La
tarde se apagaba lentamente como si no quisiera irse nunca, parecía que tuviera
miedo a la oscuridad que iba a nacer irremediablemente en unos instantes.
El
automóvil ascendía por el estrecho y serpenteante camino que conducía hasta la
casa que se levantaba en lo alto de la colina, llevaba los faros encendidos y,
pese a la penumbra reinante, se podía observar que sólo iba un ocupante dentro.
Se detuvo al llegar a la pequeña explanada que daba acceso a la puerta
principal y una figura embutida en un abrigo largo y con un sombrero oscuro
salió del vehículo y se acercó al porche sin hacer intención de penetrar en la
casa. Encendió un cigarrillo y entonces se pudo vislumbrar la profunda cicatriz
que cruzaba su cara desde el rabillo del ojo izquierdo hasta el mentón.
Una luz
solitaria se dejaba ver a través de las cortinas de una de las ventanas del
piso superior. Al cabo de unos minutos se encendió la luz de la planta baja al
par que se extinguía la del piso alto, unos instantes después se abrió la
puerta y la luz del interior alumbró el porche donde esperaba pacientemente el
individuo de la cicatriz. Una silueta se recortó en la puerta y extendió la
mano para estrechar la que le ofrecía el visitante. Claramente podía apreciarse
que se trataba de una mujer. Con un gesto invitó al hombre a entrar en la casa
y cerró la puerta cuando éste penetró en la vivienda.
No
habría transcurrido ni un cuarto de hora cuando la puerta se abrió de nuevo y
la pareja salió en dirección al auto estacionado al otro lado de la explanada.
Subieron y el vehículo arrancó enfilando el camino con las luces apagadas, el
conductor debía conocer muy bien las curvas del carril pues, aunque a poca
velocidad, no dudaba al tomar las circunvoluciones que le llevaban al pie de la
colina.
Una vez
que llegó a la carretera principal y se hubo alejado una distancia prudencial,
estacionó en el arcén en un lugar desde el que podía verse bien la silueta de
la casa en la que permanecía encendida la luz de la planta baja. Dentro del coche,
la mujer marcó un número de teléfono y ambos observaron al unísono la casa.
Al
principio no ocurrió nada en absoluto pero, al cabo de unos instantes, se pudo
distinguir como una columna de humo salía del interior y, en pocos minutos, el
edificio se vio envuelto en llamas que lo devoraban implacablemente.
⃰ ⃰
⃰ ⃰ ⃰
El
hombre de la cicatriz desayunaba en un bar mientras hojeaba el periódico de la
mañana. Al fin encontró lo que buscaba en la página de sucesos:
“La
modelo y actriz Estefanía Bastante muere abrasada en el incendio de su casa de
campo”
Así rezaba
el titular que ocupaba un lugar destacado en la página, luego el reportero se
extendía en una serie de consideraciones acerca de las posibles causas del
desgraciado accidente que había acabado con la vida de la señorita Bastante.
También comentaba que la modelo estaba acusada de un robo de joyas valoradas en
más de un millón de euros y que al parecer habría sustraído de un desfile de
joyería en el que había participado.
El
hombre de la cicatriz apuró el café que quedaba en su vaso, cerró el periódico
y se levantó recogiendo el sombrero con la intención de salir a la calle pero
en ese momento sonó su teléfono móvil e interrumpió su movimiento hacia la
salida:
─
Dígame ─ dijo con voz imperiosa.
El
silencio fue todo lo que percibió a través del auricular. Nervioso miró a su
alrededor buscando algo que no tardó en encontrar, pero no tuvo tiempo para
más, la pequeña columna de humo que salía de la mochila que había junto a la
puerta fue el anuncio de lo que se le venía encima: una bomba incendiaria que
estalló envolviéndolo todo en llamas. Por más que quiso correr en la dirección
opuesta, su maniobra no tuvo éxito y fue pasto del fuego en unos instantes.
Al día
siguiente el periódico de la mañana daba la noticia de la muerte del Inspector
de policía Ángel Peñascal a causa de un atentado con bomba en un bar de la
localidad. Ningún grupo terrorista había reivindicado la autoría del atentado.
⃰ ⃰
⃰ ⃰ ⃰
Sandra
Marqués, alias Estefanía Bastante, despertó a las once de la mañana. Había
colgado el cartel de “No molesten” en el picaporte de la puerta de su
habitación del Hotel Fasano de Río de Janeiro. Salió a la terraza y contempló
extasiada la playa de Ipanema que se extendía a sus pies. Volvió a entrar en la
habitación y encargó que le subieran el desayuno.
Al cabo
de unos diez minutos el camarero llamó a la puerta de la habitación de Sandra
antes de entrar con el carrito del desayuno.
─
Señorita Marqués ─ dijo ─ ha llegado un paquete para Vd. se lo dejo en la
bandeja del desayuno.
─ Muy
bien ─ contestó desde el baño ─ muchas gracias.
El
camarero colocó la bandeja del desayuno sobre una mesita y el paquete postal
justo al lado y, seguidamente, salió de la habitación.
Sandra
salió del baño envuelta en un albornoz, que no conseguía ocultar la belleza de
sus formas, y fue a tomar asiento para dar cumplida cuenta del delicioso
desayuno que acababan de servirle pero su curiosidad le hizo tomar en sus manos
el paquetito que le había llegado:
─
¿Quién puede saber que estoy aquí? ─ pensó ─ seguramente es una equivocación…
Miró el
remite antes de abrirlo y leyó:
“Ángel Peñascal”
─ ¡No
puede ser! ─ casi gritó ─ ¡Ángel Peñascal está muerto!
El
teléfono de la habitación de Sandra Marqués comenzó a sonar en ese mismo
instante…
⃰ ⃰
⃰ ⃰ ⃰
El camarero hablaba con el policía que
le interrogaba:
─ No
entiendo como ha podido lanzarse desde la terraza, hace unos minutos estuve en
su habitación y me habló desde el baño pero no noté ningún tipo de nerviosismo
en su voz, luego he tratado de hablar por teléfono para decirle que habían
traído el coche de alquiler que pidió ayer pero no ha contestado…
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