, entre salado y amargo. Debía estar muy cerca de la desembocadura del río pues el viejo salmón le había dicho que el agua del mar era salada. Se acercó a la orilla y se enterró en la hojarasca para pasar una noche sin sobresaltos como la anterior.
         Como estaba enterrado entre las hojas secas no despertó hasta que el sol estaba bastante alto. En un par de saltos subió al talud de la orilla para tratar de ver cuánto camino le quedaba aún. Miró a lo lejos en dirección al fluir del río y lo vio, inmediatamente supo que aquello era el mar, no podía ser otra cosa, era algo descomunal, infinitamente grande y maravillosamente azul. Saltó al agua y se dejó arrastrar por la corriente mientras pensaba qué haría al llegar a la desembocadura.
         Observó que las orillas del río ya no tenían vegetación y ésta había sido sustituida por arena fina y dorada. De pronto una tortuga se colocó a su lado:
         No temas, ranita, le dijo yo soy vegetariana y no te comeré, pero debes salir del agua, porque en el mar hay grandes peces que te tragarían de un solo bocado.
         Dio las gracias a la tortuga y se dirigió rápidamente a la orilla.




 Capítulo 3.- Algo pasa en la playa

         Al salir del agua notó inmediatamente el calor de la arena y pensó que lo mejor que podía hacer era retomar su forma humana para no deshidratarse. Vio gente que recogía algo de la arena y también observó un pantalón corto que estaba tendido sobre una sombrilla para que se secase. Dicho y hecho, en un par de saltos o tres a lo sumo estaba Rigoberto dentro del mojado pantalón que en realidad era el bañador de una de las personas que se agachaban y recogían objetos en la playa.
         Como siempre sucedía, a medida que la ropa se secaba, Rigoberto crecía y se convertía en el feísimo muchacho que era en su forma humana.
         Una vez que se hubo transformado del todo se acercó a los que recogían cosas del suelo para preguntar:
         ¿Puedo colaborar? ¿Qué es lo que hay que recoger?
         Pues todas las cosas que no deben estar aquí.
¿Y cuáles son? Insistió.
Los trozos de vidrio, los pañuelos de papel, las bolsas de plástico y cualquier objeto que no sea propio de una playa.
Al parecer eran miembros de un grupo ecologista que dedicaban un par de mañanas a limpiar las playas de los alrededores y saludaron alegremente que Rigoberto se uniera a ellos para ayudar en la tarea.
¡Oye! ¿Ese bañador es tuyo? Escuchó a su espalda.
Se volvió y pidió perdón por haberlo cogido prestado porque no tenía ropa.
Claro, seguramente te la dejaste en la arena para bañarte y se la llevó la marea.
Pues sí, algo así debió suceder contestó tratando de disimular y para no tener que dar explicaciones que nadie comprendería: Si les decía que era una rana le iban a tomar por loco.
Bueno, después te prestaré un pantalón y una camiseta hasta que encuentres tu ropa. Dijo el otro zanjando la cuestión.
Cuando llegó la hora de comer le invitaron a hacerlo con el grupo y allí se enteró de que al día siguiente por la tarde iban a manifestarse delante del Ayuntamiento para exigir medidas de protección para el mar cuyas aguas estaban muy contaminadas y la playa estaba hecha un asco.




 Capítulo 4.- Todo tiene solución

Como la manifestación estaba convocada para la tarde, Rigoberto decidió aprovechar la mañana para tratar de resolver el problema.
         Marcó el número de teléfono del Ayuntamiento de la Ciudad del Río y pidió que le pasasen con el Jardinero Mayor.
Dígame, la voz del jardinero se escuchó al otro extremo de la línea.
Buenos días, perdone que le moleste tan temprano se disculpó Rigoberto Soy el amigo de Cecilio, el de la venta, no sé si se acuerda de mí.
Por supuesto, que me acuerdo de Vd. y no se preocupe que no me ha molestado en absoluto, porque empiezo a trabajar muy temprano. Hace mucho tiempo que no sabía nada de Vd.
Es que estoy casi siempre de viaje, mintió sin mala intención nuestro amigo Ahora me encuentro en la Ciudad de la Playa y quisiera pedirle un gran favor.
Dígame de qué se trata y haré todo lo posible, comentó el Jardinero Mayor.
Pues quisiera que enviase una copia del proyecto de la estación depuradora de aguas residuales al correo electrónico de la alcaldía de esta ciudad.
¿Y eso es todo? En menos de un minuto estará el archivo en su destino.
Muchísimas gracias y ya le tendré al tanto de lo que estoy haciendo aquí. Buenos días de nuevo y hasta pronto.
Cuando calculó que el mensaje se había enviado, se dirigió al Ayuntamiento y pidió ser recibido por el señor Alcalde. El ordenanza que estaba de guardia no supo qué decir a aquel muchacho tan extraño (por no decir feísimo) y le pasó a la sala de espera de forma que, al cabo de unos minutos, estaba departiendo con el Alcalde animadamente sobre los beneficios que podría reportar a su ciudad la construcción de una depuradora como la que se presentaba en el proyecto que, seguramente, acababa de recibir.
El edil consultó su correo electrónico y, sorprendido, pudo comprobar que había recibido el tal proyecto hacía menos de quince minutos por lo que le intrigó la personalidad del joven que tenía ante él y de quien no sabía nada en absoluto.
Bueno, ¿y qué es lo que quiere que yo haga?
Pues que mire bien el proyecto que le han enviado y que me dé permiso para tener una charla en el colegio con los hijos e hijas de Vd. y de los Concejales.
Intrigado quedó por aquella última petición, pero el primer mandatario municipal no supo negarle el permiso y así se quitó de encima a aquel muchacho tan extravagante para poder echarle un vistazo, junto con el arquitecto del Ayuntamiento, al proyecto de marras, que le había llegado como llovido del cielo.
Rigoberto por su parte no perdió ni un minuto y en un santiamén estaba en el despacho de la directora del colegio, a la que habían llamado desde el Ayuntamiento para que le facilitase al joven la reunión con los niños y niñas.
Vd. no es de aquí, ¿verdad?
No señora, yo soy de una pequeña aldea que pertenece a la Ciudad del Río
¿Y podría decirme de qué quiere hablar con los pequeños?
Sobre nuestro medio ambiente y cómo mejorarlo, pero mejor que hacerle una explicación más larga, la invito a asistir a la charla.
La directora declinó el ofrecimiento argumentando que tenía mucho trabajo pendiente y le acompañó al lugar donde ya esperaban los chicos y chicas que Rigoberto, a través del Alcalde, había convocado.
Ahora empezaba la parte fundamental de su plan: motivar a los pequeños para que convenciesen a sus padres de que había que cuidar la playa y el agua del mar. Para ello les habló de las cristalinas aguas del río de su ciudad, que permanecían limpias porque tenían una depuradora que limpiaba la porquería que había en el agua, después de utilizarla en las casas e industrias para que de esa forma no perjudicase a los seres que vivían en el río. Lo mismo podrían hacer en la Ciudad de la Playa para no contaminar más el agua marina, pues para mantener limpia la playa, habría que instalar contenedores de basura y papeleras donde los bañistas pudieran depositar los residuos que produjesen. De esta manera. los niños encontrarían en la playa conchas, caracolas y estrellas de mar en lugar de pañuelos de papel, colillas y bolsas de plástico. Por último, para animarles a participar en la consecución de estas cosas, les contó la historia de su vida. sin omitir el hecho de que se podía convertir en rana, porque los niños y niñas son capaces de entender la magia sin tacharle de loco o mentiroso.
Lo cierto fue que el plan de Rigoberto dio el resultado apetecido y, cuando los niños llegaron a sus casas a la hora de comer, dijeron a sus padres que querían tener una playa limpia y un mar sin contaminación, aportándoles, además, las soluciones que habían oído de boca de nuestro joven.
Tanto y tanto insistieron a sus progenitores que les convencieron y, al llegar la manifestación ante las puertas del Ayuntamiento, el Alcalde, megáfono en mano, les informó de los proyectos que acababan de aprobar por unanimidad para mejorar el estado de la playa y del agua del mar.
Rigoberto se despidió de sus amigos ecologistas y se fue retirando discretamente caminando en dirección al río para mojarse y convertirse de nuevo en rana.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado; pero no del todo; porque, si los niños y niñas quieren ver limpias las playas y el agua del mar, ya saben que tienen que aportar su granito de arena y dar ejemplo a toda la gente, depositando los residuos en las papeleras o en los contenedores.

No hay comentarios:

Publicar un comentario