María
y Ángel, embutidos en sus impermeables, avanzaban por la calle en medio del
fragor de la tormenta. Un relámpago cegador iluminó la escena como si fuese de
día y, al par que estallaba un trueno impresionante,
todas las farolas se apagaron de pronto.
María,
sobresaltada, se arrimó a su pareja pero sintió que Ángel eludió el contacto al
instante.
- ¿No te da miedo
la oscuridad?
- No.
- Dame la mano.
- La tengo en el
bolsillo, tengo frío.
- ¿Vas a subir a
casa?
- Es tarde, tengo
sueño.
María
sintió como se le formaba un nudo en la garganta, dos lágrimas rodaron sin
control por sus mejillas y una levísima sonrisa se asomó a sus labios, pero
Ángel no podía verla, miraba hacia adelante y la oscuridad era casi absoluta.
Ella sabía, sin que él se lo dijera, que volaría pronto muy lejos de su lado,
por eso ya había decidido quién iba a ser el siguiente en su vida amorosa.
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