viernes, 20 de febrero de 2015

Uno de los nuestros



El resplandor de la hoguera me hacía ver la noche como un baile de sombras que se alargaban y se acortaban, se retorcían y se estiraban por mor de las lenguas de fuego que se arremolinaban con el viento que llevaba soplando durante toda la tarde.
Había pasado la mayor parte del tiempo leyendo y descansando de la estresante semana que acababa de terminar. Me excusé ante mis compañeros de acampada para no ir a recorrer el sendero pero, en el fondo, me había arrepentido nada más se fueron. Pensé en salir tras ellos pero me pareció un tanto ridículo, ¿qué les iba a decir cuando les alcanzase?, que ya se me había pasado el cansancio. No, a lo hecho pecho como dice el refrán y me quedé solo en el pequeño campamento que habíamos improvisado bajo unos árboles y junto a una pradera que descendía suavemente hacia el arroyo. Pensé en darles un susto cuando volvieran y en la elaboración de mi plan estuve entretenido un rato.
Cuando quise darme cuenta ya estaban encima y no me dio tiempo a esconderme como había sido mi primera intención. Dado que ya no podía sorprenderles, decidí una nueva estrategia para conseguirlo y me quedé totalmente quieto sentado junto al árbol en el que apoyaba mi espalda.
Como quiera que mi cuerpo quedaba fuera del círculo de luz de la hoguera, ninguno de los recién llegados advirtió mi presencia. Eran dos mujeres y un hombre, María, Elena y Lucas, todos más o menos metidos en la cuarentena y vestían ropa deportiva. Se sentaron junto al fuego para calentarse.
¿Dónde se habrá metido? Dijo Elena   Seguro que ha ido a dar una vuelta y se ha perdido.
Voy a llamarlo por teléfono decidió él.
Desconecté rápidamente mi móvil mientras el otro marcaba mi número.
Pues la cosa se complica comentó Lucas, sale el mensajito de que está apagado o fuera de cobertura.
¡No me digas! exclamó María es que este hombre es el rigor de las desdichas. No quiso venir con nosotros a recorrer el sendero porque decía que estaba reventado de cansancio y luego habrá salido en cualquier dirección y tendremos que ir a buscarle.
Yo me moría de la risa y hacía esfuerzos para que no se me escapara una carcajada mientras ellos continuaban con su conversación sin advertir mi presencia. Llevaba saliendo con aquellos amigos unos dos meses y medio y, la verdad sea dicha, me encontraba muy a gusto en su compañía, sobre todo con María. Les había conocido en una terapia para personas separadas y habíamos congeniado bastante bien por lo que decidimos salir juntos en plan de amistad y lo que surgiera pero aún no había surgido nada, tal vez en esta acampada tuviera ocasión de intimar con María. Algo me indicaba que la atracción era mutua ya que ella no había protestado cuando, en el sorteo que hicimos de las tiendas de campaña, le tocó compartirla conmigo. Mientras pensaba iba escuchando las voces cada vez más lejanas hasta que me quedé plácidamente dormido.
Cuando desperté, la cara de María me miraba sonriente mientras dos hilillos de sangre se deslizaban por las comisuras de sus preciosos labios.
Ahora sí eres ya uno de los nuestros escuché que me decían los tres a coro.

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