Tu espalda era mi
anhelo,
también tu rostro y
tus labios,
tus manos y tú
toda.
Te contemplé
extasiado
era tan exultante
tu belleza
y estabas tan
tranquila.
Me acurruqué a tu
lado
y acaricié tu
espalda.
Estabas serena,
parecías dormida,
no quería que te
sobresaltaras.
Era tal tu quietud
que no quería
interrumpir tu sueño
con palabras que no
eran necesarias,
con un gesto quizás
inoportuno,
con el latir
acelerado
de mi pecho que
ansiaba tu cariño.
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