Todo comenzó hacía ya algunos años, cuando Nicolás
acababa de terminar aquel trabajo de poner en regadío la finca del cacique de
su pueblo y, al volver a su casa, encontró a su madre llorando en la cocina.
La pobre mujer no tenía consuelo y entre gemidos
consiguió explicarle a su hijo que don Aurelio, (el cacique), había ido a
visitarla para decirle que su difunto esposo, (el padre de Nicolás), le debía
una sustanciosa cantidad de dinero que el ricachón le había prestado hacía ya
quince años y que ahora, al no haberla pagado, se la reclamaba con intereses.
Al parecer la deuda ascendía a más de cien mil euros
después de sumar intereses y hacer la transformación de las pesetas a la moneda
actual y lo que estaba claro era que ni su madre ni él disponían de cantidad
semejante. Para tratar de solventar el problema, Nicolás se encerró en su
pequeño despacho para hacer cuentas de lo que don Aurelio le debía por el
trabajo que acababa de hacerle. Después de muchas cuentas y recuentos comprobó
que la factura ascendía a cuarenta y ocho mil trescientos treinta y cinco euros
a los que tenía que restar los casi tres mil que tenía que abonar a sus
proveedores y con esta cuenta en el bolsillo se fue a visitar al cacique.
Llegó pues a la casa de don Aurelio y le hicieron pasar
al recibidor donde estuvo esperando casi una hora para que al final le dijera
el administrador que su jefe no le podría recibir hasta el día siguiente a las
once en punto de la mañana.
Contrariado pero resignado (porque no le quedaba otra)
volvió a casa de su madre para explicarle lo que había pensado para tratar de
solucionar, aunque fuera a medias, el problema que se cernía sobre sus cabezas…
No hay comentarios:
Publicar un comentario