jueves, 23 de agosto de 2018

La decisión


Estaba tan desesperado de no poder aprobar aquella dichosa asignatura, que me traía por la calle de la amargura desde mi tierna adolescencia, que no dudé ni un instante en tomar una aciaga decisión: meterme a ermitaño de por vida.
Aunque mi determinación tenía mucho que ver con el celibato, no era menos cierto que al tomarla también tenía esperanza de que me sucediese como al “Rústico” del Decamerón y se presentase la ocasión de “castigar al demonio en el infierno”.
Llevaba ya más de veinte años viviendo en una cueva alimentándome de raíces, moras, bellotas y algarrobas, y aquél “oscuro objeto de deseo” seguía sin cumplirse y, lo que es peor, martilleándome continuamente la sesera.
El pelo y las barbas me llegaban hasta las rodillas cuando me presenté en la peluquería de la mujer de mi primo para que me adecentara un poco porque ya me había echado atrás de mi pintoresca decisión y quería dedicarme a algo más interesante que la labor contemplativa que había llevado durante mis años de eremita.
Mi prima Petra se asustó sobremanera pues estaba irreconocible y sólo logré calmarla a base de recitarle de corrido toda la parentela común con su marido para evitar que ella llamase a la policía y me detuvieran. Al fin, me escondió en el almacén y prometió arreglarme cuando ya hubiese cerrado la peluquería.
Más de una vecina que me había visto entrar entró en el establecimiento por curiosidad y terminó haciéndose la permanente amén de “interesarse” por quién era el personaje, pero Petra las toreó divinamente contándoles los últimos chismorreos de la calle.
Una vez que se despidió la última clienta, Petra cerró, echó las cortinas y me fue a buscar al almacén.
-      No sé cómo has podido convertirte en un fantoche horripilante. ¿Dónde has estado metido durante tanto tiempo?
-      Pues ya ves, de ermitaño más de veinte años.
-      Bueno, ya me contarás que ahora tengo que concentrarme para no darte un corte con la tijera…
Poco a poco mi pelo fue cayendo alrededor del sillón hasta que mis facciones fueron reconocibles y entonces ella se me quedó mirando y me dijo:
-      Tú no te has enterado de lo de tu primo, ¿verdad?
-      No, ¿qué es lo de mi primo? – Dije preocupado.
-      Pues que hace ocho años se largó con una secretaria de su oficina y si te he visto no me acuerdo.
-      ¿Mi primo? ¿Con lo guapa que tú eres?
-      Pues ya ves, me dejó mas tirada que el felpudo.
-      Y el muy canalla se casó contigo sabiendo que yo estaba coladito por ti…
-      ¡Qué! ¿Tú? ¿Y por qué no me dijiste nada?
En aquél momento algo se removió en mi interior y mi masculinidad se puso en pié de guerra. Como llevaba como único ropaje una saya de saco, la “cosa” no hubo manera de ocultarla y así comenzó aquella noche el examen definitivo para conseguir lo que tanto había ansiado durante toda una vida…

3 comentarios:

  1. Siempre la desgracia de unos son las bendiciones de otros

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  2. De alguna manera hay que atravesar todas las pruebas...

    Saludos,

    J.

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  3. Algunos elegimos siempre el camino más difícil para conseguir nuestras metas. Como si el simple hecho de conseguirlas, no fuera ya lo suficientemente difícil.

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