Era
verano y a las cuatro y cuarto de la tarde el vuelo de la línea aérea “low
cost” hacía ya más de media hora que había despegado. La tripulación había
aceptado a regañadientes el último acuerdo laboral que dejaba reducida la
dotación a tres personas por viaje: piloto, copiloto y una azafata.
Lucrecia terminó de colocar el resto de las
botellas de agua en el carrito de las bebidas, se miró en el espejo y se colocó
bien el pequeño gorrito que la compañía le obligaba a llevar. Echó una ojeada
al termómetro que indicaba la temperatura del interior del aparato: 30 grados.
Fue
repartiendo botellas a todos los pasajeros pidiendo disculpas por el fallo del
aire acondicionado y regresó de nuevo a su cabina. Tiró el pequeño frasco y la
jeringuilla al evacuador de residuos y se asomó a la zona del pasaje: Sí, el
efecto del veneno había sido fulminante.
¡Qué maldad tan sibilina! Quería acabar con todo bicho viviente y fácilmente lo logró. Quizás es que en el cielo, se creyera Dios. Un besito
ResponderEliminarSe volvió loca con los problemas de la crisis
ResponderEliminarjajaja
ResponderEliminarni me lo esperaba un abrazo