Entró
en el bazar decidido a comprar algo, no importaba el qué, sino únicamente por
el hecho de comprar, de gastarse el dinero que le habían regalado por su
cumpleaños antes de que su madre, con buen criterio, se lo arrebatase para
meterlo en la cartilla de ahorros que, aunque todos decían que era suya, no
había manera de sacar dinero de ella. Era como si se lo tragase la tierra y
nunca más se supo, por eso aquella tarde, al salir de casa de la abuela con el
billete de diez euros estrujado en la mano, se dirigió al paraíso de sus
deseos.
La china de la caja le miró con
desconfianza cuando le vio penetrar en el local y perderse en el dédalo de
pasillos con estanterías hasta el techo y le hizo un gesto al chinito que tenía
al lado. Éste salió como un sabueso en su persecución para vigilarle
disimuladamente, pero él no notó nada, tan absorto estaba contemplando todo
aquello que se ofrecía a su vista y que tanto había deseado. Iba sumando
mentalmente los precios de los artículos que pensaba comprar, (y eso que el
maestro decía que tenía mala cabeza para los números), pero antes de que
estuviera contento con su elección la cantidad se la pasaba del presupuesto.
Dio vueltas y más vueltas con el
chinito pegado a sus talones como si fuera su sombra pero no consiguió una
combinación de juguetes adaptable a sus diez euros y, al cabo de unas dos horas
y el chinito a punto de caerse de cansancio, decidió llevarle el dinero a su
madre y esperar a tener edad suficiente para gastarse el fruto de sus ahorros.
un acto de reveldía... pero al final el chaval tuvo buen criterio...
ResponderEliminarY, sobre todo, poco dinero. Besos
Eliminar