lunes, 17 de noviembre de 2014

… y consulte al Farmacéutico



         Si no hubiera sido por su madre, Adelardo habría terminado siendo un delincuente y eso no se cansaba nunca de repetirlo cada vez que venía a cuento y también cuando no. La verdad es que doña Adelaida, su madre, era una señora de armas tomar y le tenía más derecho que una vela incluso ahora que ya frisaba la cuarentena porque Adelardito, (como le llamaba cariñosamente su mamá), estaba soltero y entero y vivía con ella y con la tata que le cuidó desde pequeño.
         Adelardo trabajaba de mancebo en una farmacia y desde hacía unos meses había observado que una clienta nueva acudía cada semana para preguntarle sobre las medicinas que debía tomar para adelgazar.
         Él, como buen profesional, derivaba las preguntas al farmacéutico para que la aconsejara pero  al poco tiempo observó que la clienta procuraba entrar cuando el farmacéutico no estaba y así Adelardo no tenía más remedio que tomar la voz cantante y abordar la situación como mejor le parecía pero siempre haciendo la salvedad que sus consejos eran sólo fruto de la experiencia y no de una titulación de la que carecía.
         Cuando puso el asunto en manos de su madre, ella le dijo:
Mucho cuidado con los consejos que le das que tú eres capaz de crear un problema a la pobre señora y como yo me entere que es así, vas a saber quien es tu madre.
Tan al pie de la letra se tomó la recomendación de su madre que en cuanto la clienta volvió por la farmacia, Adelardo la invitó a tomar café en la confitería de la esquina y allí entre sorbo y sorbo y bocado de magdalena intercalado le pidió que se fueran a vivir juntos. Ella, toda arrebolada, le confesó que también sentía algo por él y Adelardo le lanzó de golpe:
No, si yo no quiero acostarme con Vd., lo que quiero es vigilar que se tome correctamente las medicinas que le he aconsejado.
        

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