Lo
que Nicolás deseaba cuando se levantó pesadamente de la cama de hojarasca, que
se había fabricado en la caja de la camioneta, era que el amanecer no hubiese
llegado nunca. Sabía, por experiencia propia, que aquello que iba a pasar no sería
de ninguna manera agradable y sí extremadamente peligroso para su quebrantada
salud: le esperaba una larguísima caminata hasta llegar al primer lugar
habitado.
Hizo
un último intento por arrancar la vieja Subaru, pero sólo se oyó un clic que
indicaba la ausencia total de carga en la batería del vehículo. Observó la
incipiente claridad que bañaba el horizonte y cargó con su pequeña mochila
antes de comenzar a caminar siguiendo la carretera.
Por
su cabeza comenzaron a pasar los recuerdos de lo que había sucedido el día
anterior hasta que su vetusta picap se detuvo totalmente inutilizada por el
calentón que le había dado haciendo más de mil kilómetros a toda mecha.
¿Por
qué había sido tan estúpido? ¿Acaso aquella llamada de teléfono era suficiente
para iniciar un viaje de forma tan precipitada?...
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