Estaba a punto de pulsar en botón del timbre cuando la vio venir por el
otro extremo de la calle. La furgoneta era de color verde y en su interior, a
tan larga distancia, sólo se distinguía al conductor. Intentó volver a su coche
pero ya era tarde, la persona que conducía la furgoneta le estaba haciendo
señas para que se detuviera y así lo hizo, esperó a que el vehículo llegara a
su altura e intentó identificar al individuo que le había llamado la atención
de forma tan ostentosa. No le conocía de nada o, al menos, no le recordaba a
nadie conocido.
─ ¡Hola!, soy
Gabriel, ¿es que no te acuerdas de mí? ─ Dijo tuteándola con tono amistoso
─ Pues,… ─ se quedó indecisa ─ en este momento… no sé ─ titubeó.
─ He sido yo quien te
mandó el mensaje con mi dirección y el ruego de que vinieras a verme. ─ Siguió su interlocutor ─ Ya te decía que en la puerta habría una
furgoneta verde pero has llegado antes que yo.
─ Sí, ─ confirmó ella ─ estaba a punto de marcharme cuando te he visto venir.
Él se dirigió hacia la puerta de la casa y la abrió invitándola a pasar
con un gesto.
─ Ponte cómoda
mientras preparo café. ─ Dijo
como si supiera su afición por el negro brebaje ─ ¿Te sigue gustando con poca leche?.
─ Sí, por supuesto ─ Contestó mecánicamente y añadió ─ ¿Se puede saber dónde nos hemos conocido?
─ Estuve sirviéndote
el desayuno durante más de dos años, ─ le respondió desde la cocina ─ aunque hace ya bastante tiempo.
─ ¡Ah, ya!, ¿tú eras
aquel jovencito que ayudaba a su padre en el bar de la esquina de mi antigua calle?
─ Recordó.
─ Sí, pero de eso
hace ya más de treinta años. ─ Afirmó
Gabriel mientras entraba con una bandeja en la que llevaba unas pastas y dos
humeantes tazas de café.
─ ¿Tanto tiempo hace?
Pues a mí se me ha pasado en un abrir y cerrar de ojos. ─ Aseguró ella.
─ En efecto, ─ comentó él ─ se diría que no pasan los años por ti porque estás igual de
joven que entonces.
─ Eso es porque me
miras con buenos ojos, ─ terció
ella ─ treinta años no
pasan en balde.
Gabriel se quedó pensativo como sopesando la frase que ella acababa de
pronunciar. Efectivamente podría decirse, sin temor a exagerar, que Claudia parecía
no haber envejecido en absoluto después de treinta años. Su rostro no
presentaba las arrugas que debería tener ya a sus cincuenta y pico de años y su
figura seguía siendo tan escultural como antaño. Seguramente se habría sometido
a alguna intervención de cirugía estética.
─ Y dime, Gabriel, ─ le sacó de sus cavilaciones la voz de la
mujer ─ ¿qué fue de tu
familia? ¿siguen regentando el bar?
─ No, el bar lo llevo
yo junto con mi hermana pequeña. Mis padres murieron hace ya veinte años.
Hicieron un viaje a un país centroeuropeo y aparecieron muertos una mañana en
la habitación del hotel. Les habían desangrado.
─ ¡Qué mala suerte!, ─ comentó Claudia ─ pero dime ¿cuál es el objeto de citarme al cabo de tantos
años?
─ El otro día vi en
el periódico que ibas a dar una conferencia sobre supersticiones en las
culturas centroeuropeas y, aunque llevaba ya mucho tiempo sin tener contacto
contigo, pensé que tal vez tú, como experta, me podrías aclarar algo sobre la
muerte de mis padres.
Ella se removió un tanto incómoda pero su semblante no se alteró lo más
mínimo.
─ Cuando mis padres
murieron, alguien me dijo que podía haber sido obra de un vampiro. ─ Comentó Gabriel.
─ No creo que sea así.
─ Contestó Claudia un
tanto atropelladamente ─ Un
vampiro no extrae tanta sangre de sus victimas. Le interesa mantenerlas vivas
para seguir aprovisionándose.
─ Podría haber sido
una reunión de vampiros, ─ insistió
él ─ ¿no te parece?
─ También podría
tratarse de alguna red de traficantes de sangre. ─ Explicó ella ─ De
todas maneras no me parece probable la teoría de la reunión de vampiros, eso
sólo ocurre en las películas.
─ ¿Por qué? ─ Inquirió Gabriel.
─ Pues porque los
vampiros a diferencia de los licántropos no suelen reunirse para cazar a sus
presas. ─ Sentenció ella con
tono firme.
─ Seguramente que tú
llevas razón, no en vano eres una experta.
─ Además, ─ apostilló la mujer ─ los vampiros no suelen compartir sus
fuentes de sangre, necesitan tenerla disponible casi a diario.
─ ¿Y por qué tienen
tanta necesidad de sangre? ─ Volvió
a la carga Gabriel.
─ Según todos los
escritos que he consultado, necesitan la sangre para mantener su juventud. ─ Aclaró Claudia y en ese momento pudo
observar cómo Gabriel ponía cara de comprender muchas cosas…
y porqué ese deseo de ser jóvenes toda la vida?
ResponderEliminarmenudo aburrimiento!!
besos.
Muy bueno tu relato, desde el inicio haces que se lea hasta el final..
ResponderEliminarHay Gabriel , ya estaras comprendiendo cual es la causa de que tu interlocutora se mantenga así de joven, voy bien o me regreso??
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