Eternas tardes
viendo la lluvia
caer detrás de los cristales
y la imaginación
interpretando
figuras de dragones
en las nubes.
Eternas horas
que el reloj se
negara a liberarlas
y sus agujas
parecen no moverse
como si se
arrastraran casi muertas.
Eterno el tiempo
que luego de que
pasa lentamente
parece que se
esfuma, se disuelve
cual voluta de humo
de un café que se enfría.
Eternidad,
que no tiene
principio ni final
y, como nunca comienza,
jamás terminará.
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