El misterio de los números



1
Cita en el mirador

Estaba tan ensimismado contemplando la panorámica que se ofrecía ante sus ojos que no le vio venir y cuando quiso darse cuenta ya le tenía encima. Intentó esquivar el golpe pero fue inútil porque no tenía ya la agilidad de otros tiempos y al golpe en la cabeza siguió una sensación de caída en el vacío que le llevó a una pérdida de la consciencia durante bastante tiempo.
Cuando despertó estaba tirado en el mismo lugar del mirador de la ermita donde sufrió la agresión. Su cabeza le dolía como si se le fuese a partir y, al tocarse, encontró un chichón sobre el parietal derecho del tamaño de un huevo de paloma. Por la nariz le había salido sangre seguramente del golpe contra el duro pavimento de adoquines pero ya estaba reseca así como las gotas que había en el suelo.
Comprobó que no tenía más heridas y rebuscó en sus bolsillos para saber si le habían robado. Su cartera estaba en el lugar habitual y la revisó por si echaba en falta algo, pero no, parecía que estaba el dinero, sus documentos y las tarjetas de crédito. Al registrar el bolsillo lateral del abrigo se dio cuenta de lo que buscaba el agresor y se había llevado: la carta que tenía que entregar a su contacto en aquél mismo lugar pero que no había acudido a la cita a la hora prevista.
Todo empezó la semana anterior cuando recibió la llamada telefónica de su antiguo jefe del servicio secreto que le citó en el restaurante Michelangelo para pedirle un favor al cabo de dos años de haberse jubilado voluntariamente con cincuenta y cinco años. Debía entregar una carta a un contacto que se encontraría con él a las diez de la noche del martes en el mirador de marras pero en lugar del contacto lo que había aparecido era alguien que, con un objeto contundente, le había dejado fuera de combate.
Decidió volver a casa y bajó hasta donde tenía estacionado el coche. Antes de subir al vehículo echó una ojeada a su alrededor y entonces fue cuando vio el bulto. Se podía asegurar que se trataba de una persona aunque la luz no era mucha. Estaba al otro extremo del aparcamiento y no lejos de una de las farolas que alumbraban apenas el lugar. Se acercó con precaución y, cuando estaba a punto de agacharse para ver de quien se trataba, el bulto se movió levemente y esto le indicó que, quien fuera que fuese, no estaba muerto. Le levantó el pasamontañas que le ocultaba el rostro y allí estaba ella, era la misma mujer que le había preguntado la hora cuando salió de su casa en dirección al lugar de la cita. Seguramente había venido siguiéndole discretamente porque él no lo había notado. La inspeccionó para ver si estaba herida pero sólo notó un olor a cloroformo que le indicó que había sido narcotizada.
─ Vaya ─ pensó ─ ésta ha tenido más suerte que yo, al menos no le han atizado en la cabeza.
Esperó pacientemente a que despertara y, cuando así lo hizo, se aprestó a interrogarla.
─ ¿Se puede saber por qué motivo me ha seguido?
─ ¿Dónde estoy? ─ Dijo ella por toda respuesta mientras sus ojos verdes se clavaban en los de él.
─ Está en el aparcamiento del mirador ─ le contestó ─ Pero, ¿por qué me ha seguido hasta aquí?
Ella movió la cabeza como para aclararse las ideas y se incorporó hasta quedarse sentada.
─ Es una larga historia ─ comenzó ─ y no sé si será oportuno que yo se la cuente…
─ Entonces, ¿quién debe contarme la dichosa historia? ─ Respondió él comenzando a ponerse furioso. ─ ¿Quién va a contarme por qué me han golpeado en la cabeza y qué demonios es lo que contenía la maldita carta?
─ Si me acompaña tal vez empiece a comprender ─ comentó ella.
─ Suba a mi coche y la llevaré donde Vd. me diga ─ dijo él ayudándola a levantarse, aunque inmediatamente sintió que tal vez se estaba metiendo en la boca del lobo.
Ambos subieron al automóvil y comenzaron a descender por la carretera hasta llegar al Puente de Hierro por el que atravesaron el Guadalquivir.
Al llegar a la vía principal tomó al frente tal como ella le indicó y siguió así durante varios kilómetros hasta que, por indicación de su acompañante, se desvió para entrar en un polígono industrial y se dejó guiar hasta una pequeña nave que parecía abandonada.
Se apearon en la puerta y ella marcó un número de teléfono en su móvil.
─ Abre la puerta ─ dijo en un susurro ─ soy yo y vengo acompañada. ─ Esperó a que hablase su interlocutor y continuó ─ Sí, es él quien viene conmigo.
La puerta se abrió sin hacer ni el más mínimo ruido y ambos penetraron rápidamente en el interior de la nave. Antes de cerrar la puerta la mujer cogió una linterna que había en una estantería y se aprestó a alumbrar el camino que debían seguir. Avanzaron por el centro de la instalación que estaba totalmente vacía hasta que llegaron a un lugar en el que ella se agachó y levantó una compuerta que daba acceso a unas escaleras de hierro que descendían hasta un sótano.
La escalera moría ante una puerta metálica junto a la que había una especie de teclado donde su guía tecleó una clave y la puerta se abrió automáticamente para permitirles el paso.
Entraron en una estancia perfectamente iluminada en la que varias personas trabajaban en sendos ordenadores que, cosa curiosa, tenían las pantallas apagadas. Al fondo había una puerta de color blanco y hacia ella le condujo su acompañante.
─ Espere aquí un momento, por favor.
Él asintió y tomó asiento en una silla parecida a las de la sala de espera de un hospital.
No habrían transcurrido ni cinco minutos cuando la puerta se abrió y la mujer le hizo un gesto para que la acompañara al interior. Un despacho con una mesa al fondo y alguien que estaba sentado en un sillón de espaldas mientras contemplaba una pantalla en la que aparecía una imagen de la Torre Eiffel. Cuando la persona se dio la vuelta para mirarle se sintió al borde del desvanecimiento…
¡No puede ser! ¡Es imposible! … ─ casi estuvo a punto de gritar.


2
Una vieja historia

(Veinticinco años atrás en el cementerio de la ciudad)

         Eduardo Sentinel presencia el sepelio de su compañero y amigo Marcos Cifuentes. Asisten la esposa y la hija del finado y un pequeño grupo de amigos y compañeros de trabajo pertenecientes a la Agencia de Asuntos Extranjeros (A.A.E.), tapadera de la agencia oficial de espionaje del país.

⃰⃰       
         ─ Sí, Eduardo, soy yo y como puedes ver no estoy muerto.
         ─ Pero, pero… ─ no salía de su asombro.
         ─ Todo tiene una explicación y te la daré a su debido tiempo ─ comenzó Marcos ─ en primer lugar quiero presentarte a mi hija Marta a la que no has reconocido puesto que cuando lo de mi supuesto entierro sólo tenía quince años. Ella ─ siguió diciendo ─ tenía que haber recibido de tus manos la carta que nuestro antiguo jefe te dio, pero, al parecer, había alguien que no estaba invitado a la fiesta y os dejó a los dos en brazos de Morfeo.
         Eduardo Sentinel no salía de su asombro pero se acercó para estrechar la mano que le tendía su “resucitado” amigo.
         ─ No sabes la alegría que me acabas de dar ─ acertó a decir.
         ─ Pero nadie puede saber que estoy vivo, al menos de momento.
         ─ Por mi parte no debes preocuparte, soy una tumba, bueno, es un decir…
         ─ Ya lo sé y por eso estás aquí ─ continuó Marcos ─ si hubieras contactado con Marta de la forma que estaba prevista no habría sido necesario el que supieras de mí pero, como la cosa se ha torcido, no estaría de más que nos echaras una mano para recuperar la carta.
         ─ ¿Pero qué es lo que hay en la carta? ─ Inquirió Eduardo.
         ─ Pues la carta contiene una secuencia de números que un agente enemigo llevaba escrita en un papelito y que se le cayó al suelo cuando dos agentes de la A.A.E. le perseguían en Paris.
         ─ ¿Y por qué no te la dio directamente el jefe a ti?
         ─ Pues, obviamente, porque nadie sabe que estoy vivo ─ explicó Marcos ─ Bueno, sí, mi hija y ahora tú.
         ─ Y esa gente que hay ahí fuera, ¿no?
         ─ Esa gente no puede verme, son ciegos.
         ─ ¡Ah! Ahora comprendo que tuvieran las pantallas de los ordenadores apagadas. ─ Convino Eduardo.
         Eduardo Sentinel, como ya hemos dicho, había pertenecido a la A.A.E. donde ingresó con veinte años recién cumplidos. Allí conoció Marcos Cifuentes que ya era un veterano que frisaba la treintena y con quien le pusieron de compañero. De él aprendió todo lo que debe saber un agente secreto y, con el paso del tiempo, llegaron a ser buenos amigos por lo que su “muerte” le afectó bastante. Eduardo era un hombre de 57 años cuyos cabellos rubios comenzaban a tener ya reflejos plateados. Medía un metro setenta y cinco y pesaba unos ochenta kilos aunque aún se encontraba en buena forma física a base de machacarse de vez en cuando en el gimnasio.
         Marcos Cifuentes tenía diez años más que su amigo y, sin embargo, presentaba un aspecto más avejentado quizás debido a la calvicie y al exceso de peso y, también por el trabajo sedentario que había tenido durante los últimos veinticinco años. El cabello que rodeaba su generosa calva era de un blanco níveo y su rostro aparecía cruzado de muchísimas arrugas.
         Marta Cifuentes era una mujer morena de ojos verdes que mostraba la hermosura de unos cuarenta años muy bien llevados. Era esbelta de cuerpo y tenía cada cosa en su sitio sin que le faltara ni le sobrara nada para ser una mujer espléndida y bella. Tenía un caminar elástico y un acompasado movimiento de caderas que a Eduardo le habían alegrado el día después del coscorrón que se había llevado en el mirador.
         ─ Pero, Marcos, ¿qué es todo esto? ¿A qué te dedicas desde entonces?
         ─ Al principio me fui durante unos años a Brasil para poner distancia de por medio. Me pinté el pelo y me dejé crecer la barba, pero, cuando me enteré que mi mujer había muerto, me puse en contacto con mi hija que trabaja en un bufete de abogados y montamos esta agencia de información que colabora por un precio razonable con todo aquél que nos necesita.
─ ¿Y trabajáis para la A.A.E. incluso?
─ Incluso para la mismísima A.A.E., tú lo has dicho ─ corroboró Marcos ─ Pero ellos no saben que están trabajando conmigo.
─ Ya, comprendo ─ dijo pensativo Eduardo ─ eso me indica que las cosas entre la Agencia y tú no terminaron muy bien que digamos. ¿Verdad?
─ Pues la verdad sea dicha resulta que había alguien allí que quería quitarme de en medio. Me enteré por casualidad cuando me mandaron a París para contactar con un agente chino que debía pasarnos información acerca del espionaje industrial que empresarios de su país estaban haciendo en Europa. La misión era una trampa y me salvé por los pelos de que el chino me mandara al otro barrio y fui yo quien lo quitó de la circulación no sin antes hacerle cantar todo lo que sabía.
─ ¿Y qué sabía? ─ no pudo evitar el preguntar.
─ Todavía no puedo compartir esa información con nadie para evitar el peligro que podría suponer para sus vidas en caso de conocerla. Estoy cerca del final y me da en la nariz que este asunto de la carta tiene bastante que ver con todo el embrollo que me llevó a simular mi muerte. ─ Terminó diciendo Marcos. ─ Y ahora es mejor que te vayas a descansar, mañana tendremos tiempo para diseñar una estrategia que nos lleve a recuperar la carta. Mi hija te guiará hasta la calle y te recogerá por la mañana temprano.
Marta que no había abierto la boca durante toda la conversación permaneciendo sentada en una silla, se puso en pie y se dispuso a cumplir con lo que su padre había decidido.


3
Otra vez en acción

         Eduardo se levantó a las siete pues había quedado en que Marta le recogería a las ocho. Se tocó el chichón que ya había disminuido de tamaño y se dio una ducha para despejarse del todo. Cuando ella llamó a la puerta de su apartamento ya estaba afeitándose y le abrió con la cara enjabonada.
─ Vaya, sabes que no te sentaría mal la barba ─ dijo sonriendo divertida.
─ Es posible ─ concedió él ─ pero me haría más mayor.
─ Y, tal vez, más interesante y atractivo ─ dijo ella sin pensarlo y, a continuación, se ruborizó como una colegiala.
─ Si es que a ti te gusta pensaré seriamente en dejármela. ─ Comentó Eduardo coqueto, aunque inmediatamente se arrepintió de lo que había dicho. ─ Cuidado Eduardo ─ pensó para sí ─ estás hablando con la hija de Marcos y le llevas casi veinte años.
Marta se entretenía curioseando por el salón cuando Eduardo salió de su habitación ya completamente arreglado. La corbata estaba un tanto descolocada y ella no pudo reprimir el arreglársela y, después, quedársele mirando a los ojos con un gesto de aprobación.
A Eduardo se le puso el vello de punta y se le dispararon todas las alarmas, si no se hubiera tratado de la hija de su amigo, seguramente la hubiera besado en ese mismo instante.
Condujo en silencio y procurando no mirarla hasta la nave donde ella le llevó la noche anterior y entonces fue cuando Marta abrió los labios y dijo:
─ No pares aquí, da la vuelta a la nave y entraremos el coche para no llamar la atención.
Eduardo hizo lo que ella le había dicho y paró en la parte posterior delante de una puerta de garaje. Marta sacó un telemando y la puerta se abrió para permitirles el paso. Entró el vehículo y lo estacionó dentro de la nave. Se apearon sin intercambiar palabra alguna y se dirigieron hacia la entrada camuflada en el suelo.
Durante toda la mañana se dedicaron a buscar información, a través de todos los medios disponibles, sobre agente que había perdido el papelito de marras y encontraron que su pista se perdía en algún lugar de la Costa del Sol por lo que decidieron que Eduardo y Marta, haciéndose pasar por turistas franceses, investigaran sobre el terreno para tratar de averiguar el paradero del espía.
La recién formada pareja volvió al apartamento de Eduardo para preparar un pequeño equipaje y, desde allí, tomaron un taxi que les llevó a la casa de Marta donde ésta hizo lo propio. Bajaron al garaje donde cambiaron las placas del coche de Marta por unas de París y salieron rumbo a la costa malagueña.
Por el camino fueron completando los detalles del plan de acción y, al llegar a la capital costasoleña, se dirigieron al Hotel Barceló que está junto a la estación del AVE lo que les permitiría, en caso necesario, tomar una vía alternativa para volver a casa.
Se alojaron bajo el nombre de Monsieur y Madame Buisson.
La habitación situada en el tercer piso tenía una cama de dos metros de anchura y zona de trabajo amén de sillón relax y baño completo con hidromasaje.
─ No pensarás ni por un momento que vamos a dormir juntos, ¿verdad? ─ Lanzó ella a bocajarro en cuanto el botones salió de la habitación.
Por toda respuesta Eduardo se sentó en el sillón de relax.
─ No te preocupes, este sillón será suficiente para mí y estaré toda la noche sin moverme. Ah, para tu tranquilidad te diré que no ronco.
Ella ya estaba deshaciendo su equipaje y colocándolo en uno de los armarios por lo que hizo como que no había escuchado la ironía de Eduardo.
─ Vamos a dejarnos de niñerías y a partir de ahora sólo hablaremos en francés para no despertar sospechas ─ argumentó Marta ─ recuerda que somos una pareja de turistas franceses que estamos de vacaciones.
Marta despertó a eso de las ocho de la mañana y Eduardo ya no estaba en la habitación, en su lugar había una nota en la que le decía que la esperaba a las nueve y cuarto en el comedor del hotel para desayunar. Se duchó rápidamente, se puso un pantalón y una camisa estampada y bajó al comedor. Observó que Eduardo había cogido una mesa junto a un gran ventanal y se apresuró a llegar donde él la esperaba:
─ Bonjour Edouard! ─ Saludó en perfecto francés.
─ Bonjour, chérie! ─ Contestó él de la misma forma.
Desayunaron café con tostadas y salieron a la calle para dirigirse a pie al centro de la ciudad.


4
A la caza del espía

         Una vez llegados al centro de la ciudad, recorrieron la calle Larios y se dirigieron a la catedral. Entraron cámara en ristre para parecer verdaderamente una pareja de guiris visitando monumentos. Pasaron un buen rato en el interior del templo haciendo fotos a diestro y siniestro y, al salir, deambularon un rato por los alrededores y entraron en una relojería donde les recibió un tipo bastante peculiar: era un individuo calvo como una bola de billar que sujetaba en su único ojo una lupa de relojero mientras estaba enfrascado en la maquinaria de un reloj de bolsillo.
         Cuando el relojero se quitó el monóculo, una amplia sonrisa se dibujó en su cara:
─ ¡Joder! ¿De dónde has salido Eduardo? ─ Dijo como salutación ─ Hace una eternidad que no te veía, me dijeron que te habías retirado pero me huele a que estás investigando algo. ─ Y salió de detrás del mostrador para estrechar la mano de Sentinel.
─ Tienes razón viejo bergante ─ dijo cariñosamente Eduardo ─ aunque espero que ésta sea mi última misión.
─ Querrás decir la penúltima ─ corrigió el otro ─ y toca madera para espantar la mala suerte.
─ Tú siempre tan supersticioso ─ le espetó Eduardo y continuó dirigiéndose a Marta que asistía pacientemente al reencuentro de los dos hombres ─ Te presento a Baltasar Mogón, el mejor relojero y el mayor bandido de Málaga y sus contornos.
─ Y ¿se puede saber quién es esta preciosidad? ¿No será tu mujer?
─ Pues no, es mi compañera en el actual trabajo y se llama Marta ─ explicó Eduardo mientras ella enrojecía hasta la raíz del cabello por el comentario del relojero.
Marta y Baltasar de saludaron con un apretón de manos que terminó con una reverencia del relojero simulando que besaba la mano de la chica.
─ Tú siempre tan ceremonioso con las mujeres ─ y dirigiéndose a Marta ─ Ten cuidado con Baltasar que ahí donde lo ves es un Don Juan de tomo y lomo.
Los tres rieron divertidos y a un gesto de Baltasar pasaron a la trastienda donde había una pequeña mesa de despacho y unas sillas que ocuparon inmediatamente.
─ Supongo que tu visita sin avisar responde a un asunto importante y sobre el que deberé guardar la máxima discreción ─ Dijo Baltasar nada más tomar asiento y escudriñando los rostros de sus visitantes con su único ojo.
Eduardo le expuso sucintamente el asunto que les traía a la Costa del Sol evitando nombrar a Marcos Cifuentes y el parentesco entre éste y Marta.
─ Entonces es de suponer que necesitas mi ayuda para localizar a ese fulano, ¿no? ─ Concluyó el relojero.
─ Pues eso es exactamente lo que necesito de ti. Supongo que seguirás manteniendo tus contactos en la zona.
─ Por supuesto aunque hay que tener mucho cuidado para no despertar suspicacias entre mis actuales clientes.
─ ¿Tus actuales clientes? ─ Inquirió Eduardo.
─ Sí, querido amigo, ahora suelo hacer algún que otro trabajito para los rusos y otra gente del este que se han establecido en la costa después de la caída del Telón de Acero.
─ Vaya, pues me alegro de que no te hayas oxidado como yo que llevo dos años en el dique seco. ─ Intervino Eduardo. ─ Mira, estamos alojados en el Barceló bajo el nombre de Monsieur y Madame Buisson, así que en adelante cuando nos pongamos en contacto lo haremos en francés para no levantar sospechas. ¿Te parece bien?
─ Me parece perfecto, esta noche o mañana por la mañana tendré ya algo para ti. Te dejaré un mensaje en la recepción del hotel y así podréis dedicaros a disimular que sois turistas haciendo alguna excursión. ─ Dijo Baltasar levantándose de su asiento. ─ ¡Ah! Será mejor que salgáis por la puerta de atrás y tomaros una cerveza a mi salud que ya tendréis noticias mías.


5
Noticias de Baltasar

         Almorzaron en un pequeño restaurante cerca del Museo Picasso al que hicieron una visita por la tarde y volvieron al hotel a eso de las siete y media de la tarde de tal forma que a las nueve en punto estaban en el comedor para cenar temprano como correspondía a una pareja de turistas extranjeros.
─ ¿Y me decías que a Baltasar lo conociste en Albi? ─ Preguntaba Marta mientras se quitaba el maquillaje en el cuarto de baño.
─ Sí, ─ contestó desde el dormitorio ─ me lo presentó tu padre en una de las misiones que tuvimos en Francia contra el terrorismo. Desde entonces he mantenido una buena relación con él pero no he querido que supiera que Marcos está vivo ni que tú eres su hija.
─ Me parece bien ─ comentó ella ─ ya sabes que mi padre no quiere que nadie sepa nada acerca de él.
─ Eso es lo que me retuvo aunque sé que podría confiar ciegamente en Baltasar pero no conozco a la clase de individuos con los que tiene tratos…
Durante un buen rato estuvieron planificando las acciones a llevar a cabo mientras esperaban los informes del relojero y decidieron hacer una excursión a Nerja durante la mañana siguiente para seguir alimentando su tapadera de turistas.
─ Ahora hay que irse a la cama… bueno, yo me iré al sillón para tranquilidad tuya ─ comentó Eduardo irónico. ─ Mañana puede ser un día movidito.
El teléfono de la habitación sonó a las ocho y media de la mañana:
─ Sí, dígame ─ con voz soñolienta Marta había descolgado el auricular sin ni siquiera abrir los ojos.
─ Lève – toi, petite marmotte, ─ escuchó la voz de Eduardo al otro lado del hilo telefónico ─ il faut partir pour visiter Nerja cette matin.
─ Très bien mon cher, où est-ce que tu m’attends?
─ En front de l’hotel il y a un café, mais dépêche – toi, il faut partir.
Media hora más tarde se reunía con él en el café que había frente al hotel y, después de desayunar a la americana, subieron al coche para salir rumbo a Nerja.
─ He preguntado en la recepción pero no hay ningún recado de Baltasar y he dejado dicho que si llega algo para mí, me telefoneen inmediatamente.
─ No te pongas nervioso que él tendrá que hacer sus gestiones y eso lleva su tiempo ─ comentó ella.
─ Bien, en la guantera tienes varios folletos sobre lo que podemos visitar en Nerja y sus cercanías.
Marta abrió la guantera del coche, cogió los folletos y se puso a hojearlos con detenimiento aunque su pensamiento iba por otros derroteros.
─ Este tío ─ pensó para sí ─ qué se trae entre manos levantándose con las claras del día y sin hacer ruido para que yo no me despierte. Será que le da vergüenza estar en la misma habitación con una mujer más joven o es que no quiere que le vea con el pelo revuelto y sin afeitar. La verdad es que cuando le vi afeitándose en su casa estaba de lo más atractivo, vamos que se conserva pero que muy bien.
Leyó unos minutos para disimular y comentó:
─ Hay un pueblo cerca de donde vamos que, según dice aquí, es muy interesante desde el punto de vista turístico.
─ Sí, ¿cómo se llama?
─ Se llama Frigiliana y al parecer fue allí donde de inició la industria del azúcar y de la miel de caña que luego exportamos a América.
─ Creo que estaría bien visitarlo después de comer, ─ propuso Eduardo ─ y por la mañana visitamos la cueva que me han dicho que es preciosa.
─ Sí, ─ aprobó ella y propuso divertida y en tono irónico ─ también podemos ver la “Barca de Chanquete” para recordar “Verano Azul”, aunque tú, como eres tan mayor, seguramente que no verías la serie de televisión.
Eduardo encajó el golpe bajo pero no movió ni un solo músculo de su cara para no dar a entender que había cogido la indirecta. Aquella mujer le estaba poniendo nervioso y, aunque quisiera negárselo a sí mismo, le gustaba demasiado y eso que hacía bien poco que la conocía. ¿Es que tocaba ya el fin de su soltería? Procuró desechar esos pensamientos y centrarse en la carretera.
Cada uno con sus reflexiones, llegaron a Nerja y se dirigieron en primer lugar a hacer la visita de la Cueva, llamada "Catedral natural de la Costa del Sol" y se encuentra a 750 metros del litoral sobre un altozano, a unos 200 metros sobre el nivel del mar. Dado que el recorrido por el interior de la gruta es de 4823 metros, la duración de la visita es de casi dos horas por lo que, cuando volvieron al exterior se fueron directamente a comer al Restaurante del mismo nombre donde degustaron un menú, en el que no faltó el “pescaíto” frito típico de la zona, en la terraza panorámica desde la que puede verse la Sierra Almijara y el mar.
Por la tarde se desplazaron a Frigiliana con sus calles empinadas y visitaron el Palacio de los Condes de Frigiliana con su ingenio azucarero, la ermita del Ecce Homo, las murallas del Castillo de Lizar, el Palacio del Apero, El Torreón, la Fuente Vieja, el barrio mudéjar y el Museo Arqueológico, con lo que acabaron rendidos y deseando volver al hotel.
Al entrar el portero se dirigió a Eduardo:
─ ¿Monsieur Buisson?
─ Oui je suis
─ Il y a une lettre pour vous à la reception de l’hotel.
─ Très bien, merci. ─ Acabó y le dijo a Marta al oído:
─ Debe ser un mensaje de Baltasar. ─ Y se acercó a la recepción para recoger el mensaje.


6
Marbella

En su mensaje el relojero les informaba de la existencia de un individuo relacionado con una organización servia que había llegado a Marbella preguntando por un personaje poco recomendable que se dedicaba a realizar trabajos sucios para el mejor postor. El individuo estaba alojado en el Hotel Marbella Inn a la espera de que el otro volviera pues se encontraba de viaje en el norte de África.
         Decidieron descansar e ir a Marbella al día siguiente sin saber a ciencia cierta si el fulano era el que buscaban pero a falta de otra pista habría que hacerle una visita al servio.
         Se levantaron muy temprano y tomaron café con bollos en el hotel para tomar el camino rápidamente.
         Marta condujo sin dudar hasta un aparcamiento situado al final de la calle Valentuñana.
─ Parece que conoces bien el lugar, ¿no? ─ Comentó él.
─ He veraneado aquí en más de una ocasión con una amiga que tiene su apartamento cerca de aquí ─ contestó ella resueltamente.
─ Y, hablando de cercanías, ¿dónde está el hotel de ese fulano?
─ Pues está casi a la vuelta de la esquina, espera y verás.
Bajaron por Valentuñana hasta el primer cruce y torcieron a la derecha. A unos cincuenta metros y en la acera de enfrente se podía leer el nombre del Hotel Marbella Inn.
─ Bueno, ─ dijo Eduardo ─ ahora debo llamar a un teléfono para contactar con un amigo de Baltasar.
Marcó un teléfono y mantuvo una corta conversación y se dirigió a Marta:
─ Espérame en algún sitio para que este individuo no nos vea juntos, siempre es bueno tener alguna ventaja.
─ De acuerdo, daré una vuelta por las tiendas del centro y luego te esperaré en la cafetería Marbella que está al principio de la Alameda.
Marta volvió sobre sus pasos y se desapareció de su vista mientras que  Eduardo se disponía a esperar al contacto.
A la hora convenida un motorista se paró en la puerta de la iglesia cercana. Eduardo llegó hasta la esquina de la calle Jacinto Benavente y sacó del bolsillo un pañuelo. El motorista cruzó la calle y sin quitarse el casco le tendió un sobre que Eduardo se guardó en el bolsillo. Antes de que pudiera decir una palabra el motorista salió a toda velocidad en dirección a la Avenida Ricardo Soriano saltándose el semáforo y torciendo a la derecha dejando tras él un concierto de chirridos de frenos y bocinas de coches.
A las once de la mañana Eduardo se reunió de nuevo con Marta.
─ Il faut que nous retournons à Málaga. ─ Llamó al camarero y pagó la consumición de ella para, a continuación, dirigirse al parking donde habían dejado estacionado el coche.
Durante el camino de vuelta Eduardo puso al corriente a Marta de todo lo que él ya sabía:
Al servio le habían tiroteado la noche anterior cuando salía de un bar de copas y el contacto de Baltasar se había colado en su habitación encontrando un sobre que había entregado a Eduardo. Cuando él miró el sobre se dio cuenta que era el mismo que le habían robado en el mirador así que la primera fase del trabajo ya estaba completada, ahora había que volver al cuartel general de Marcos para informarle y tomar las medidas oportunas.
─ ¿Has visto el contenido del sobre? ─ Preguntó Marta con un tinte de ansiedad en su voz.
─ Pues sí, hay dos series de números que habrá que descifrar. ─ Contestó él. ─ Pero será mejor hacerlo con tu padre que siempre fue un experto en los mensajes cifrados.
Para no levantar sospechas acerca de su relación con el asunto de la muerte del servio, almorzaron en el hotel y salieron a dar un paseo por la tarde.
Cuando volvieron al hotel abonaron la cuenta y subieron a la habitación con el encargo de que les despertasen a las seis de la mañana.


7
Se descubre el misterio

         ─ Bien, ¿cómo ha ido la cosa? ─ Preguntó Marcos por todo saludo cuando Marta y Eduardo entraron en su despacho.
Eduardo hizo una descripción sucinta de todo lo acaecido en los días que habían pasado en Málaga y le tendió en sobre del mensaje a Marcos.
─ Esto es lo que tenía el serbio escondido en su habitación. ─ explicó Eduardo.
Marcos abrió el sobre y estudió detenidamente su contenido:
─ Habrá que ponerse a la tarea para tratar de averiguar el significado de estos números, pero eso lo haremos por la tarde. Antes quiero que vayáis a un lugar para entrevistaros con cierta persona…
Siguiendo las instrucciones de Marcos se desplazaron al mirador donde comenzó toda la historia. Allí había un coche con cristales oscuros aparcado y en cuyo interior se adivinaba la existencia de una persona.
Marta aparcó su vehículo junto al otro cuyo ocupante no se movió. Marcos y ella se apearon del automóvil y se acercaron al otro. Ante la inmovilidad del ocupante, Marta abrió la puerta y no pudo reprimir un grito de sobresalto: el conductor estaba muerto de un disparo en la cabeza hecho a quemarropa.
─ ¡Es mi antiguo jefe! ─ dijo Eduardo con sorpresa ─ Él fue quien me dio la carta para tu padre y ahora le han asesinado. Voy a limpiar tus huellas en la manilla de la puerta y será mejor que volvamos con tu padre.
─ No ─ dijo Marta ya repuesta de la impresión ─ mi padre ahora no estará en el despacho, él ha dicho que trabajaremos por la tarde y eso quiere decir que no estará visible hasta ese momento.
Marta le dejó en su casa y continuó hacia la suya para deshacer el equipaje y cambiar de nuevo las placas de matrícula. Quedó en recogerle a eso de las cuatro de la tarde.
A las cuatro y media estaban a las puertas de la nave que servía de refugio al padre de Marta. Volvió el rito de la llamada de teléfono para que se abriese la puerta y bajaron al sótano donde las mesas de los trabajadores ciego estaban vacías. Pasaron al despacho de Marcos que ya sabía la noticia del asesinato pues los medios de difusión ya lo habían propagado en los servicios informativos del medio día.
─ Es una pena lo de Ángel ─ comentó nada más verles refiriéndose al jefe de Eduardo ─ quizás tenía algo que decirnos que hubiese ayudado a descifrar el mensaje. Pero pongámonos manos a la obra y tratemos de resolver el misterio sin su ayuda.
El mensaje contenía la palabra killer (asesino en inglés) y dos series de seis números que no guardaban ninguna coherencia ni entre los números de cada serie ni las series entre sí:

(Contenido del mensaje)
killer
6-9-12-3-13-9
27-29-17-21-16-14

         Lo único apreciable a simple vista es que en la primera serie se repetía el número nueve y no había ningún número en común entre ambas, pero eso no decía mucho acerca del significado del mensaje.
         Al cabo de dos horas de intentos infructuosos y de barajar hipótesis que no llevaban a ninguna parte, Marcos alzó la voz y dijo:
─ ¡Los números representan letras!, estoy seguro. Representan el nombre del asesino que está infiltrado en el Servicio Secreto.
         ─ ¿Del que quiso quitarte de la circulación a ti? ─ Preguntó retóricamente Eduardo.
─ Exactamente, a ése me refiero y que ha sido el causante de la muerte de Ángel.
─ Pero, ¿cómo averiguar a qué letra corresponde cada número? ─ preguntó Marta con ansiedad.
─ Pues pueden ser el número de orden de las letras del abecedario o ¿qué sé yo? ─ dijo Marcos ─ pero habrá que ir probando.
Una media hora después Marcos volvió a tomar la palabra:
─ ¡Ya tengo la solución! Pero es tan horrible que no podía imaginármela.
─ Dinos ─ dijeron a coro Marta y Eduardo. ─ ¿De quién se trata?
─ Numerad el abecedario al revés, a la primera serie le añadís tres unidades a cada número y a la segunda le restáis dos a cada uno. Sustituid los números por las letras correspondientes y tendréis al asesino.
─ ¡Rómulo Camino! ¡No puedo creerlo! ─ Exclamó Eduardo totalmente sorprendido.
─ ¿El tío Rómulo? ─ Preguntó Marta incrédula. ─ pero eso no es posible, el me ayudó a estudiar y a conseguir un puesto de abogada en mi primer trabajo.
─ Quizás estaba arrepentido de su fechoría y quería así lavar su conciencia, y ¿en qué trabaja ahora? ─ Inquirió Eduardo.
─ Pues es el representante del Servicio Secreto en las empresas de investigación tecnológica y estratégica. ─ explicó Marcos ─ así puede tener acceso a todos los resultados para venderlos al mejor postor.


8
¿El final?

         A petición de Marcos decidieron no informar a la policía del asunto por miedo a que hubiera alguien más en el ajo de la corrupción y dejar en sus manos las acciones para resolver el asunto de una manera definitiva.
         Unos días más tarde los periódicos y los informativos de las televisiones se hicieron eco del suicidio de Rómulo Camino, importante ejecutivo de la A.A.E. que había sido encontrado en su domicilio desangrado en la bañera después de haberse cortado las venas. Había dejado una carta en la que explicaba que se quitaba la vida porque no podía soportar por más tiempo los remordimientos que tenía por haber traicionado al país y a sus compañeros y allí había una larga lista con los nombres de todos los que habían sido asesinados directa o indirectamente por él.
Como es natural tanto Marta como Eduardo sabían en su fuero interno que el suicidio seguramente había sido un tanto forzado pero no tenían pruebas de ello y, además, Marcos había vuelto a esfumarse y ni siquiera su hija tenía ni la más leve idea de dónde podría estar escondido.
Marta y Eduardo continuaron viéndose a menudo y entre ambos comenzó a fraguar algo que pudiera ser más que una amistad pero ésta es otra historia…

No hay comentarios:

Publicar un comentario