Ensimismado
como estaba desde hacía ya más de media hora, cualquiera podría imaginar que
sus músculos se habían paralizado pues nada en él hacía pensar en que fuera a
moverse al menos de momento. Tenía la mirada perdida en la distancia y la boca
entreabierta le daba un aspecto bobalicón que se acrecentó aún más cuando un
hilillo de baba comenzó a caer desde la comisura de su boca para ir formando
poco a poco un charquito a sus pies. Era la viva estampa de una estatua en la
que solo el leve acompasamiento de la respiración delataba que no era un ser
inerte.
Sonó un
silbido en la distancia y el perro recobró de golpe el movimiento lanzándose en
una carrera desenfrenada al encuentro de su amo.
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