Doña Mercedes era viuda de un sargento
del cuerpo de Carabineros. Una ridícula pensión, una casa en su pequeña ciudad
y una hija preciosa aunque un poco simple fue todo lo que heredó de su difunto
esposo.
La pobre mujer hacía juegos malabares
con el dinero para poder llegar a fin de mes y envidiaba la suerte de doña
Apolonia su vecina quien tenía un pupilo y con lo que le cobraba por la comida
y la habitación vivía sin estrecheces habida cuenta que percibía una pensión
aún más escuálida si esto era posible ya que su marido había sido guardia raso
de la Benemérita.
Un día en que doña Mercedes se afanaba
en la cocina tratando de hacer una sopa con el mismo hueso de jamón que había
venido utilizando toda la semana, sonó el timbre de la puerta. Se limpió las
manos en el delantal y miró por la mirilla para ver de quién se trataba. Un
varón de unos treinta años estaba al otro lado de la puerta esperando que le
abriera.
─ Buenos días, ─ dijo en cuanto
doña Mercedes abrió una rendija de la puerta.
─ Vd. me dirá, ─ respondió ella sin
dejarse ver.
─ Me han dicho que aquí alquilan una habitación
Aquella
frase le sonó a doña Mercedes como si la entonaran los coros celestiales y
abrió la puerta de par en par mientras le afloraba una sonrisa de oreja a
oreja.
─ Por supuesto que sí, joven, pero pase, no se quede ahí
que en la salita podremos hablar con más comodidad.
Saltaré los pormenores del asunto
porque el joven que se llamaba Rosendo y la desde ahora su patrona, doña
Mercedes, llegaron a un acuerdo como no podía ser de otra manera.
Le adjudicó la habitación de su hija
que tenía un balcón a la calle y la chica pasó a dormir en la habitación del
fondo del pasillo que daba a un patio interior.
A partir del segundo mes de permanencia
del pupilo en la casa, éste comenzó a llegar con alguna fruslería para
obsequiar a su patrona: Una cajita de bombones, un pañuelito bordado, un
ramillete de violetas,…
Tan obsequioso se volvió Rosendo que
doña Mercedes comenzó a plantearse si no la estaría galanteando y cada día se
fue mostrando más cariñosa con él tanto es así que una noche después de haber
dado cuenta de una botella de champán que había aportado el pupilo, doña
Mercedes, envalentonada por la ingesta de alcohol, se puso un camisón cortito y
transparente de esos que llaman “picardías” y, cuando el silencio se adueñó de
la casa, se dirigió de puntillas a la habitación de Rosendo pensando meterse
subrepticiamente en su cama para compensar los regalos de su supuesto
enamorado.
En el momento de ir a abrir la puerta
escuchó atentamente y pudo oír a Rosendo que decía:
─ Merceditas, ¿tú estás segura de que le echaste el
somnífero a tu madre en la copa de champán?
ainsssss.... que pena... a ciertas edades un desengaño de esos puede traer consecuencias muy graves....
ResponderEliminarbesos.