martes, 12 de noviembre de 2013

La cita



Era verano y el sol jugueteaba tras el horizonte antes de asomarse definitivamente abrasador. Con los ojos hinchados por el sueño y el cuerpo bañado en sudor debido a la calurosa noche que estaba a punto de acabar, Moisés se miró en el espejo del cuarto de baño y se lavó la cara para terminar de despabilarse. La verdad es que con el calor no había podido dormir mucho y le esperaba una larga caminata para llegar al lugar donde se había citado con aquél ermitaño al que conoció la tarde anterior.
Mientras se iba vistiendo observó cómo el sol iba inundando de luz el entresijo de tejados que veía por la ventana de su habitación.
Si no me doy prisa me voy a asfixiar de calor pensó ¿Quién me manda a mí citarme con un ermitaño en lo alto de un monte en pleno mes de Agosto?
Salió de su casa y enfiló la segunda calle a mano izquierda que le llevó a la salida del pueblo. Después de seguir la carretera durante unos tres kilómetros, tomó un estrecho camino que salía a su derecha y comenzó a ascender por la ladera de un monte.
Al principio la pendiente no era demasiado pronunciada y caminó a buen paso pero poco a poco la senda se fue estrechando hasta convertirse en una angosta vereda y el terreno se empinaba más y más hasta que tuvo que pararse a descansar porque le faltaba la respiración (problemas del individuo típicamente urbano y del tabaco que no conseguía abandonar, se dijo). Precisamente su conversación con el viejo eremita giró en torno a su imposibilidad de abandonar la costumbre de fumar y el anciano le sugirió que le visitase para mostrarle un remedio totalmente eficaz.
El ermitaño le dijo dónde vivía y, aunque era un lugar bastante alejado e inhóspito, la curiosidad fue más fuerte que la lógica y por eso se había citado para la mañana siguiente y se encontraba a medio camino ya del lugar de la cita.
Una vez recuperadas las fuerzas prosiguió su ascensión e incluso tuvo que ir a cuatro manos en más de un tramo del camino hasta que al fin coronó el monte e inspeccionó el lugar tratando de ubicar la morada del ermitaño. Por más que miró y remiró, allí no había nada que pudiese ser la vivienda del anciano y, después de permanecer un buen rato esperando acontecimientos decidió volver sobre sus pasos pensando que tal vez había equivocado el camino.
Cuando llegó a su casa, completamente extenuado y al borde de la deshidratación, vio un sobre que estaba pillado por la aldaba de la puerta. Penetró en el relativo frescor de la vivienda y observó que su contenido era una cuartilla doblada por la mitad en la que pudo leer: “Perdóneme que le haya hecho sudar de lo lindo para no encontrarse con nadie. Eso es lo que debe hacer cada vez que le apetezca fumarse un cigarrillo”.

1 comentario:

  1. Creo que hay métodos más fáciles para dejar de fumar. Claro que yo fumo poco tirando a nada y no sería capaz de esa caminata por perder un cigarro.

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