ROMANCE A UN PALMEÑO ILUSTRE


Soy Juan Rodríguez Cabrillo,
carpintero de ribera,
nacido en Palma del Río
que otro nombre antes tuviera
pues era de Micer Gidio
la villa que antes hubiera.
Apretado por el hambre
embarqué en la carabela
para emigrar a las Indias
donde acumular riquezas
y, si mi Dios lo permite,
descubriré nuevas tierras.
El vigía ya gritó
que estamos llegando a tierra
y asomados por la borda
vemos la playa de arena,
las palmeras y las frondas
que dan verdor a la selva.
El barco va costeando
buscando un buen fondeadero
donde anclar la carabela
al resguardo de los vientos
hasta que al fin encontramos
una cala con un puerto.
Se ven casas, se ven chozas,
se ven gentes de los nuestros
y también están los indios
que saludan con sus gestos.
Con plumas en sus cabezas
y mantas muy coloridas
para tapar sus vergüenzas
ahora no permitidas
por los frailes catequistas
que en la Cruz les educaban.
Una vez desembarcados
nos llevaron al teniente,
que manda en aquella aldea,
a presentarle las cartas
que mi capitán tenía
de parte del rey de España
Don Carlos que fue el primero
de los reyes de su saga
y que mandaba nos dieran
caballos, guías y vituallas
para unirnos a Cortés
que en México guerreaba.
Alférez me hizo Cortés
y a ballesteros mandaba
hasta que llegó Alvarado
y me enrolé en su mesnada.
Después de mucho luchar
me establecí en Guatemala,
me dediqué a comerciar
y tuve una barragana
india morena y preciosa
que calentaba mi cama.
Con ella tuve dos hijos
y me volví para España
pues debía desposar
una dama sevillana,
de prosapia y abolengo,
doña Beatriz se llamaba
y con ella desposado
volvimos a Guatemala.
Dos hijos me dio también,
mis apellidos llevaban,
pero Pedro de Alvarado
me llamó para su armada
y en sus barcos me embarqué
en menos de una semana
dejando a doña Beatriz
con mis hijos de compaña.
Muerto Pedro de Alvarado
me nombraron capitán
para seguir hacia el norte
donde nadie fue jamás.
Veintiocho de Septiembre
del año cuarenta y dos
encontramos la bahía
que San Diego se llamó,
después dediqué a mi Rey
la bahía de Monterrey
y en la isla San Miguel
estaba claro mi sino
y allí mismo fallecí
fue el final de mi camino
pero no quiero dejar
esta historia sin deciros
que siempre, hasta este final,
a Palma llevé conmigo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario