Siempre
que volvía tarde a casa el cuadro que contemplaba era el mismo: una bandeja
encima de la mesa de la cocina con un cubierto y un plato tapado con otro boca
abajo para tratar de evitar (sin conseguirlo) que se enfriase el contenido.
Mi
madre se rebullía en la cama procurando que el somier chirriase un poco como
avisándome de que había estado despierta para esperarme. Los ronquidos de mi
padre llenaban el ambiente dando cumplida información de su estado de
tranquilidad acerca de mi tardanza. Mis hermanos en su litera dormían
plácidamente.
Casi de
puntillas y sin hacer ruido arrimaba la silla a la mesa de la cocina después de
cerrar la puerta y destapaba la cena sabiendo que no habría sorpresa, tenía
huevos… con patatas fritas.
La rutina perfecta y la cena perfecta (aunque algunos piensen que es un desayuno). Un relato que responde a su título, pero que apetece. Enhorabuena.
ResponderEliminarUn saludo
Juan M
juanmanuelsanchezmoreno.blogspot.com
La verdad es que me gustan los huevos con patatas... y el cocido aunque lo haya comido mil veces
Eliminar