El resplandor de la hoguera me hacía ver la noche como un baile de
sombras que se alargaban y se acortaban, se retorcían y se estiraban por mor de
las lenguas de fuego que se arremolinaban con el viento que llevaba soplando
durante toda la tarde.
Había pasado la mayor parte del tiempo leyendo y descansando de la
estresante semana que acababa de terminar. Me excusé ante mis compañeros de
acampada para no ir a recorrer el sendero pero, en el fondo, me había
arrepentido nada más se fueron. Pensé en salir tras ellos pero me pareció un
tanto ridículo, ¿qué les iba a decir cuando les alcanzase?, que ya se me había
pasado el cansancio. No, a lo hecho pecho como dice el refrán y me quedé solo
en el pequeño campamento que habíamos improvisado bajo unos árboles y junto a
una pradera que descendía suavemente hacia el arroyo. Pensé en darles un susto
cuando volvieran y en la elaboración de mi plan estuve entretenido un rato.
Cuando quise darme cuenta ya estaban encima y no me dio tiempo a
esconderme como había sido mi primera intención. Dado que ya no podía
sorprenderles, decidí una nueva estrategia para conseguirlo y me quedé
totalmente quieto sentado junto al árbol en el que apoyaba mi espalda.
Como quiera que mi cuerpo quedaba fuera del círculo de luz de la
hoguera, ninguno de los recién llegados advirtió mi presencia. Eran dos mujeres
y un hombre, María, Elena y Lucas, todos más o menos metidos en la cuarentena y
vestían ropa deportiva. Se sentaron junto al fuego para calentarse.
─ ¿Dónde se habrá
metido? ─ Dijo Elena ─
Seguro que ha ido a dar una vuelta y se ha perdido.
─ Voy a llamarlo por
teléfono ─ decidió él.
Desconecté rápidamente mi móvil mientras el otro marcaba mi número.
─ Pues la cosa se
complica ─ comentó Lucas, ─ sale el mensajito de que está apagado o
fuera de cobertura.
─ ¡No me digas! ─ exclamó María ─ es que este hombre es el rigor de las desdichas. No quiso
venir con nosotros a recorrer el sendero porque decía que estaba reventado de
cansancio y luego habrá salido en cualquier dirección y tendremos que ir a
buscarle.
Yo me moría de la risa y hacía esfuerzos para que no se me escapara una
carcajada mientras ellos continuaban con su conversación sin advertir mi
presencia. Llevaba saliendo con aquellos amigos unos dos meses y medio y, la
verdad sea dicha, me encontraba muy a gusto en su compañía, sobre todo con
María. Les había conocido en una terapia para personas separadas y habíamos
congeniado bastante bien por lo que decidimos salir juntos en plan de amistad y
lo que surgiera pero aún no había surgido nada, tal vez en esta acampada
tuviera ocasión de intimar con María. Algo me indicaba que la atracción era
mutua ya que ella no había protestado cuando, en el sorteo que hicimos de las
tiendas de campaña, le tocó compartirla conmigo. Mientras pensaba iba
escuchando las voces cada vez más lejanas hasta que me quedé plácidamente
dormido.
Cuando desperté, la cara de María me miraba sonriente mientras dos
hilillos de sangre se deslizaban por las comisuras de sus preciosos labios.
─ Ahora sí eres ya
uno de los nuestros ─
escuché que me decían los tres a coro.
vampiros? ???? que os ha dado a todos con lo mismo? ??
ResponderEliminarbesos