Bajé
del tren como en una nube y recorrí el tramo de andén, que me separaba del
vestíbulo de la estación, flotando en una atmósfera densa y ominosa que
presagiaba no sé qué fenómenos adversos.
Salí al
exterior y una llovizna me recibió para decirme que mis vacaciones de verano se
habían acabado y comenzaba otro otoño infeliz y dedicado al trabajo cotidiano
que me atormentaba desde hacía más de doce años.
Aguanté,
estoicamente, la lluvia fina que, poco a poco, me iba empapando hasta que un
taxi se acercó a mí. El taxista, solícito, salió del coche para meter mi
equipaje en el maletero mientras yo me introducía en la parte de atrás del
vehículo.
Le di la dirección de mi casa y
arrancamos bajo la lluvia que, poco a poco, iba arreciando. El trayecto me pareció
eterno y soporífero con los cristales del coche que se iban empañando a medida
que pasaba el tiempo y mi cuerpo y el del taxista iban exudando el calor
corporal.
El
frenazo del coche me sacó de golpe de mis pensamientos:
─
¿A qué altura de la calle cae el número 34? ─ Preguntó de sopetón el chófer.
─
En la esquina de la tercera bocacalle ─ contesté lacónicamente.
Continuamos
la marcha hasta que el vehículo se detuvo, ahora suavemente, en la puerta del
número 34. Pagué al taxista que, como en la estación, sacó mi equipaje del
maletero y lo depositó en la acera.
Me
colgué la mochila y arrastré mi trolley hasta la puerta del edificio que, cosa
extraña, estaba abierta. Penetré en el portal y la luz se encendió
automáticamente (ya habían instalado el sensor volumétrico, pensé) y me dirigí
al ascensor.
Mecánicamente
pulsé el botón y el ascensor comenzó a subir hasta que se detuvo en seco. Salí
de la cabina y me acerqué a la puerta de mi apartamento pero, … estaba abierta
y eso hizo que el corazón se me desbocara como un caballo sin control, no
obstante, empujé la puerta y penetré en el interior… nada era como debía ser,
aquellos muebles, aquellas cortinas, las lámparas… nada me recordaba a mi casa,
a mi Casa, con mayúsculas, a aquel entorno amigable que yo esperaba encontrar…
Con el corazón en un puño volví sobre mis pasos y salí de aquel lugar extraño e
inhóspito… Ya en el rellano miré en derredor para asegurarme que aquello no era
un sueño ni una broma de mal gusto y entonces todo se hizo patente y claro…
Allí estaba la solución a mi problema ,,, sobre la pared donde estaba el
ascensor se podía leer: TERCERA PLANTA… la mía era la cuarta.