1
Un
poco de biografía
Eduardo Sentinel nació en Córdoba y
estudió el bachillerato en su ciudad natal. En la universidad no pasó del
segundo curso de Derecho porque, como espíritu inquieto que era, se presentó a
una oposición para trabajar en le Agencia de Asuntos Extranjeros aunque
realmente no era consciente de lo que realmente era la citada Agencia hasta que
no estuvo dentro. Cuando quiso darse cuenta estaba haciendo un curso de
formación en un lugar indeterminado que le convirtió en un espía profesional.
Le asignaron como compañero a Marcos Cifuentes, veterano agente que le hizo
trabajar de lo lindo para adquirir las habilidades necesarias para realizar su
trabajo y no morir en el empeño. Marcos murió dos años después en una misión en
Francia aunque ya sabemos que su muerte no fue real sino un simulacro para
quitarse de enmedio y evitar que fuese efectiva: (Lo hemos contado en la
primera aventura de la serie: “El misterio de los números”).
De
los veinte a los cincuenta y cinco años estuvo en activo y ya llevaba dos años
en el dique seco cuando volvió de nuevo a las andadas trabajando para su
antiguo compañero y amigo.
Cuando
Eduardo pasó a la reserva, situación similar a la prejubilación, se fue a vivir
a una pequeña cuidad cerca de su Córdoba natal, donde pensaba vivir
tranquilamente alejado de los lugares donde había desarrollado su actividad
como espía o, si se prefiere, como agente secreto. La ciudad en concreto se
llamaba Palma del Río y, por esas casualidades del destino, también era el
lugar donde vivía y trabajaba la encantadora hija de Cifuentes y que laboraba
como abogada para un bufete de la capital. Así mismo, y parece mentira la
coincidencia, era en una nave de uno de los polígonos industriales de la localidad
donde Marcos Cifuentes tenía establecida la sede de su organización en la que
ya participaba Eduardo activamente desde hace casi un año. Estas pinceladas
pueden poner al lector sobre la pista de la persona del protagonista de esta
serie y, a partir de aquí, comenzaremos a introducirnos en una nueva aventura
del trío formado por Eduardo, Marta y Marcos.
* * *
Mes de marzo, Miércoles Santo, despacho
secreto de Marcos Cifuentes.
─
Tenemos un nuevo asunto entre manos ─ disparó Marcos nada más llegar
Eduardo sin darle tiempo siquiera a sentarse.
─ Pues
soy todo oídos, cuéntame.
─ Mejor
esperaremos a que llegue mi hija y así no tendré que repetirme ─
decidió Marcos y se volvió hacia la pantalla que había en la pared a sus
espaldas. ─ ¿Te gusta París? ─ dijo cambiando bruscamente de
tema.
─ Mucho,
¿pero a qué viene lo de Paris? ¿Es que hay que desplazarse hasta allí?
─ No,
espero que sea más cerca ─ dijo sonriendo Marcos y volviéndose hacia su
amigo ─ Es
más, estoy totalmente seguro que será más cerca, pero París es una ciudad que
me fascina y no puedo evitar recordar muchas cosas que me sucedieron allí.
─ Sí,
demasiadas cosas ─ corroboró Eduardo ─ hasta
te “mataron” allí.
En
ese mismo instante la puerta del despacho se abrió dando paso a una sonriente
Marta que venía preciosa como siempre o, al menos, eso es lo que pensó Sentinel
cuando la vio.
2
Jueves Santo
─ Bien, ─
comenzó Marcos ─ ahora que ya estamos todos os daré la
información que tengo: Una prestigiosa casa de subastas me ha encargado que
realicemos una gestión pero sin que nadie pueda sospechar que ellos están
detrás del asunto…
─ Como siempre nuestros clientes
tan discretos ─ interrumpió con ironía Marta ─ Pero sigue y perdona
que te haya interrumpido, papá.
Marcos miró a su hija y una sonrisa se
dibujó en su cara que casi siempre era seria e impenetrable.
─… Pues,
como decía, es un encargo de una casa de subastas que quiere saber el paradero
de una estatuilla de bronce que les ha sido robada en una exposición en
Córdoba.
─ ¡Vaya!
─ Soltó
Eduardo con gesto alegre ─ la cosa no va a ser muy lejos, al menos en
principio.
Marcos
les puso en antecedentes sobre el asunto que consistiría en entrevistarse en
Córdoba la noche del Jueves Santo con una persona que les daría instrucciones
con el fin de que pudieran encontrar la estatuilla en cuestión. La cita sería
en la plaza de Ramón y Cajal al paso de la procesión del Cristo de la Caridad,
es decir, el día siguiente por la noche con lo que deberían trasladarse a
Córdoba a eso del mediodía para buscar con tiempo un buen lugar en la pequeña
plaza que les permitiera hacerse visibles para la persona que debía
entrevistarse con ellos.
Marta
y Eduardo quedaron en que él la recogería a las doce y media de la mañana
siguiente y cada uno se fue por su lado a su respectivo domicilio.
* * *
A
la una y cuarto del mediodía del Jueves Santo Marta y Eduardo avistaban la
ciudad de Córdoba desde lo alto de la Cuesta de los Visos. Entraron por el
barrio del Sector Sur y fueron a aparcar el coche en el Paseo de la Victoria
para después dirigirse a la taberna de Los Lobos y allí hacer un almuerzo
ligero.
Tomaron
café en la terraza del bar Siena en pleno centro de la ciudad e hicieron tiempo
paseando por la el viejo barrio de la Judería hasta que se aproximase la hora
de la cita. Consultaron la guía de la Asociación de Cofradías para comprobar la
hora aproximada en que la procesión del Cristo de la Caridad estaría en la
plaza de Ramón y Cajal y vieron que sería alrededor de las diez de la noche por
lo que decidieron comer algo antes en alguno de los bares de la Plaza de la
Trinidad que quedaba muy cerca del lugar.
A
las diez menos veinte se encontraban ya en el lugar de la cita que estaba
llenándose de gente que quería ver pasar la procesión donde desfilaba una
compañía de la Legión, cosa que atraía a numeroso público. Se situaron delante
de la puerta del Colegio Oficial de Agentes Comerciales que estaba en un lugar
elevado y desde el que tenían una visión muy buena de gran parte de la plaza y
dónde la persona que debía entrevistarse con ellos les podría localizar
fácilmente-
El
gentío se fue adueñando de la plaza de tal manera que en menos de diez minutos
no cabía un alfiler en el lugar. Eduardo temió que fuese casi imposible el que
su contacto pudiese acercarse a ellos dada la cantidad de gente que les rodeaba
pero no tenía otra opción que esperar y confiar en que la persona en cuestión
les hubiese visto y trataría de tomar contacto con ellos.
La
doble fila de nazarenos llevaba ya más de media hora pasando cuando la Legión irrumpió
en la plaza y la voz de una saetera de dejó oír en el silencio de la noche: el
Cristo de la Caridad acababa de llegar al lugar donde ellos se encontraban.
En
ese momento Eduardo notó como una mano se introducía en el bolsillo trasero de
su pantalón vaquero. Quiso volverse pero fue imposible por la presión de la
gente que tenía a sus espaldas. Logró palpar el bolsillo y notó algo que se
clavaba en su anatomía. Logró sacar el objeto y comprobó que era una llave antigua
envuelta en un trozo de papel donde habían escrito algo.
3
La llave
Intentaron localizar a la persona que
les había dado la llave pero todo fue inútil. Esperaron hasta que la plaza se
fue vaciando de gente pero nadie se acercó a ellos ni hizo intención de hacerlo
por lo que decidieron volver al lugar donde habían estacionado el coche y allí
leer el mensaje que envolvía la llave.
Se introdujeron en el vehículo y
Eduardo desdobló el papel y leyó:
“Esta
es la llave que abre el lugar donde está encerrada la estatuilla de Cupido que
nos ha sido robada. Algo tiene que ver con la Villa nueva de la Jara y cuatro
veces la decena más uno en el Otero y bajo la escalera la encontrareis”.
La mirada de perplejidad con que se
quedaron era digna de haberles hecho una foto pero Marta reaccionó y dijo:
─ Esto es un acertijo como los
que me enseñaba mi madre cuando era una niña.
─ Pues
sí, ─
comentó Eduardo ─ pero estoy seguro que tu padre era el
especialista en inventarlos.
─ ¿Por
qué? ─
Preguntó ella interesada.
─ Pues
porque yo no he visto en toda mi vida una persona con más facilidad para
resolverlos. ─ Sentenció él ─ Así que volvamos a Palma y
llámale a ese número secreto suyo para que nos esté esperando en el polígono.
El
trayecto de vuelta lo hicieron dándole vueltas cada uno al dichoso mensajito
tratando de comprender lo que se escondía en él. En no más de cuarenta minutos
estaba a la puerta de la nave industrial y, rápidamente, en el despacho de
Marcos.
─ Bueno,
─ dijo ─ ¿Y
puede saberse qué es eso tan complicado que os han dado escrito?
Por
toda respuesta Eduardo sacó el trozo de papel y la llave y se los tendió a
Marcos para que pudiese verlos.
Bien,
bien, ─
comentó pensativo ─ esta es la llave que abre el lugar donde está
encerrada la estatuilla de Cupido ─ comenzó a leer y se quedó unos
momentos callado. El silencio se podía cortar con una navaja que diría un
escritor de novelas policíacas.
─ ¡Ya
está! ─ Casi
gritó Marcos haciendo que su hija diera un respingo y Eduardo le mirase con
cara de idiota ─ ¡Pero si está clarísimo!
─ Pues
será para ti porque nosotros nos hemos quedado de piedra cuando lo hemos leído ─ acertó
a decir Eduardo.
Marta
asintió por su parte dándole la razón a su observación.
─ Pero
si es de lo más simple, ─ explicó Marcos mirándoles a los ojos, ─ el lugar adonde tenéis que ir
a buscar el Cupido no es otro que… ─ Y aquí se interrumpió un
momento para dar más suspense a su descubrimiento ─
Repito, el lugar donde se encuentra el Cupido es el número cuarenta y uno de la
calle del Cerro en Villanueva de Córdoba y, casi con toda seguridad se
encuentra debajo de una escalera.
─ ¿Y qué
haremos para entrar en la casa? ─ Preguntó Eduardo y añadió con
ironía. ─
¿Llamamos a la puerta sin más y decimos que tenemos que recoger una estatuilla
que hay bajo la escalera?
─
Tranquilo, Eduardo, ─ habló con voz pausada Cienfuegos ─ lo
primero que haremos será trasladarnos al lugar y estudiar la casa para elaborar
un plan.
─
¿Haremos?, ¿Trasladarnos? ─ dijo Marta intrigada ─ ¿Es
que acaso vas a venir tú con nosotros?
─ Pues
sí ─ afirmó
Marcos de manera rotunda ─ y no vayáis a oponeros que ya está decidido.
4
Villanueva
─ Papá,
¿tú estás seguro de que puedes hacerte visible sin que tu vida corra peligro? ─
Inquirió Marta con la preocupación pintada en su rostro.
─ No te
inquietes que estoy seguro de que nadie me podrá identificar si me disfrazo
convenientemente.
─ No sé
cómo me preocupo si, al final, vas a hacer lo que te dé la real gana, ¿no es
así?
─ Tu
padre ya es mayorcito para saber lo que se juega haciéndose visible de nuevo ─ Terció
Eduardo.
─ Tú lo
has dicho, ya hace tiempo que no necesito niñera.
Dejaron
la discusión entre padre e hija y se marcharon a preparar el viaje que sería el
sábado.
Villanueva
de Córdoba es un pueblo de unos diez mil habitantes, situado en el Valle de los
Pedroches a una altitud de unos setecientos treinta metros sobre el nivel del
mar. Antiguamente se la denominó Villanueva de la Jara tal vez por la
proliferación de esta planta en sus contornos.
Llegaron
por la carretera de Cardeña y tomaron la entrada que pasa junto al cementerio
hasta llegar a la impresionante mole del edificio del antiguo Teatro Español
que es donde comienza la calle del Cerro. Entraron pues en la citada calle y
fueron buscando la casa del número cuarenta y uno que resultó ser la última de
la acera de la izquierda y cercana ya a la intersección con la calle
Torrecampo. Giraron a la izquierda y fueron a aparcar a unos cuarenta o
cincuenta metros de la esquina.
─ Me ha
parecido ver que la casa está en venta ─ advirtió Marta que viajaba en
el asiento de detrás del conductor ─ así que es posible que esté
vacía.
─ Eso
podría facilitarnos el entrar en ella sin que nadie lo note. ─
Comentó Marcos.
─ Pero
no es cosa de forzar la entrada a plena luz del día porque me he fijado en que
no hay zaguán y habría que trabajar en plena calle. ─
Explicó Eduardo.
─ Habrá
pues que indagar acerca de los propietarios pero con muchísima discreción ─
comentó Marcos que lucía una barba blanca postiza perfectamente disimulada y
unas gafas de sol muy oscuras.
─ Cuando
te miro veo a Papá Noel ─ dijo Marta sin poder reprimirse.
─ Eso
quiere decir que no será fácil reconocerme. ─ Se alegró Marcos esbozando una
media sonrisa.
En
un bar de la Cañada Alta obtuvieron Marta y Eduardo la información que
necesitaban: la casa, efectivamente, estaba vacía y los dueños querían venderla
desde hacía ya algunos años y, según creía el dueño del bar había un familiar
que tenía una llave para enseñarla a quien tuviera interés por comprarla.
Cuando
se reunieron con Marcos, éste también había averiguado lo mismo preguntando en
una confitería de la misma calle del Cerro. Era pues el momento de preparar la
estrategia que les llevase a la recuperación de la estatuilla si es que
verdaderamente se encontraba dentro de la casa.
La
casa en cuestión tenía dos puertas en la misma fachada y sólo daba a la calle
del Cerro por lo que entrar por la parte de detrás se veía como demasiado
complicado sin conocer los entresijos de los patios y corrales de las casas
colindantes. La idea de probar la llave en alguna de las puertas quedó
descartada después de comprobar visualmente que ambas entradas tenían cerradura
de llavín y la llave que les proporcionó el desconocido contacto en Córdoba era
del tipo antiguo. Creció pues la idea de hacerse parar por posibles compradores
y, en una distracción de la persona que les enseñase la casa, tratar de
localizar el Cupido y hacerse con él.
Así
pues, Marta y Eduardo haciéndose pasar por matrimonio volvieron al bar donde
les informaron para que les ayudasen a localizar al familiar de los dueños que
enseñaba el inmueble.
5
Buscando a Cupido
Quedaron a eso de las cinco y media de
la tarde con la persona que les iba a enseñar la casa así que después de
almorzar en el restaurante La Puerta Falsa, Marta y Eduardo se desplazaron a
pie hasta la casa y Marcos tomó un camino diferente con el fin de aparentar que
no iban juntos. A las cinco y cuarto estaba la pareja en la puerta del número
41 y unos cinco minutos más tarde un Volvo aparcaba justo enfrente. Se apeó un
individuo de unos sesenta y tantos años que les saludó preguntando si eran
ellos los interesados en comprar la casa. Siguiendo a su cicerone penetraron en
el interior de la vivienda que era una casa típica de la zona con tres cuerpos
flanqueados por dos habitaciones cada uno. Dentro de una de las habitaciones
arrancaba una escalera para subir a la planta superior consistente en una
cámara diáfana que servía de trastero. Esa debía ser la escalera que se
mencionaba en el mensaje pero ¿cómo se podía mirar debajo de ella? Al visitar
la habitación contigua Eduardo lo comprendió perfectamente pues en ella había
una puerta que daba al espacio que debería haber debajo de la escalera. Hizo
una seña a Marta y ella se asomó a la puerta so pretexto de haber oído un
golpe.
─ ¿Es de
alguien el Volvo que hay en la acera de enfrente? ─
Preguntó Marcos entrando en la casa.
─ Es
mío, ¿por qué?
─ Pues
porque acabo de darle un golpe sin querer y quisiera darle los datos de mi
compañía de seguros para que le arreglen el desperfecto que le he ocasionado. ─
Explicó Marcos simulando estar agitado y nervioso.
─ No se
preocupe ─ dijo el otro ─ que todo tiene arreglo.
Y
salieron los dos juntos para ver la magnitud del golpe y ponerse de acuerdo.
En
cuanto que el sujeto salió a la calle, Eduardo se dirigió a la pequeña puerta
que había en el interior de la habitación mientras Marta vigilaba. Introdujo la
llave en la cerradura y la giró para abrir la puerta: allí en una pequeña
estantería había un paquete envuelto cuidadosamente que cogió rápidamente y lo
depositó en el amplio bolso que Marta había llevado a la vez que sacaba de éste
las bolas de papel de periódico que le hacían parecer que estaba lleno. Dejó
los papeles en lugar del paquete y cerró la pequeña alacena saliendo a
continuación de la casa junto con Marta para simular que iban a ver el
accidente de los coches.
A
continuación, y una vez que Marcos y el otro intercambiaron los datos,
volvieron al interior de la casa para que terminaran de enseñársela. Se
despidieron del señor y apuntaron los teléfonos a los que deberían llamar caso
de decidirse y se fueron caminando en dirección al Teatro Español en cuya
esquina ya les esperaba Marcos para salir lo más rápidamente posible del lugar.
Siguieron la calle Conquista hasta justo antes de llegar a la Plaza del
Ayuntamiento y allí enfilaron la calle Real para volver a Palma.
Una
vez en carretera Marta sacó el paquete de su bolso y quitó el envoltorio que
guardaba la estatuilla. Era un Cupido en actitud de acabar de disparar una de
sus flechas de unos treinta centímetros de altura y realizada en bronce.
─ ¡Vaya
preciosidad! ─ Comento admirada de la perfección de la escultura ─ Pero
pesa como un muerto y la he tenido que llevar en el bolso durante al menos cien
metros.
─ No te
quejes que lo has hecho muy bien ─ Bromeó Eduardo ─ No se
te notaba nada el peso que colgaba de tu hombro.
─ Sí,
pero lo tengo hecho puré.
Pararon
en Córdoba y Marcos telefoneó a alguien. Después de mantener una breve
conversación dijo:
─
Nuestro cliente enviará mañana a alguien para recoger la estatuilla. Me
llamarán cuando llegue a Palma y quedareis con él o ella en algún lugar para
hacer la entrega.
Siguieron
camino y antes de las nueve y media estaban entrando en el polígono industrial.
6
Todo tiene su explicación
El Domingo de Resurrección había
amanecido plomizo y lluvioso. El teléfono móvil de Marcos sonó a las once de la
mañana.
─
Dígame.
─ Puedo
hablar con la señorita Marta Cifuentes ─ Dijo una voz de mujer.
─ Ahora
mismo no está ─ dijo Marcos ─ Pero puedo recibir su mensaje
y comunicárselo a ella.
─ De
acuerdo ─
contestó la mujer ─ puedo encontrarme con ella a las doce y media en
el Hostal Zamora. ¿Sabe dónde está? ¡Ah! iré vestida de azul marino con un
pañuelo blanco al cuello.
─
Perfectamente, tomo nota y pasaré su mensaje a mi… jefa ─ Terminó
Marcos y pensó para sí ─ Si seré idiota, he estado a punto de decir mi
hija. Te estás confiando demasiado viejo tonto.
A
las doce y veinte Marta estacionaba su coche en la hacer de enfrente del Hostal
Zamora y descendía del vehículo para cruzar la calle y ocupar un velador de la
terraza cubierta pues quería tener la máxima privacidad en el encuentro que se
avecinaba.
Eduardo,
por su parte, daba cuentas de un desayuno abundante y simulaba leer el
periódico en una de las mesas del interior desde donde podía ver perfectamente
la de Marta. Había llegado más de media hora antes para no despertar sospechas
por si alguien vigilaba el lugar.
A
las doce y treinta y cinco un Audi negro aparca junto a la terraza y de él
desciende una mujer vestida elegantemente con ultraje de chaqueta azul marino y
un pañuelo blanco al cuello.
Marta,
al verla, le hizo una leve señal para decirle que la había reconocido y la
mujer se dirigió resueltamente hacia su mesa.
─ Hola,
soy Marta Cifuentes ─ Se presentó ─ ¿Con quién tengo el gusto…?
─
Encantada, señorita Cifuentes, ─ Contestó la otra ─ Mi
nombre es Amelia y represento a la Casa de Subastas Orly, espero que tendrá en
su poder el paquete.
─ Sí,
pero siéntese y tómese algo que se lo entregaré después de que hayamos
realizado todo el papeleo.
─ ¿Cómo?
─
Pregunto Amelia inquieta ─ ¿A qué papeleo se refiere? Quedamos en que todo
se haría con la mayor discreción.
─ No
tema que no le voy a hacer firmar ningún documento pero quisiera que Vd.
satisficiera mi curiosidad al menos hasta donde sea posible. ─ La
tranquilizó Marta.
─ Pues
Vd. me dirá, aunque de antemano le advierto que no es mucho lo que le puedo
contar. ─
Comentó Amelia.
─ Lo que
me despierta la curiosidad es saber cómo llegó el Cupido al lugar donde
nosotros lo encontramos. ─ Dijo Marta sin tapujos.
Eduardo
observaba a hurtadillas la conversación de las dos mujeres y, aunque no podía oír
nada de lo que se decían, la actitud de ambas le indicaba que todo seguía el plan
prefijado.
En
ese momento la camarera del hotel se acercó a la mesa ocupada por ellas e
interrumpió la respuesta de Amelia.
─
Buenas, ¿qué van a tomar las señoras? ─ Pregunto la chica muy
profesional.
─ Yo
tomaré un refresco de naranja ─ pidió Marta.
─ Pues a
mí tráigame lo mismo ─ la secundó Amelia.
La
camarera volvió al interior y Marta retomó la conversación
─ Me
decía Vd. que el Cupido llegó allí…
Amelia
se tomó su tiempo para responder no sin antes escudriñar el rostro de Marta
para tratar de adivinar sus intenciones.
─ Es
posible que lo que yo le diga ─ comenzó ─ se lo tenga que negar
en caso de que Vd. me lo preguntase en público…
─ De
acuerdo ─
interrumpió Marta ─ ¿Y bien…?
─ Pues
parece ser que la persona que nos robó la estatuilla se escondió en esa
población que Vd. y yo sabemos para dejar pasar un tiempo y que todo se
enfriase…
─
Continúe por favor, me resulta muy interesante…
Amelia
hizo una pausa como si no estuviese todavía decidida a continuar el relato pero
prosiguió:
─ Tomó
contacto con una pareja que se encargaban del mantenimiento de una casa en
ausencia de sus propietarios e incluso se prestó a ayudarles en la realización
de una pequeña obra en el patio y allí escondió el Cupido en algún lugar sin
que nadie se diera cuenta.
─ Siga
por favor ─ la animó Marta que ya estaba en ascuas por saber el final
de la historia.
─ Pues
de lo que falta del asunto, estoy segura que Vd. sabe más que yo dado que el
individuo en cuestión enfermó gravemente y, antes de morir, nos envió un
paquete con la llave, el mensaje y una carta en la que mostraba su
arrepentimiento y nos pedía perdón por los trastornos que nos había producido.
Del mensaje sólo pudimos averiguar el pueblo pero no la casa a la que se
refería en su carta ni la pareja ni nada más, por eso recurrimos a su agencia
de detectives ─ acabó Amelia ─ ¿Ha quedado satisfecha su
curiosidad?
─
Totalmente ─ contestó Marta sonriendo ─ Y ahora discúlpeme un
momento que voy al coche para traerle su “paquete”.
Se
levantó y cruzó hasta el coche del que sacó una bolsa que trajo consigo hasta
la mesa.
La
camarera llegó con los refrescos y Amelia pagó la consumición.
─
Supongo que me permitirá que la invite ─ dijo ya más relajada ─ A
propósito, señorita Cifuentes, quisiera extender mi agradecimiento a todos los
que hayan participado en la localización del Cupido y, por cierto, ¿quién es
ese señor tan amable que cogió el teléfono esta mañana? Su voz me ha resultado
conocida pero como de alguien a quien conocí hace mucho tiempo.
─ Pues
es… ─ se
detuvo un instante ─ uno de mis ayudantes.
Amelia
comprobó el contenido de la bolsa y extendió un cheque a favor de Marta por el
importe convenido. Se despidieron y subió al Audi negro para desaparecer
buscando la carretera que la llevase de vuelta a la capital.
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