viernes, 23 de agosto de 2019

¡Fuego!


Fue el olor la causa de que despertara de pronto y me quedase mirando al infinito mientras la consciencia volvía a habitar en mí y mi cerebro comenzaba a funcionar normalmente. Definitivamente fue el olor, ese olor acre que se mete por la nariz y te quema por dentro… el olor del fuego, mejor dicho, el olor del humo que ya estaba inundándolo todo y que hizo que todas mis alarmas se activasen y mi cuerpo segregase adrenalina a mansalva.
Las llamas bailaban al otro lado de la puerta y el crepitar de lo que se iba quemando aumentaba a medida que el incendio crecía. Cerré la puerta de una patada y abrí la ventana de par en par para salir por ella.
Fue visto y no visto, en cuanto el aire penetró a través de la ventana, las llamas atravesaron la puerta como si fuera de papel y avanzaron inexorablemente hacia mí. Sin pensarlo dos veces, salté por el hueco y me agarré a una rama del árbol más próximo como si fuera lo último que me faltaba por hacer en la vida, y así me vi abrazado a la encina que sembró mi padre en el jardín como si se tratase de una amante a la que no pensaba soltar ni a palos.
Poco a poco fui descendiendo hasta llegar al suelo y, aunque mis piernas temblaban como si estuviera azogado, conseguí mantenerme en pie. Entonces pude contemplar en toda su magnitud el fuego que consumía mi casa a toda velocidad animado por el fuerte viento que soplaba desde la tarde anterior cuando comenzó la tormenta.
─ ¡Ha sido un rayo! Yo lo he visto. ─ Se escuchó en medio de la noche.
─ ¿Quién eres? ─ Gritó a su vez sin haber reconocido la voz.
─ Soy tu vecino Manuel que estaba despierto contemplando la tormenta.
A medida que se acercaba pudo vislumbrar la silueta del vecino que venía corriendo desde su casa situada a más de quinientos metros.
Una vez que Manuel llegó a su altura ambos miraron hipnotizados cómo el fuego estaba acabando con lo que fue una preciosa casa de madera que no tenía ni dos años de antigüedad.
─ He avisado a los bomberos, pero no creo que puedan hacer mucho cuando lleguen ─ Informó el recién llegado ─ Ha sido todo visto y no visto. Fue caer el rayo y brotar una enorme llamarada…
─ Debió caer en el cobertizo donde tenía almacenada la paja para el caballo que compré el otro día. Menos mal que el animal todavía no lo trajeron porque la cuadra no estaba terminada.
A lo lejos se dejó oír una sirena que avisaba de la llegada de los bomberos…
Pero, pero, ¿qué bomberos ni que ocho cuartos? ¡Si mi casa no es de madera y el cielo está raso y tachonado de estrellas!… y, para más INRI, aquí no hay ningún vecino y yo me he debido quedar dormido en la mecedora del porche. ¡Valiente susto que me he llevado!

3 comentarios:

  1. Logras transmitir ese sentimiento de terror, que todo el que pasa por ese trance, siente. ME GUSTA MUCHO

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  2. A ver si ha dejado la cafetera puesta y ese sueñecillo le estaba avisando de algo.

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  3. hay sueños demasiado vividos, verdad?
    besos

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