No
digas luego que no te lo avisé, fue la frase que me dijo mi socio cuando supo
lo ocurrido, y es que en la tarea de hacer el idiota no me gana nadie.
La
conocí en la barra de un bar de copas a eso de las tres de la madrugada del viernes.
Era una rubia de ojos azules, labios sensuales y un cuerpazo que parecía salido
de una serie policíaca americana. El punto de alcohol me hizo envalentonarme y
dirigirme a ella para invitarla a una copa. La chica me miró largamente y
aceptó la invitación con un gesto de asentimiento. Luego de que nos sirvieron
las bebidas me cogió de la mano y me llevó a un reservado. A partir de ahí las
cosas se fueron sucediendo de forma vertiginosa, o al menos así lo recordaba,
hasta que terminamos en un motel de las afueras de la ciudad donde hicimos el
amor hasta que, exhaustos, nos quedamos ambos dormidos.
A la
mañana siguiente ella había desaparecido y me había dejado una nota sobre la
mesita de noche:
“He
cogido prestada tu cartera pero la habitación la dejo pagada. Nos vemos el
domingo a la una del día en la terraza del café Saratoga”
Y aquí
estoy yo, con cara de gilipollas esperando que ella acuda a la cita cuando ya
son la una y cuarto. Seguramente se estará riendo a mandíbula batiente a costa
mía la muy…
Llegué a las doce y media y pedí un
café con leche con la ilusión de verla venir desde lejos balanceando sus
caderas y haciendo que todos los que se cruzaban con ella se volvieran a
mirarla pero no, ni hablar de la peluca, han dado ya la una media y aquí no se
ha presentado nadie…
- ¿Es
Vd. Carlos Prieto? – preguntó una voz a mi espalda.
- Sí, -
dije volviéndome un poco sobresaltado – el mismo.
- Pues
le traigo un sobre – continuó el mensajero alargándomelo.
- ¿Se
puede saber quién lo envía? – pregunté retóricamente.
- Mire
Vd. yo sólo soy un mensajero y no le pregunto a mi jefe quién manda o deja de
mandar nada. Hágame el favor de firmar el recibí – Atajó el fulano y, en cuanto
recogió mi firma, se dio media vuelta marchándose a continuación en una pequeña
Scooter.
Abrí el
sobre y observé de reojo que el camarero me estaba mirando y cuando su mirada
se cruzó con la mía me sonrió profesionalmente y miró para otro lado, así que
me dediqué a leer la nota que venía dentro:
“Me ha
sido totalmente imposible acudir a la cita. Perdóname pero esta noche te espero
en la barra del bar donde nos conocimos”.
Guardé
la nota en el sobre y éste en el bolsillo y medité sobre todo lo pasado. Pensé
en no acudir a la nueva cita pero, ¡qué caramba!, tendría que intentarlo, una
mujer tan preciosa bien vale que uno haga el tonto por ella más de una vez.
Entré
en el bar a eso de las once y, como no la vi., pregunté al barman por ella.
- No,
esta noche no ha entrado ninguna mujer rubia, - manifestó el camarero – sólo
aquellas dos del fondo y son morenas.
Dí las
gracias y salí afuera con la intención de permanecer oculto hasta que ella
apareciera… si es que aparecía. Me coloqué en la acera de enfrente medio oculto
en el portal de un edificio deshabitado y me puse a esperar a mi “presa” como
un lobo hambriento.
Eran las tres menos cuarto, y ya me
había fumado el duodécimo cigarrillo, cuando la vi bajarse de un taxi a las
puertas del bar. El corazón me dio un brinco en el pecho y a punto estuve de
llamar su atención pero me contuve a tiempo. Debía tomarme las cosas con calma
y, tal vez, hacerla esperar un rato.
Ella entró en el establecimiento y yo
empecé a ponerme nervioso deseando ir tras ella pero de nuevo me contuve y
esperé un rato antes de seguirla al interior del pub.
Al
abrir la puerta me encontré de manos en boca con ella que se disponía a salir.
- Hola,
- dijo – creí que estabas enfadado y no ibas a venir.
- ¿Por
qué tendría que estar enfadado? – pregunté
- Pues
porque ayer te dejé sin blanca en el motel. – contestó.
- Sí,
es verdad, pero como no me dijiste tu nombre, no sabía con quien enfadarme. –
Expliqué bromeando con cara de estúpido.
- Me
llamo Gloria - dijo como quien no quiere
la cosa.
- Y yo
Carlos – balbuceé como un colegial.
- Ya lo
sé, - me cortó ella – lo miré en tu cartera. Por cierto – rebuscó dentro de su
bolso – aquí la tienes. Puedes contar el dinero, está todo… menos la cuenta de
la habitación,… supongo que estaba invitada, ¿no?
- Y
estoy dispuesto a invitarte todas las veces que haga falta – alardeé llegando
al súmmum de la gilipollez.
- No
seas fantasma – replicó ella – puede que yo sea una ninfómana insaciable…
- Y yo
un imbécil presumido – respondí.
- No,
soy yo la que te debo una explicación. – Comenzó a justificarse – Necesitaba
dinero para coger un taxi que me llevase a un despacho de abogados donde tenía
que firmar inexcusablemente los papeles de mi divorcio y me había dejado la
tarjeta de crédito en mi casa. Esa noche estaba celebrando mi recuperada
independencia.
- Ah,
ya, y yo hice de striper, ¿no? – Pregunté inocente de mí.
- No,
tú fuiste el premio, y espero que yo fuese el tuyo. Zanjó ella dirigiéndose al
taxi que acababa de detenerse junto a la acera. – ¡Chao!
-
¿Cuándo puedo volver a verte? – Pregunté como un memo mientras ella cerraba la
puerta del coche.
- Tal
vez cuando me canse de ser independiente, ¿lo pillas? – Me lanzó mientras el
vehículo se ponía en marcha y yo me quedaba babeando con la boca abierta.
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