Entraban y salían sin que el flujo
decreciese un instante. Su movimiento parecía obedecer a una música inaudible o
a un patrón de conducta fuertemente implantado en sus cerebros. Arístides les
estaba observando desde hacía ya más de dos horas y su fascinación era tal que casi
había llegado a olvidar el verdadero propósito de su presencia en aquella
azotea desde donde podía dominar todo lo que ocurría en el edificio de
enfrente. Una sonrisa sádica afloró en sus labios y pensó:
─ ¿Empiezo por los que entran o por los que salen? ─
Y tiró del cerrojo de su Kalashnikov.
Miedo me da pensar en ese objetivo donde hacer diana, cierto que el calor nos hace más excitables, tal vez, mejor emplear esa energía en otras cosas como picar hielo para un buen mojito. Saludos.
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