Cambio de latitud



         Después de una noche de farra y desenfreno, Miguel despertó en aquella habitación de hotel barato. Observó que estaba desnudo y tapado con una vieja manta que apestaba a naftalina y a vómito rancio. Intentó levantarse pero todo le daba vueltas y, además, su estómago se rebeló forzándole a echar fuera de sí todo lo que le quedaba dentro pues el amargor de la bilis le llenó la boca. Decidió seguir en posición horizontal hasta que su cuerpo le autorizase a salir de la cama.
         Cayó en un sopor fruto de los vapores del alcohol que aún tenía circulando por su cuerpo y cuando abrió los ojos de nuevo, el sol estaba a punto de escapar por el horizonte. Probó a levantarse y esta vez lo consiguió pero el dolor de cabeza que sufría era como una prensa que le apretaba el cráneo sin piedad. Se duchó para despabilarse un poco, se vistió y salió de la habitación.
         A mitad de la escalera de madera que llevaba a la planta baja le asaltó la música de un tango:
“Barrio, barrio...
que tenés el alma inquieta
de un gorrión sentimental.
Penas, ruegos...
es todo el barrio malevo
melodía de arrabal”
         La melodía se le clavaba en los oídos como si de alfileres se tratase mortificándole aún más que el dolor de cabeza.
         ─ ¿Cómo había llegado hasta el hotel? ¿Quién o quiénes le habían desnudado y tapado con la manta? ─ Se preguntó mientras buscaba con la mirada al recepcionista.
         El hombrecillo estaba sentado detrás de su mostrador viendo tranquilamente la televisión que ofrecía un partido de futbol como correspondía a una tarde de sábado. El crujido de uno de los últimos escalones le hizo desviar su atención del televisor y fijar una mirada inquisitiva en Miguel que se dirigió directamente hacia él.
         ─ ¿Podría decirme quién me ha traído al hotel? ─ Le lanzó sin darle tiempo ni a saludarle.
         ─ Pues no sabría decirle, señor, el turno de la noche lo hace mi compañera. ─ Contestó amablemente el recepcionista con un cierto deje que Miguel no supo distinguir.
         ─ ¿Y puede saberse a qué hora le relevará su compañera?
         ─ Pues hasta mañana por la mañana no entra. Hoy es sábado y me toca doblar el turno.
         ─ Bueno pues si es tan amable de darme la cuenta…
         ─ ¿Me puede decir cuál es su habitación?
         ─ Creo que la número ocho pero no estoy seguro porque el número está medio borrado.
         ─ Entonces es la número ocho. Don Miguel Huertas, ¿verdad?
         ─ Sí señor, ése soy yo ─ contestó Miguel suavizando el tono.
         ─ En ese caso, señor Huertas, la cuenta está pagada.
         ─ ¿Pagada? ¿Por quién?
         ─ Se la pagaron a mi compañera anoche… mejor dicho esta madrugada.
         Miguel salió a la calle y el fresco del atardecer le fue aclarando la cabeza:
Había salido con unos amigos a celebrar el cumpleaños de Federico y estuvieron en varios pubs de la Ronda Norte de Córdoba, relativamente cerca de su casa pero la calle por donde ahora deambulaba no le resultaba conocida. Debía estar en algún barrio periférico seguramente.
         Paró a un transeúnte y le preguntó:
─ ¿Haría Vd. el favor de decirme en qué barrio estoy y donde para un autobús que me lleve a la Plaza de las Tendillas?
─ ¿Pero que decís vos de Tendillas? Acá no hay ninguna Plaza de las Tendillas. Dejá esa vaina y no digás disparates. ¿Sos un loco o un boludo? ─ Fue lo que obtuvo por respuesta porque el hombre siguió su camino a buen paso.
“… Viejo... Barrio...
Perdoná si al evocarte
se me pianta un lagrimón
que al rodar en tu empedrao
es un beso prolongao
que te da mi corazón… “
         El dichoso tango volvió a escucharse a través de la ventana de un bar…
         Sin pensarlo dos veces corrió tras el fulano al que acababa de preguntar y plantándose delante con gesto angustiado le dijo:
         ─ ¿Pero esta ciudad no es Córdoba?
         ─ Por supuesto que sí, vos estás en Córdoba, la segunda ciudad más poblada de la República Argentina. ─ Sentenció el sujeto y a Miguel “se le cayeron los palos del sombrajo”.

1 comentario:

  1. ¡Buena noche de parranda! Lo mas lejos que he llegado fue a Toledo. Llegamos en tres horas y tardé dos días en volver. ¡La de bares que hay de Toledo a Córdoba!

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