No dejo de acordarme de lo que sucedió aquel día en el jardín. Yo estaba leyendo tranquilamente un libro que no era demasiado interesante y, quizás por ello, me fijé sin querer en el jilguero.
El pajarillo entonaba sus trinos de reclamo cuando una tórtola griega se posó a su lado. Dado que el cantor no interrumpió su melodía, la tórtola, supongo que complacida por el agradable son, se quedó quieta a su lado seguramente para no molestar al pequeño divo que se iba lanzando cada vez con más brío a desgranar las múltiples notas de su canción.
Al poco la tórtola levantó el vuelo para ir a posarse junto a su pareja y la hembra del jilguerillo no tardó en llegar donde su amor cantaba.
No sé si son figuraciones mías pero me pareció ver en la mirada de la tórtola un reflejo fugaz de envidia sana.
De todas maneras, las tórtolas arrullan mejor que los jilgueros.
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